#CuentosDerechos 10: Niños y niñas tienen derecho a la atención especial en discapacidad

La actividad #CuentosDerechos es una invitación de nuestro proyecto para que las familias (y todas las personas que trabajan en entornos educativos y culturales para primera infancia) compartan con los niños y niñas conversaciones sobre sus derechos que se sugieran a través de las expresiones artísticas. Cada derecho, de 12 que entregaremos en total, incluye un cuento que sugerimos contarles mientras ellos dibujan lo que piensan y sienten. A quienes participen según nuestros términos y condiciones les enviaremos un libro de regalo y otros detalles especiales para algunos seleccionados que entreguen experiencias valiosas, testimonios del proceso y nuevas ideas.

Los niños y las niñas tienen derecho a la atención especial en discapacidad

Los niños física o mentalmente impedidos o que sufran de algún impedimento social, deben recibir el tratamiento, la educación y el cuidado especiales que requiera cada caso particular. Así mismo, a recibir los cuidados especiales que requieran por condición de discapacidad física o mental, para su autosuficiencia e integración social activa.

Para hablarles a todos los niños y niñas, de este y otros temas, es recomendable considerar sus lenguajes, sus tiempos e intereses. Por eso les recomendamos hacerlo a través del arte y la literatura. Abajo les dejamos el cuento que sugerimos contarles mientras ellos dibujan, para abordar el derecho al respeto de su cultura.

Cuentos para hablar de los derechos de las niñas y niños con discapacidad

Enrique se tardó un par de meses más de lo esperado en caminar, pero a nadie en la manada le causó demasiada preocupación. Sabían desde siempre que todo iba a ser distinto con él. Desde que aterrizó en este mundo con una de sus patas delanteras más larga que las demás y la trompa visiblemente corta, al final de un parto complicado en el que, al parecer, le hizo falta el aire durante un par de segundos.

Cuatro meses después, la matriarca de la manada y la madre de Enrique tuvieron una charla muy seria cuando notaron que, aunque ya era el momento adecuado, no salían sonidos coherentes de su boca y se aproximaba el momento de dejar la leche materna y empezar a comer hojas, frutos y cortezas de árboles. La verdad es que Enrique era un elefantito amoroso que se llevaba muy bien con las otras crías, pero tenía momentos duros, de rabietas incontrolables que ninguno era capaz de explicar, y otros en que resultaba imposible que participara de las actividades grupales, como los baños de arena que tanto disfrutaban los demás.

Todas las hembras de la manada estuvieron de acuerdo cuando su líder les comunicó que iban a comenzar más temprano su marcha anual. El ritmo extraño de los pasos de Enrique los iba a obligar a tardar más de lo habitual en llegar a su destino: los grandes depósitos de agua, a 57 kilómetros de distancia, al otro lado de la sabana, y aunque a algunos machos jóvenes no les gustó tanto la noticia, los 20 elefantes de este grupo se dispusieron a sacarle ventaja a la sequía y emprendieron el camino que varias generaciones de los suyos habían recorrido cada año.

Enrique caminaba despacio y se distraía con facilidad. Entender lo que quería era una tarea difícil que su madre tuvo que aprender sobre la marcha y que se complicaba en medio del camino, cuando las leonas, las hienas o los humanos rondaban la manada. Y, aunque Enrique tenía algunas dificultades y no había aprendido a barritar correctamente, todos sabían que era importante empezar a enseñarle las tareas que le permitirían sobrevivir en su vida adulta, por eso se tomaban el tiempo necesario para mostrarle cómo identificar los olores del peligro en la sabana, a estirar su trompa cortita para alcanzar las ramas bajas de los árboles, a usarla con cuidado para acariciar a su mamá y a sus amigos y, por supuesto, para jugar con los otros elefantitos sin lastimarlos con su increíble fuerza. Un elefante pequeño que camina muy despacio y que expresa lo que siente de una manera distinta a todos los demás es presa fácil y los depredadores saben detectar las debilidades de otros animales, por eso fue necesario que este grupo de elefantes se organizara para llevar a Enrique caminando en el centro de la manada, aunque las crías de su edad preguntaran constantemente el por qué de la preferencia y hasta lloraran cuando no los dejaban ocupar ese sitio tan especial entre sus parientes.

La vieja elefanta que los lideraba sabía muy bien que Enrique merecía esos y todos los cuidados que fueran necesarios -si de algo estaba orgullosa era de no haber abandonado nunca a uno de los suyos en medio de estas largas caminatas en todos los años que llevaba al frente del grupo y así lo explicaba cuando se detenían por las noches a descansar-. Caminaron durante muchos días y vieron pasar a otras manadas a mayor velocidad, pero ninguno de los elefantes de la familia de Enrique pretendió acelerar el paso y todos se detuvieron cuando hizo falta para que su mamá y las otras elefantas lograran calmarlo cuando enfurecía sin una razón clara, para separarlo de otras crías cuando no lograba controlar la fuerza de su trompa o para seguirlo entre los arbustos y enseñarle a seguir las reglas de la manada cuando Enrique se desviaba sin control, concentrado en seguir pequeños insectos que llamaban irremediablemente su atención o en busca del origen de olores que solo él percibía. Nadie pretendía que hablara igual que los demás o que caminara más rápido y la manada entera llegó dos semanas después que todas las demás a los depósitos de agua, con Enrique dando pequeños saltos, gruñendo en su peculiar estilo y encabezando el desfile de una familia que tenía bien clara la importancia de comprender la diferencia y de atender con amor las necesidades de todos y cada uno sus miembros.

¡A participar!

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