Teatro comunidad, memoria y rondas tradicionales

La música popular, la tradición oral y los títeres se unieron hace 25 años en escena para conformar Teatro comunidad, una apuesta por llevar el teatro de títeres a todos los rincones donde los niños puedan aprender, reconocer la diversidad, el patrimonio vivo y fortalecer los vínculos con sus familias.

«Chirinventos», una de las obras del repertorio de Teatro comunidad, se presentaba en la Media torta de Bogotá, la entrada era libre. El sol estaba en lo más alto del cielo y las familias empezaban a acercarse.

Los artistas y el equipo de logística invitaron a todos los niños al escenario para que vieran más de cerca los títeres. Esmeralda Quintana, fundadora de Teatro Comunidad aparecía ante los niños que se encontraban expectantes. Medias de rayas blancas y rojas, vestido negro y sombrero con flores, hacían juego con su tambora que retumbó en todo el lugar.  

Los niños llegaban, seguían las voces y los instrumentos mientras se acomodaban, hacían nuevos amigos, establecían alguna conversación o simplemente se presentaban. Otros más tímidos no se alejaban de sus familias y desde allí seguían el espectáculo.

Una vaca salió en medio del telón ubicado en el centro de la escena, las risas de los niños empezaron a sonar y con ellas las voces de los padres que seguían las melodías: Los pollos de mi cazuela, los cinco negritos, la panela, el carpintero, Mambrú se fue a la guerra y Arroz con leche fueron algunas canciones del repertorio.

En las obras especializadas para primera infancia de Teatro comunidad, la música es la dramaturgia y está relacionada con la forma en que se componen rítmicamente y en escena las canciones.

La apuesta de Esmeralda Quintana y de Javier Montoya en 1991 cuando vivían en Cali y presentaron su obra más reconocida, Tamborecos, fue la de recopilar las rondas de la costa pacífica para construir un recital como homenaje a las particularidades del país, a reconocer en los cantos populares, lo que somos y  al mismo tiempo generar una reflexión sobre la memoria contenida en las canciones y en los cuentos que se transmiten de generación en generación

Tamborecos nació de la necesidad de preparar una obra para niños de primera infancia y personas de la tercera edad en Manizales. Allí nació la idea de las canciones: versos con respuesta, participativos, que aluden a los oficios y al movimiento. De la música salen los personajes y se integra el movimiento del muñeco con el de la persona en escena cantando y narrando.

Con este formato, recital de música y muñecos, en el que cada acto tiene la duración de una canción, ganaron la Beca de creación para primera infancia del Ministerio de Cultura con “Cantos de agua”, una beca de itinerancia con la que llegaron a Chocó y recorrieron Andagoya, Condoto y Quibdó.

Viajando por todo el país con esa obra, se dieron cuenta de la importancia de las rondas en la transmisión de saberes y valores, los niños se reconocían en los personajes y los acompañantes completaban y participaban en las canciones. En sus obras hay representantes de todas las etnias y clases, negritudes, indígenas y campesinos, ellos  les hablan a los niños de la diversidad, saberes y oficios.

En “Pinsiete” por ejemplo, hay un indígena muisca que enseña a contar de 1 a 10 en chibcha así como les enseña y les muestra a los niños que hay personas que hablan otras lenguas, y hacen parte de un mismo país.

Las obras están pensadas desde varios estímulos tanto visuales como escénicos, cuya experiencia se completa con la participación y observación de los niños que están presentes.

Nos dimos cuenta de que se necesita un silencio en medio de la obra. Los niños están tan emocionados que después de la emoción sigue un respiro. Somos partidarios del bajo volumen, que los niños escuchen, contemplen la obra y si tienen dudas o algo les impacta o les emociona lo comenten con el vecino.Esmeralda Quintana

Otra clave es la multidisciplinariedad, que tiene que ver con los títeres, la naturaleza del trabajo con los muñecos animados, en el que participan por supuesto las artes plásticas, la música y la narración. 

Estos dos artistas se encontraron hace varios años haciendo teatro para adultos, en una época de mucha coyuntura política y de guerra. Los dos jóvenes románticos con ganas de transformar al mundo, optaron por el arte como vehículo de cambio.

Cada vez nuestro público es más pequeño, pero nos hemos dado cuenta de que los niños han cambiado mucho. Ha bajado la edad de los niños que asisten a títeres, pero hay otra edad de los niños que ha subido. Ya los niños de dos años se sientan a hablar, se mueven, cantan. Han sido estimulados de otra manera, primero aprenden a bailar que a caminar o a cantar que hablarJavier Montoya

Paralelamente a su trabajo artístico Esmeralda trabaja con niños de pre-escolar y los conoce muy bien. Esto ha impactado en la forma de hablarles a los niños. Las rondas tradicionales son actualizadas con nuevas estrofas a cargo de Teatro comunidad, y es por eso que Mambru se fue a la guerra se convierte en un llamado a la reconciliación y a la paz. Una invitación a que ningún niño vaya a la guerra y disfrute de sus derechos plenamente, o como la protagonista de Arroz con leche que puede decidir entre ser soltera o casada, sin quitarle la esencia a la canción.

A medida que las canciones o actos van pasando, los niños sienten más confianza, se acercan a los artistas o bailan en sus puestos, la experiencia no acaba con el acto. Cuando se termina la obra todos se van cantando.

El títere es una poesía viva, que se mueve. Es la fantasía de un niño, que los muñecos vivan, ellos siempre están a animando sus juguetes. El títere existe en la imaginación y se crea ante el encuentro entre el público y el titiritero que en complicidad crean el personaje. Los niños tiene la capacidad de abstraer los artistas y relacionarse directamente con los muñecos

 

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