‘No sueño con un papá que en las noches sea Superman’

Soy María Alejandra Cubillos, estudiante de literatura de la Universidad de los Andes, tengo 18 años. Me gusta la música, aprendí a tocar el violín desde pequeña, amo el espacio exterior y todas sus manifestaciones y deseo relatar un sin número de historias de la gente cotidiana que rodea nuestro entorno.
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Maria Alejandra y su papá Juan Carlos.

Bienvenida al tercer planeta del sistema solar… la Tierra. En el momento del aterrizaje estaré esperándote junto a tu madre, me excuso de antemano si en algún momento te llegamos a parecer extraños, solo será mientras descifres los códigos mágicos que este planeta te depara”. Como lo cuenta la historia, de una manera muy similar retumbaban tales palabras de su boca a mis oídos, atravesando la curvatura llenita de agua en la que nadé por 9 meses.

En el momento de su llegada ignoré su pasado, evadí sus rasguños e involuntariamente me dediqué a enmendar un cuerpo solo, lleno de fórmulas con respuestas en abstracto e ideas sin resolver, o sin siquiera encontrar un norte. Por simple imitación aprendí que debía llamarlo papá, aunque su nombre no fuera tal. En las noches en pijama bailábamos la “ciguapita” descalzos, en el día (supongo) planeábamos un mapa estelar. Rock en español, ése era el que él escuchaba en nuestra primera casa chiquitica, recuerdo su computador grande y cuadrado, sus gafas, que con el tiempo dejó de usar, y las canciones de argentinos y latinos que hablaban de perros mojados bajo la lluvia o cosas así, a mí me gustaban. Su ropa generalmente oscura, en especial una camiseta de color… ¡verde!, ese verde difícil de digerir. En sus sueños más profundos alguna vez quiso ser pianista y le apasionaba Rajmáninov, en la casa no teníamos ningún instrumento, que yo recuerde, pero la música siempre estaba presente.

Mi papá tenía unos cachetes parecidos a los míos, como si desde un principio me hubiera pintado en su imaginación de una manera muy parecida a él. En algunas ocasiones nos cortábamos el cabello igualitico. Sin darse cuenta me enseñó a amar lo astral, así comprendí que algunas distancias que experimentamos con los años, en otro mundo serían centímetros que nos separarían. Después de vivir en varias casas, casitas, casotas, y con las mudanzas, íbamos renovando el espacio, adquiriendo algunas cosas y dejando otras atrás; aprendí a acomodarme de la manera adecuada en cada lugar. Dentro de todos esos hogares de pronto hubo uno en el que él dejó de estar y sólo aparecía por momentos, frecuentes, pero no era lo mismo. Y aunque fue una experiencia diferente, ya no verlo al amanecer y al anochecer a diario me gusto más. Entonces empecé a tener dos casas. ¡Qué niña más afortunada!, además él me prometió que aunque estuviera lejos, siempre estaría más cerca de lo imaginado.

"Mi papá tenía unos cachetes parecidos a los míos, como si desde un principio me hubiera pintado en su imaginación de una manera muy parecida a él".

«Mi papá tenía unos cachetes parecidos a los míos, como si desde un principio me hubiera pintado en su imaginación de una manera muy parecida a él».

Si alguna vez pierdo a mi papá en mis sueños ya sabría cómo encontrarlo, es muy fácil. Recordaría sus rasgos y los iría descartando de la gente que poco a poco voy observando, hasta poderlo encontrar, yo creo que haría una lista: tiene el cabello como spaghetti (la comida que primero aprendió a cocinar), tiene los ojos color… (creo que parecidos al color de su camisa, difíciles de determinar), ¡Ay! Pero claro, lo reconocería por sus piernas, él es el único con la capacidad de tener dos estaturas, de ser viejo y joven a la vez, de ser MUY GRANDE como un gigante en una cuevita, o por el contrario, una arañita chiquitica en un gran armario.

Lo recuerdo bailando salsa en la clave de las olas del mar pues me gusta mucho verlo bailar, no se imaginan cómo mueve los pies. Poco a poco “aprendió” a peinar a mis hermanas, al peinado le llamó palmerita, ya se podrán imaginar porqué. No recuerdo que le gustara héroe alguno, tenía algunos ídolos que variaba por épocas: Silvio Rodríguez, Rubén Blades… Tampoco le gusta el fútbol, nunca lo he visto representar a algún equipo vistiendo su pancita de algún color representativo. Después descubrí que le gusta viajar, pero además de viajar y conocer, una de las cosas que más le fascina es recordar los momentos; nunca me lo ha dicho pero se le nota, por eso le gusta tanto tomar fotos, en su computador tiene carpetas de fotos que contempla de vez en cuando, recordando el pasado y agradeciendo el presente que se produjo. Captura fotografías de rostros, pero ante todo de paisajes, donde la inmensidad parece alcanzable.

" Poco a poco “aprendió” a peinar a mis hermanas, al peinado le llamó 'palmerita', ya se podrán imaginar porqué".

» Poco a poco “aprendió” a peinar a mis hermanas, al peinado le llamó ‘palmerita’, ya se podrán imaginar porqué».

¡Pero claro! Casi olvido la quena, aquel instrumento de madera, tan andino, que aún sigue aprendiendo a tocar, solo se sabe una canción y frecuentemente la repite en su quena, perfeccionando el sonido, poniendo los dedos a la disposición de la misma y alegrando su ser. Muchas veces se dormía viendo las películas en las que se requiere el hilo conductor de la historia para llevar la idea. Estoy segura de que en sus sueños él estaba muy pendiente de la trama. Los sueños… le parece muy importante que le cuente lo que sueño en las noches. Dice que los sueños están ligados al pensamiento, a las emociones, a las diferentes vidas y que por eso son signos del plano en el que nos encontramos ahora. Tan importantes son los sueños para él, que a veces cuando está dormido empieza a hablar en voz alta de globos de colores, de la selva y de la vida. Cuando se despierta no recuerda lo que ha dicho pero nos relata qué se ha soñado como si fuera un cuento para dormir.

Una vez fuimos al río y en el fondo su arena estaba viscosa y suave; la podíamos coger con nuestras manos y ver cómo lentamente se nos resbalaba por los dedos con una magia celeste y armónica. De repente se le ocurrió un juego: nos untamos la arena en la cara, en los brazos, en el cuello, y dijimos que éramos Martin Luther King, el gran discípulo de Gandhi (a mi parecer), y empezamos a decir su discurso pero de una manera un poco más personal. Llené mis manos de una cantidad de barro suficiente y dije: “I have a dream… Yo tengo un sueño, tengo el sueño de levantarme cada mañana alrededor de las personas que amo”. Así tengo la dicha de despertar unas veces con mi mamá y otras con mi papá. Yo tengo un sueño: nunca sentir que estoy sola, y por eso tengo varios hermanitos que van construyendo mi compañía. Yo tengo un sueño… (mmmm, espérenme un momento por favor, estoy recordando el sueño). ¡Listo! no sueño con un papá que en las noches sea Superman, ni que convierta el agua en fuego o que respire bajo el agua, prefiero uno que no vea mucho de lejos, uno que me muestre este planeta pero que aun así me recuerde que todavía tengo galaxias por recorrer. Me agrada ese a quien le fascina cantar desafinado, ése que eligió ser mi papá.

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3 Comentarios

  1. !!!Guaooo!!! !Que hermoso! De pronto, mientras leìa, se me perdía el relato, y volvía de nuevo a leer. Simplemente no podía dejar de recordar el día que te conocí. Aventura tras aventura. Historias. Confesiones… Cantábamos a pulmón canciones de Silvio Rodrìguez …. y tiempo después, la llegada de Marìa Alejandra. !!Felicitaciones! A los dos.

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  2. Ale. Que inmensa alegria ver que tus sueños se pueden llegar a plasmar en letras, palabras y hermosos mensajes. Te felicito.

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  3. Hola Aleja gracias por compartir tu experiencia de hija, pude sentir que vas a navegar en muchas de esas palabras e historias para adentrarte en la aventura humana, te he visto crecer desde lejos y hoy me alegro de que se ilumine mi ser en tu historia, un abrazo Claudia Montagut

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