¡Por el derecho a soñar!

 

Por Dora Inés Vivanco Julio, coordinadora del Área de Infancia de la Conferencia Nacional de Organizaciones Afrocolombianas.

 

Cuando hablamos de desarrollo de un país indiscutiblemente debemos pensar más allá de los índices de crecimiento económico, de la riqueza de recursos naturales o de la ubicación geoestratégica, que sin duda Colombia es privilegiado. La apuesta implica pensarnos en términos de condiciones de vida de la población y de la garantía de sus derechos. Algunos países incluso integran en su medición de desarrollo el índice de felicidad, y cada vez se es más consciente de la importancia de invertir en la garantía de estas dimensiones desde la primera infancia.

Así, gran parte de los esfuerzos se concentran hoy en garantizar desde la edad temprana de las niñas y niños el acceso a salud, educación, alimentación, espacios protectores, participación, entre muchos otros derechos; y me lleva a pensar en la importancia que cobra garantizar también los derechos colectivos de los pueblos étnicos, con quienes el Estado aún tiene una deuda histórica que conlleva trascender los indicadores de cobertura e implementar estrategias para promover el derecho a la no discriminación, al territorio, a la identidad cultural (la memoria, las costumbres, los saberes ancestrales, la lengua) y, en sí mismo, el derecho al desarrollo, que, como plantea Kofi Annan, «es la medida del respeto de todos los derechos humanos».

Y es que proclamamos amor por nuestras raíces, pero las desconocemos; nos sentimos felices por reconocernos diversos, pero le tenemos miedo a la diferencia. Y creo que eso radica, principalmente, en una profunda ignorancia de nuestra historia o de nuestras historias. En el imaginario social somos una sola masa homogénea, con estereotipos racistas, sexistas, segregacionistas que inconscientemente hemos cargado durante décadas, que se han transmitido de generación en generación y que descargamos en las niñas y niños, desde las familias, los centros de educación infantil, colegios y entidades prestadoras de servicios. Siempre comparto con profunda tristeza una historia que me contó una mamá negra, del Pacífico colombiano cuando llegó a Bogotá:

“Mi hija tenía 5 añitos cuando llegamos. Fue muy difícil al principio, dejamos todo en nuestra tierra, pero nos tocó salir por la violencia. Yo quería otra cosa para mis hijos. Mi hija empezó en el jardín muy contenta, pero luego ya no quería volver, me decía que siempre la molestaban mucho. Un día llegó a casa llorando, diciendo que quería cortarse la cabeza y ponerse una blanca”.

Esta niña, a quien conocí, de una sonrisa preciosa, un abundante cabello crespo trenzado y unos ojos curiosos, no conocía la definición de discriminación racial, pero sin duda la estaba viviéndola a sus escasos 5 años. Y es que en las niñas afrodescendientes las expresiones de racismo pasan por su cabello, su piel oscura y todo su fenotipo: desde la percepción social de la estética hasta por lo que se espera de una niña o una mujer afro. La diferenciación en términos de desarrollo biológico y su hipersexualización es un tema invisible en la educación, así como lo es la castración de las expectativas frente a los roles estereotipados por la raza y el género. Este es un tema que a los ojos de los investigadores ha resultado trivial, pero que fundamenta la racialización de las mujeres negras en el mundo, en los diferentes contextos sociales, y que trasciende la clase, la formación académica y la percepción de éxito y de desarrollo social. Es por ello que la primera invitación para las niñas afrodescendientes debe ser a soñar, a trascender el rol impuesto a la mujer negra en oficios serviles y no porque sean malos, sino porque no son los únicos.

Esta realidad de discriminación racial, tan común en la vida de miles de niñas en Colombia, me llevó a preguntar por el impacto real de las estrategias que implementamos para garantizar el acceso a la salud, la educación, la alimentación. Me llevó a preguntar si nos olvidamos del sujeto de derechos, de ese niño y esa niña que desde sus primeros años de vida se enfrenta a una realidad que no es la suya, que no les protege, que, en el caso de las niñas y niños afrocolombianos como sujetos colectivos, no se les es reconocidos.

Fotografía: @FOTOMILTON

Existen muchos saberes tradicionales que hacen parte de nuestra riqueza como país y que de reconocerse enriquecerían nuestras prácticas cotidianas en la atención desde la primera infancia. Por nombrar un par de ejemplos:

Tenemos la partería tradicional, reconocida hoy como patrimonio cultural e inmaterial, que valora a las parteras tradicionales no solo como quienes ayudan a traer bebés al mundo, sino, además, como grandes conocedoras de un legado histórico: de las hierbas necesarias para cada etapa del embarazo, durante y después del parto, su humanización y su significado espiritual.

Otro ejemplo es el conocimiento tradicional del campo, que tiene un significado fundamental en la siembra y en la cosecha de los alimentos, pues cuando se trata de la seguridad alimentaria es fundamental para los pueblos afro defender su soberanía, que trascienda de preservar las recetas tradicionales y conlleve al reconocimiento de los territorios ancestrales, del cuidado de la tierra, la defensa de la pureza de los recursos hídricos y la sostenibilidad para garantizar la vida de las siguientes generaciones.

Finalmente está la tradición oral, llena de significados, que se traduce en los arrullos, los cantos y los cuentos que las abuelas y madres transmiten desde la gestación y los primeros años de vida: el reconocimiento de las lenguas criollas que nos hablan del legado de nuestros ancestros. Hoy existen experiencias de etnoeducación en algunos Centros de Educación Infantil, que integran en sus currículos las prácticas y saberes ancestrales de los pueblos afrocolombianos, así como la rica literatura de escritoras y escritores afro que durante décadas han sido invisibles en los sistemas escolares, so pretexto de abordar el tema si existen estudiantes afrodescendientes, cuando precisamente se trata de lo contrario, es decir, de reconocer que los aportes de las y los afrocolombianos en la literatura, la política, las ciencias, las artes, la legislación, y sí, el deporte y la música, hacen parte de nuestra riqueza como país y no solo como pueblo étnico.

En este sentido las políticas públicas orientadas para garantizar los derechos de la población, desde la primera infancia, implican la adopción de estos enfoques diferenciales para toda la población. Es sin duda un reto que nos posibilitará construir nuevos imaginarios sociales en torno a los afrodescendientes, a llenar de contenido la palabra diversidad, a derribar los estereotipos raciales que hemos naturalizado y que influyen en la construcción de identidad de las niñas y niños desde lo negativo, para promover su construcción desde lo positivo, de lo que significa la riqueza étnica y el reconocimiento de la historia de la Diáspora Africana de la que también somos descendientes.

Es así como generamos opciones reales para garantizar los derechos individuales y colectivos desde la primera infancia, y es así como estaremos sentando las bases para mejores condiciones de vida de la población, aportando desde otros escenarios a la construcción de esta nación, de una manera más justa y equitativa. De esta manera posibilitaremos colectivamente otros modelos de desarrollo como país, en el que reconozcamos la diferencia como una riqueza.

Solo así las niñas y niños pensarán que las ciencias, las matemáticas, la política y la literatura también son opciones en su proyecto de vida. Solo así soñarán que es posible lograrlo. Solo así soñar la conquista de otros escenarios dejará de ser un privilegio.

 

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1 Comentario

  1. Mi estimada Dora, muy agradecido con que hayas compartido esta nota. Con una capacidad de síntesis impresionante, creo que has situado con complejidad lo que significa poner a las niñas y niños radical y maravillosamente diversos en el centro para pensar las políticas de la infancia o mejor de las infancias en Colombia y las Américas. Debemos seguir firmes en el ejercicio de impulsar estas reflexiones bastantes escasas en las instituciones del Estado. Mis saludos cordiales. Mil gracias.

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