Mónica Molano, la lactancia es un alimento emocional
Mónica Molano habla con la serenidad de quien ha hecho de la escucha un oficio. Su camino hacia la maternidad consciente y la lactancia comenzó, como en muchas mujeres, desde la experiencia personal, pero pronto se transformó en vocación y propósito de vida.
Se formó como asesora de lactancia materna en Edulacta, una escuela española pionera en la formación de profesionales en este campo, y desde el año 2020 acompaña a madres en los distintos retos de alimentar, sostener y criar a sus hijos desde el pecho. Su curiosidad y sensibilidad la llevaron a especializarse en anquiloglosia —una condición poco comprendida que puede afectar la lactancia— y a complementar su formación con cursos en banco de leche, lactancia esencial y el abordaje emocional de la maternidad.
Pero más allá de los títulos, Mónica es una mujer que ha aprendido a leer las dudas, los miedos y las culpas que tantas veces atraviesan a las madres en sus procesos de lactancia. Desde su experiencia como asesora, y también como mamá, ha construido un espacio de acompañamiento que combina la ciencia con la empatía. Su voz circula en redes sociales como Instagram y Facebook donde comparte contenido educativo y vivencial que va desde la técnica de un buen agarre hasta reflexiones sobre el rol social de la maternidad.
Para Mónica, la lactancia no es solo un acto biológico, sino un escenario donde confluyen las decisiones íntimas de la madre, las necesidades del bebé y las condiciones —muchas veces adversas— que impone la sociedad. Esa mirada integral la convierte en una voz clave en la conversación sobre cómo cuidar no solo a los bebés, sino también a las mujeres que los alimentan y sostienen.
“Acompaño a las mamás en sus procesos, en las dudas, en los retos que surgen. No es solo responder preguntas técnicas, es estar ahí, entender lo que viven y apoyarlas sin juicios”, explica.
Mónica Molano: entre la experiencia y el acompañamiento en la lactancia
“Yo tengo un hijo de 18 años y una hija de 5”, comienza contando Mónica Molano, asesora de lactancia materna. Esa diferencia de edades entre sus dos hijos marcó también dos mundos distintos en su vivencia como madre: en su primer parto, hace casi dos décadas, la información sobre lactancia era escasa, poco circulaba en las redes familiares y mucho menos en la sociedad. Con su hija menor, en cambio, la experiencia fue distinta: “creía que iba a ser más fácil, que ya tenía la experiencia, pero me enfrenté a una lactancia más desafiante”.
Su hija pedía alimento con más frecuencia y Mónica empezó a sentir esa presión que tantas madres conocen: el temor a que la leche no fuera suficiente, las dudas sobre si su hija estaba alimentándose bien, los comentarios de la familia señalando la lactancia como la causa de todo: los despertares, los gases, el llanto. “Socialmente siempre se le echa la culpa a la lactancia”, dice. Y esa carga emocional puede ser tan fuerte como el cansancio físico.
Así descubrió que muchas de las barreras de la lactancia no están en el cuerpo, sino en el desconocimiento y la falta de apoyo. “Solo el 5% de las mujeres en el mundo no pueden amamantar realmente”, explica. “Eso significa que la gran mayoría sí puede hacerlo, pero muchas creen que no porque no tienen información, no entienden cómo funciona su cuerpo, o no cuentan con el acompañamiento necesario”. Para ella, esa brecha de conocimiento es la raíz de muchos abandonos en la lactancia, sumada a los mitos culturales que se transmiten de generación en generación.
Mónica recuerda varios de ellos: que si la madre come algo, al bebé le caerá mal; que la leche “no llena”; que el dolor es normal y hay que soportarlo; que demasiada lactancia “malcría” al bebé. Todos, mitos que terminan presionando a la mujer y debilitando la confianza en su propio proceso.
Incluso el sistema de salud ha contribuido, por desconocimiento, a estas dificultades. “En la universidad, muchos profesionales solo ven una materia de lactancia, y con eso se quedan. El resto no lo actualiza. Eso hace que cuando una mamá busca ayuda, la mayoría de veces se encuentre con consejos equivocados”, afirma.
Otro de los temas que la inquieta es el uso de medicamentos. En la mayoría de cajas se advierte que no deben usarse en embarazo y lactancia, pero —explica— esa precaución existe porque nunca se testearon en mujeres lactantes. “La lactancia funciona diferente al embarazo”, señala. “Hoy ya hay sociedades pediátricas que estudian medicamento por medicamento y demuestran que muchos sí son compatibles. Pero esa información aún no llega a todas las mamás ni a todos los profesionales”.
En medio de esas contradicciones y vacíos, Mónica encontró una misión: ayudar a que las mujeres que quieren amamantar puedan hacerlo con información, herramientas y apoyo real. Reconoce que no todas desean o pueden hacerlo, y que también está bien elegir no dar leche materna. Pero insiste en que, para quienes lo intentan, el conocimiento puede marcar la diferencia entre renunciar y lograrlo.
La lactancia: una decisión personal y consciente
Para Mónica, hablar de lactancia es hablar también de autonomía, de derechos y de bienestar integral. Aunque reconoce los múltiples beneficios de la leche materna —tanto para la salud física como emocional de los bebés—, es enfática en que no puede convertirse en una imposición.
“La lactancia es decisión de la mamá”, sostiene. Su mirada se centra en la importancia de escuchar tanto al niño como a la madre, pero sin dejar de priorizar el bienestar de quien amamanta. “Si la mamá está agotada, si ya no lo está disfrutando, no hay nada que hacer. La salud y el desarrollo del bebé también dependen de que la mamá esté bien”, explica.
Ese equilibrio entre deseo, posibilidad y límites es, según Mónica, lo que marca la diferencia. Por eso, insiste en que el destete no debe ser abrupto ni impuesto, sino un proceso respetuoso que tenga en cuenta las necesidades emocionales y nutricionales del bebé, pero también la salud mental y física de la madre.

La lactancia como alimento emocional
Cuando Mónica habla de lactancia, insiste en que no se trata únicamente de nutrir el cuerpo. “La lactancia no es solo un alimento físico, también es un alimento emocional”, afirma con convicción. Y en sus palabras cobran sentido: el pecho no solo calma el hambre, también ofrece consuelo, seguridad y regulación emocional.
Los bebés encuentran en la succión un recurso vital para relajarse. “Los niños regulan sus emociones con la succión —explica—. Por eso existe el chupo: cuando un bebé toma biberón y no puede seguir succionando un envase vacío, se le ofrece el chupete para que logre tranquilizarse. En inglés, no por casualidad, se llama pacifier, pacificador”.
En la lactancia materna ocurre lo mismo: el pecho funciona como alimento, pero también como refugio. Los bebés lo buscan no solo para comer, sino para dormirse, calmarse cuando lloran, relajarse después de un susto o reconfortarse durante una enfermedad. En ese sentido, la lactancia se convierte en un espacio de apego seguro, un vínculo que va más allá de lo biológico.
Ahora bien, cuando la lactancia no está presente, esto no significa que los niños queden desprotegidos emocionalmente. Existen otras formas de construir apego y de acompañar las emociones: leerles un cuento, cantarles, abrazarlos, brindar presencia y contacto. La diferencia, dice Mónica, es que cuando existe la lactancia, esta se convierte en un vehículo natural para esa gestión emocional.
Este aspecto cobra relevancia al momento del destete. “Si un bebé se duerme con la teta, la pregunta es: ¿cómo lo ayudamos a dormirse sin ella? No se trata de quitar de golpe, sino de ir introduciendo otras rutinas: leer un cuento, aumentar el tiempo de caricias, cantar una canción. Poco a poco, la teta se reduce y otras herramientas crecen”, señala.
Ese tránsito, reconoce, no siempre es fácil, pero forma parte del desarrollo emocional del niño. “Es un proceso de reemplazo que ayuda al bebé a aprender otras formas de calmarse y de gestionar sus emociones cuando sea más grande: respirando, abrazándose, buscando consuelo en otras maneras de relacionarse”.
Para Mónica, la lactancia deja huellas invisibles pero duraderas: “Emocionalmente ahí hay un tema de apego importante. Es un apego seguro, una protección que, con el tiempo, se traduce en confianza en la vida”.
¿Por qué algunas mujeres no logran o no continúan lactando?
La lactancia no es solo un proceso biológico: también está atravesada por lo social, lo cultural, lo económico y lo emocional. Muchas veces se piensa que si una madre no lacta es porque “no quiere”, pero la realidad es mucho más compleja y, en gran medida, está mediada por las condiciones que la rodean.
Con el paso del tiempo se han conquistado ciertos derechos para las mujeres, pero no siempre se ha pensado en cómo esos avances dialogan con la maternidad. La maternidad sigue estando muy validada hacia afuera —“lo más importante es el bebé”, “la mamá debe estar disponible”—, pero en la práctica el apoyo real que reciben las madres es insuficiente.
Hay varios factores:
- El tiempo que la mujer puede dedicar a la lactancia está condicionado por la corta duración de la licencia de maternidad y porque muchas empresas no cumplen siquiera lo mínimo que establece la ley. A esto se suma el miedo a perder el trabajo, a ser descartada en procesos de contratación por “ser más costosa” o a quedar rezagada profesionalmente.
- Las condiciones económicas: mientras se recomienda amamantar por lo menos dos años, la mayoría de madres no tienen garantías para hacerlo. En estratos bajos la situación es aún más compleja: las mujeres deben salir a trabajar muy pronto y, aunque quisieran, no siempre tienen un lugar o un tiempo adecuado para lactar. Paradójicamente, quienes más necesitan lactar —porque la fórmula es costosa— son quienes menos condiciones tienen para hacerlo.
- La salud mental y emocional de las madres: la presión social, el agotamiento y la falta de redes de apoyo terminan afectando no solo el vínculo, sino la continuidad de la lactancia.
- El desconocimiento y los mitos: muchas mujeres abandonan la lactancia porque sienten que “no producen suficiente leche”, cuando en realidad la producción funciona por oferta y demanda. Es decir, cuantas más veces succione el bebé, más leche se produce. Si en lugar de 12 tomas al día, el bebé hace solo 10 porque dos se reemplazaron por biberón, la producción empieza a bajar. Pero esto casi nunca se explica de manera clara.
A esto se suman creencias como que “para tener más leche hay que tomar ciertos tés, galletas o hierbas”. En realidad, lo único que garantiza la producción es la succión frecuente y efectiva del bebé. Lo que ocurre es que, aunque la lactancia es un proceso natural en los mamíferos, los humanos ya no nos guiamos únicamente por el instinto. Necesitamos información, acompañamiento y conocimiento para atravesar el proceso.
Existen también momentos críticos que suelen confundirse con “baja producción”. Por ejemplo, a los tres meses muchos bebés atraviesan un pico de crecimiento y piden más pecho. Esa mayor demanda es justo lo que estimula más producción. Sin embargo, muchas madres piensan que la leche ya no les alcanza y empiezan a introducir fórmula. Lo mismo pasa en otras etapas de crecimiento o desarrollo, y ahí suelen darse muchas renuncias. De hecho, si se habla con abuelas y madres de distintas generaciones, es común escuchar frases como “yo solo pude dar hasta los tres meses” o “hasta los seis”, porque esos momentos coinciden con esas crisis de demanda.
Finalmente, está el tema del dolor. Grietas, sangrado, mastitis… todas son razones frecuentes para dejar de amamantar. Y en la mayoría de los casos, no se trata de una incapacidad de la mujer, sino de falta de orientación: un mal agarre, una postura incorrecta o un desconocimiento sobre cómo manejar esas dificultades.
En resumen, no es que las mujeres no quieran lactar, es que la lactancia sigue siendo un derecho sin garantías. No hay condiciones sociales, laborales ni culturales suficientes para que este proceso sea realmente posible y sostenible. Por eso, la renuncia a la lactancia muchas veces es una consecuencia del entorno, no de la falta de voluntad.
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