Texto: Juan Carlos Millán Guzmán – Dirección de Artes, Ministerio de Cultura.
Fotos: Milton Ramírez – Ministerio de Cultura.
Tras participar en el lanzamiento del libro Leer es mi Cuento. Libros para la primera infancia, retorno de una inversión en el país, la escritora Marina Colasanti se refirió a algunos aspectos relacionados con su oficio y la importancia de la lectura.
Considerada una de las figuras más representativas entre los autores consagrados de literatura infantil de América Latina, Marina Colasanti (Asmara, Eritrea, 1937) se ha desempeñado como cronista, columnista, redactora, traductora, ilustradora, editora, reseñista y ensayista.
Periodista del Jornal do Brasil, publicó en 1968 su primer libro para adultos Eu sozinha (Yo solita). Entre 1973 y 1993 presentó programas televisivos como Olho por Olho, Primeira Mão, Os Mágico, Sábado Forte e Imagens da Itáli, entre otros.
Su primer libro de cuentos para niños, Una idea toda azul, fue merecedor del premio Lo mejor para los jóvenes de la Fundación Nacional del libro infantil y juvenil en Brasil, mientras que La muerte y el rey resultó galardonado con el primer premio del Concurso Latinoamericano de Cuentos para Niños de la Unice Y FUNCEC (Fundación Comunitaria Educativa y Cultural João Monlevade). Lejos como mi querer recibió en 1996 el premio de literatura infantil y juvenil Norma-Fundalectura.
En su extensa bibliografía para niños sobresalen títulos como: En el laberinto del viento, Entre la espada y la rosa, La amistad bate la cola, Clasificados y no tanto y Ana Z., ¿dónde vas?
“Tenemos una ventaja inmensa porque ya no se puede decir que no hay libros, o que son caros: uno los lleva en el bolsillo. ¡La biblioteca de Alejandría era pequeña respecto a lo que cada uno de nosotros puede consultar a través del teléfono! Sin embargo, poder llevar todos esos libros en el bolsillo es una cosa y consultarlos otra. ¿Cuántas veces a la semana un estudiante procura hacer consultas más profundas que no simplemente le permitan responder un examen o hacer una tarea? Incluso hasta pueden encontrarse resúmenes de libros para poder hacerlo,resultado de ello es que muchos jóvenes ya no leen”, afirma Colasanti.
La fortuna de leer
¿Qué relación se establece entre el niño y personajes como El lobo feroz?
La sensación que tienen los niños, y sobre todo los más pequeños, es la de estar reprimiendo un lobo interior del que van a necesitar a lo largo de la vida. El lobo no aparece por casualidad, y de hecho es una de nuestras armas de defensa: lo necesitamos para sobrevivir.
Sin embargo el niño tiene la sensación de que debe rechazarlo, debido a que la enseñanza que recibe suele conducirlo a desarrollar sentimientos asociados a la suavidad y la dulzura, pese a que no he conocido a un niño que no intentara arrancar las alas de un insecto o tirar de la cola de su mascota a lo largo de su infancia. ¡Tirar la cola del gato en esa etapa es un imperativo moral que hasta los propios padres debieron hacer cuando eran niños!
Cuando este tipo de actitudes se repiten generación tras generación debe haber una significación, que produce un miedo inconsciente en el niño inducido a demostrar estos buenos sentimientos, porque asume que su lobo va a terminar en la basura, y su simpatía por este tipo de animales termina siendo flagrante.
¿Se ha banalizado la figura del antihéroe?
En la literatura para niños, gracias al señor Dios, hay espacio para todos: el ogro y el hada madrina, el bueno y el malo, porque se trata de representaciones de los humanos. Al tratarse de representaciones simbólicas, es importante que los sentimientos humanos estén representados en toda su complejidad y no en un sistema binario que termina siendo muy pobre.
Hoy en día se hacen muchos libros por cuestiones de mercado, y pese a que los libros que fueron buenos ayer también lo son hoy, hay una constante demanda de libros nuevos con un carácter maniqueo en el que el malo siempre vence al bueno. Dividir la vida de esa manera resulta muy pobre y la buena literatura nunca lo hace.
Su vida ha estado rodeada de libros, ¿cómo comenzó a establecerse esta relación tan especial?
Primero tuve un contacto oral, no de personas que contaran historias sino que las leían: mi mamá y mis niñeras. Ellas me leían cuentos maravillosos y entre esos primeros libros recuerdo a Pinocho, que en Italia es todo un héroe para los niños. Sin embargo, por una serie de circunstancias más bien fortuitas relacionadas con mi familia y con la Segunda Guerra Mundial, mis padres decidieron hacernos un regalo para que nos hiciera compañía a mi hermano y a mí: una colección de clásicos adaptados para la infancia que cambiaron mi vida.
La suerte tiene sus caminos y como mis padres no se fijaban mucho en los detalles, terminaron comprando una colección para niños a partir de los 13 años que lo tenía todo: La Ilíada, La Odisea, Don Quijote, libros de Stevenson, Edgar Allan Poe –todavía recuerdo la emoción que me causaban sus cuentos-. Eran muchos, muchos libros, así que mi hermano y yo pasamos un año o año y medio leyendo.
Cuando nos cansábamos de leer comenzamos a recrear las historias y a encarnar sus héroes: fui Jane, la protagonista de Tarzán, muchas veces; fui también Dulcinea. ¡Mi hermano y yo fuimos mucha gente! Así que la ficción, la realidad y la fabulación estaban mezclados. Se trató de una epifanía como lectora que estuve cerca de repetir al descubrir a los rusos y a los norteamericanos a los 18 años.
Usted tuvo la fortuna de contar con esa primera gran biblioteca personal, situación que en el contexto latinoamericano es más bien rara. ¿Qué papel juegan en este entorno las bibliotecas públicas?
Yo acompaño hace muchos años el trabajo que hace Fundalectura, así como las actividades encaminadas a promover la lectura en Colombia, que en un momento propició una relación muy estrecha entre Brasil y Colombia. Mi esposo, el poeta Affonso Romano de Sant’ Anna, fue responsable durante varios años de las políticas de lectura en Brasil, pero la verdad es que resultan temas muy complicados porque hay que hacer un implante cultural.
Todos sabemos cómo se hace, está el decálogo de la UNESCO, y lo sabemos desde hace más de 30 años, pero qué difícil es llevarlo a la práctica con presupuestos limitados, gobiernos que cambian, alcaldes que a veces se interesan pero otras no. Cada vez que se interrumpe este tipo de proceso el retroceso resulta inmenso, porque no solo se trata de formar niños lectores, sino de hacer que la lectura sea considera como un elemento primordial para la cultura de un país.
Eso requiere de un proceso mucho más largo en el que se pueda interesar a docentes, padres de familia y a la clase política, porque ellos tienen que creer que en realidad el dinero que se invierte en promover la lectura tendrá como consecuencia el desarrollo económico, mucho más que el dinero depositado en una cuenta de Suiza.
Lectores y lecturas
¿Cómo encausar las primeras lecturas?, ¿es conveniente hacerlo?
Todas las personas que trabajamos en el campo de la promoción de la lectura sabemos que hay niños que nacen con una vocación lectora y solo necesitan que se les proporcionen libros que terminarán eligiendo de acuerdo con sus gustos particulares. Los otros niños, interesados por otro tipo de actividades, son el verdadero problema, más aun si en la casa –donde de seguro siempre está la televisión prendida- no hay un solo libro que les pueda servir de estímulo.
La enseñanza tiene un carácter mucho más amplio que no puede ser substituido por la televisión, aunque también allí se cuenten historias, si se quiere parecidas a las que están en los libros, pero que no son lo mismo, porque los héroes son casi idénticos y las variaciones muy pocas. La lectura es otra cosa.
¿Por qué preferir leer una historia a verla?
Si por ejemplo hablamos de buen cine, una película de un gran director –digamos Bergman-, los resultados son los mismos a los de un buen libro, porque en ella habrá una búsqueda y una discusión sobre la vida que tendrá una tentativa de respuesta, aunque no la tengamos: se trata de un esfuerzo artístico y estético en el que hay un contenido de gran intensidad. Sin embargo la televisión no suele divulgar ese tipo de discurso.
Si por ejemplo narro un viaje, el espectador se imagina cosas que cruza con sus propias experiencias de viaje, lo que a él mismo le interesaría hacer durante ese recorrido; es decir que elabora mi narrativa con la suya y se la apropia. Pero si le envío 10 o 20 fotos cada día y él las recibe en su teléfono junto con otras tantas que le envían otras personas las mira una vez y ya está.
La fuerza de la imagen se encuentra en la intención que hay detrás: si vemos un libro de Salgado – Sebastião Salgado, fotógrafo sociodocumental y fotorreportero brasileño- podemos pasar semanas reflexionando alrededor de sus fotografías, porque allí hay un proyecto y un discurso, eso que llamamos arte, y que al estar presente en una imagen es muy productivo, pero que de otra forma no es nada.
¿Cómo evitar perderse en ese universo de información y de lecturas que es internet, donde también abunda la basura?
Para los adultos hay mucha basura, pero para los niños es todavía peor. Hay cosas estupendas, por supuesto, pero los adultos suelen creer que el niño se contenta con lo que sea; así que mientras la basura para adultos está algo más organizada -a partir de una serie de encuestas sobre intereses particulares se escriben una serie de textos que por lo regular no están tan mal escritos y que obedecen a fórmulas bien calculadas-, con los niños se repiten esas mismas estrategias de producir malos libros sobre los mismos temas hasta la saciedad: historias que cabalgan llevando siempre un pensamiento correcto en sus espaldas, desconociendo la importancia que en sí misma tiene la literatura para la civilización.
¿Cuál es la importancia de leer a los clásicos?
Tendríamos que especificar qué son clásicos: hay una vertiente a partir de los cuentos recuperados por los hermanos Grimm; los cuentos irlandeses que rescató Yeats; está Andersen. Estas historias no necesitan la ayuda de nadie, porque gracias a su propia fuerza y vitalidad continuarán teniendo vigencia.
Pero si hablamos de clásicos como Cervantes, Dumas, Stevenson o Salgari; o de autores como Homero -adaptado para la juventud-, se requeriría de un soporte personal o familiar, así como de la edición de adaptaciones modernas.
Cuando se hicieron las conmemoraciones cervantinas en España, se dieron cuenta de que ya nadie leía El Quijote, así que organizaron tres grupos para hacer tres versiones de la obra: una para los niños de Primaria, otra para los del Bachillerato, y otra para jóvenes lectores. Yo traduje en Brasil la versión para niños de Primaria, que todavía se vende como pan caliente.
¿A qué atribuye el éxito de esa edición?
Era una adaptación muy respetuosa que me llevó a leer de nuevo El Quijote, de manera que procuré realizar un trabajo con una fidelidad absoluta que hizo despertar al clásico, no obstante a estar dirigido a un público con una cultura diferente a la hispana.
Los clásicos no son clásicos porque los hayan definido así, lo son porque resultan fundamentales para nuestra cultura, de tal manera que aunque habrá mucha gente que no lea La Odisea, creo que muy pocos desconocen la historia de Penélope y Ulises.
Leer en tiempos de guerra
Su interés por los libros comenzó con las lecturas en voz alta, ¿hasta qué edad recomienda que se hagan este tipo de lecturas?
Depende del país, de la familia, de la ciudad e incluso de la escuela. Se suele dividir a los niños por edades debido a que resulta más práctico, pero dos niños de 7 años no tienen forzosamente la misma edad. En un rato voy a ver a Yolanda Reyes, mi amiga del alma en Espantapájaros; los niños que van allí pueden leer mejor que otros a los cuatro años gracias al entorno en el que han crecido.
Mi hermano y yo teníamos entre seis y siete años cuando nos regalaron esa colección, y aunque seguramente no comprendíamos algunas cosas, se trataba de unas historias que nos proporcionaron una gran alegría: ¡Cristóbal Colón no se sorprendió más cuando llegó a América!
Buena parte de esas lecturas tuvieron lugar durante la Segunda Guerra Mundial, ¿qué importancia tiene la lectura en ese contexto?
Yo escribí un libro que está editado en Colombia por Babel, Mi guerra ajena, sobre mi experiencia durante la guerra hasta los 10 años. Una de las razones que me llevó a escribirlo fue el atentado al Club El Nogal en Bogotá, porque recibí las cartas que se enviaron Yolanda Reyes y la pulga –profesora de una niña que falleció allí- sobre la situación que vivían los niños en la escuela.
Me causó un impacto tan fuerte que pensé en escribir mi experiencia como niña durante la guerra porque siempre se escribe desde el punto de vista de quienes la provocan o la sufren, adultos en su gran mayoría. Desafortunadamente siempre estamos en guerra, y pese a que quisiera tener un mensaje pacifista, mis esperanzas en el instinto pacifista de la humanidad no son tan grandes.
Debido a los continuos desplazamientos vivíamos muy solos, sin amigos ni juguetes, así que debimos inventarlo todo con la ayuda de los libros; gracias a nuestras lecturas teníamos dos amigos imaginarios –Nino y Pia- que conservamos hasta el final de la guerra, porque en los libros hay también personajes imaginarios, así que pese a la aparente sensación de soledad nunca me sentí más acompañada.
¿Jugaban a la guerra?
Una vez, durante uno de nuestros juegos, mi hermano me amenazó con un revolver que era de verdad y mi padre casi lo mata; aunque para mí, la culpa ciertamente era de papá, quien había dejado el revolver cargado en su mesa de noche. Nosotros no solíamos jugar a la guerra, éramos aviadores y cosas así: piratas o mosqueteros del rey. Creo que ya había demasiada guerra alrededor.
¿En qué momento comienza a escribir?
A los ocho años escribí unas poesías a partir de cuentos clásicos. No creo que fueran la gran cosa e imagino que muchos niños suelen hacer eso, sobre todo porque hasta llegar al Brasil no podía concebir que hubiera personas que no leyeran. Nunca, hasta ese momento, vi gente que no leyera.
El premio por portarme bien siempre fue un libro, y entonces íbamos a la biblioteca de mi abuelo –quien había sido un prestigioso historiador del arte en Italia-, yo sacaba un libro y me sentaba a contemplar un gran volumen acompañado con ilustraciones de los trajes de la época.
Cuando a veces me veían sin hacer nada también me ponían a escribir sobre cualquier cosa; sin embargo nunca pensé en ser escritora; de hecho estudié Bellas Artes porque quería ser artista plástica.
¿Hubo algo que la decidiera finalmente?
A los 16 años descubrí que la mejor manera de intimar con mis sentimientos era escribirlos, así que comencé a llevar una serie de diarios a partir de sensaciones; después, como algunos amigos consideraban que tenía talento para escribir, terminé trabajando en un periódico donde escribí mis primeras crónicas culturales, y a eso estuve dedicada durante los primeros 11 años.
¿Y la literatura para niños?
Eso fue una casualidad que comenzó luego de que me pidieran editar el suplemento infantil porque la persona a cargo había terminado en la cárcel –corrían los tiempos de la dictadura-, así que al principio pensé en escribir algo para que organizaran los niños con ilustraciones mías, pero como se trataba de una novedad me salió un cuento de hadas, Siete años y siete más, con el que comencé un labor de 30 años dedicada a escribir literatura infantil y para adultos.
¿Qué recomienda al escribir para niños?
Sería muy pretencioso de mi parte hacer algún tipo de recomendación, pero en mi caso cada vez que escribo para niños lo hago como si no escribiera para ellos: no quiero dejarles ningún tipo de mensaje o enseñanza, e intento ser –aunque resulta muy difícil- lo más honesta posible, evitando simplificar el lenguaje, porque soy una autora que escribe literatura y no libros. No soy maestra o psicóloga, y no soy una escritora políticamente correcta que habla sobre la importancia de proteger la naturaleza. Hablo de mi relación con la naturaleza y si eso puede ser útil es otro asunto.
Para los niños se escribe un montón de auto ayuda, no le decimos así porque consideramos que los niños no deben auto ayudarse, puesto que somos nosotros –quienes los queremos tanto- los que ayudamos. ¡Pero son libros de auto ayuda! Libros para cuando se separan los padres, libros para entender la primera menstruación. Lo mío es otra cosa.