Por Lina Salas Ramírez, Gestora de comunidades MaguaRED.
El literato, pedagogo y periodista Gianni Rodari consagró su vida a escribir para los niños y jóvenes, y su aporte fue tan valioso que sigue siendo un referente importante cuando de historias para ellos se trata. Su originalidad y su percepción de la fantasía fueron dos grandes razones, pero tal vez lo más poderoso fue el acierto de combinarlas con situaciones reales, cotidianas, en las que las familias pudieran sentirse identificadas. Ya habíamos dado un ejemplo en nuestras reseñas con Confundiendo historias, donde un abuelo le narra cuentos clásicos a su nieta y a propósito se equivoca para que sea ella quien las cuente o las invente. Ahora traemos otro ejemplo bonito con Cuentos por teléfono.
Resulta que el señor Bianchi vivía en Varese, Italia, con su esposa y su hija, pero era poco el tiempo que pasaba en la ciudad porque su oficio de comerciante le obligaba a estar de viaje seis días a la semana, ¡seis! Noooooooo. Estaba en casa cada sábado y podía compartir con ellas parte de los fines de semana, pero el lunes muy temprano se volvía a ir. Y su hija, que además de extrañarlo necesitaba siempre un cuento para dormir, había agotado todo el arsenal de historias de mamá: ya le había repetido las que sabía hasta ¡tres veces! Entonces hicieron un trato y el señor Bianchi la llamaba cada noche para contarle un cuento; corto a menudo, porque pagar llamadas de larga distancia no siempre era tan fácil. ¡Corto pero muy sustancioso! La imaginación del señor Bianchi era capaz de contar historias sobre niños despistados que se desarmaban sin darse cuenta, niños que comían caminos de chocolate, niños transparentes, edificios de helado, países sin punta o con el “des” adelante, hombres de mantequilla y quién sabe cuántas ocurrencias más, algunas de ellas compiladas en este libro.
Brif , bruf , braf
Dos niños estaban jugando, en un tranquilo patio, a inventarse un idioma especial para poder hablar entre ellos sin que nadie más les entendiera.
– Brif, braf -dijo el primero.
– Braf, brof -respondió el segundo. Y soltaron una carcajada.
En un balcón del primer piso había un buen viejecito leyendo el periódico, y asomada a la ventana de enfrente había una viejecita ni buena ni mala.
– ¡Qué tontos son esos niños! – dijo la señora.
Pero el buen hombre no estaba de acuerdo: – A mí no me lo parecen.
– No va a decirme que ha entendido lo que han dicho…
– Pues sí, lo he entendido todo. El primero ha dicho: “Qué bonito día”. El segundo ha contestado: “Mañana será más bonito todavía”. La señora hizo una mueca, pero no dijo nada, porque los niños se habían puesto a hablar de nuevo en su idioma.
– Maraqui, barabasqui, pippirimosqui -dijo el primero.
– Bruf -respondió el segundo. Y de nuevo los dos se pusieron a reír.
– ¡No irá a decirme que ahora los ha entendido…! -exclamó indignada la viejecita.
– Pues ahora también lo he entendido todo -respondió sonriendo el viejecito. El primero ha dicho: “Qué felices somos por estar en el mundo”. Y el segundo ha contestado: “El mundo es bellísimo”.
– Pero ¿acaso es bonito de verdad? -insistió la viejecita.
– Brif, bruf, braf -respondió el viejecito.
De eso se trata, ¿sabes? De no olvidar que el mundo es infinito y que descubrirlo es una tarea permanente para ser feliz. De no dejar de ser niños. De jugar y crear. De acostarnos todas las noches con una nueva historia. De amar a la familia sin medir distancias. Este libro es una maravillosa adquisición que surtirá a los papás, a los bibliotecarios, a los creadores de contenidos, a los maestros y a los mismos niños de cuentos para contar y sorprender a otros, además está disponible en todas las bibliotecas públicas de Colombia con el catálogo Leer es mi cuento. ¡A buscarlo!
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