Amalia Satizábal es tan alegre, curiosa y colorida como Emma, la tigresa que protagoniza su libro Emma y Juan, incluido en la lista de honor en 2016 en la categoría de ilustración, de la International Board on Books for Young People (IBBY), que cada año escoge los libros de mayor calidad en el mundo para niños y jóvenes.
La sonrisa que siempre caracteriza a Amalia es producto de una vida rodeada de afecto. Su infancia no pudo ser más inspiradora, su mamá, Patricia Posada, hacía todo para que ella y sus dos hermanos crecieran rodeados de libros y mucha imaginación. Tanto en Cali, ciudad donde vivió unos años, como en Bogotá, ciudad donde nació, su mamá aprovechaba cada venta de garaje para conseguir libros álbum que dejaban los “gringos” o ingleses que se iban del país.
Los libros que más le gustaban a Amalia eran los que hablaban de cómo funcionaba el mundo, o los que venían con instrucciones ya fuera para colorear o aprender de todas las razas o especies animales. Entre esos, recuerda un libro del artista e ilustrador estadounidense Edward Randolph Emberley que Amalia tuvo en sus manos, con el trazo de su madre que copió cada elemento en un cuadernito para que sus hijos pudieran replicarlo, ya que a través de figuras geométricas explicaba cómo hacer dibujos de cientos de cosas y con el que Amalia entendió que podía dibujar lo que quisiera.
Como ella cuenta, en su casa no existía hora para dormir, en su lugar el plan era leer hasta que se quedaban dormidos y su mamá los llevaba a la cama.
En la biblioteca de su colegio hacían un concurso que consistía en que el que más leyera se ganaba una dona al final del mes y ella siempre se llevaba este manjar cuando demostraba que había leído lo suficiente.
Las historias llegaron a la vida de Amalia no solo en forma de libros, sino en imágenes, dibujos y cuentos que su mamá, inventaba no solo para ella y sus hermanos sino para todos los niños de la cuadra. Al final de las historias les pedía que dibujaran a los personajes, como un señor de barbas muy largas en las que los niños se trepaban. En ocasiones, su mamá empapelaba el garaje e invitaba a todos para que pudieran pintar con chocolate.
Decidida a estudiar arte, empezó en la Universidad Nacional y al año viajó a Italia a estudiar en la Academia de Bellas artes de Florencia, que pese a que era un lugar mágico y con mucha historia, no le permitía avanzar en su sed de aprender todo lo que le abría el campo del arte y decidió cambiar de escuela, graduándose de escultura y fotografía en LABA – Libera Accademia di Belle Arti.
En ese momento aún no había descubierto que lo que quería hacer eran libros para niños pese a que creció rodeada de ellos y leyendo a Maurice Sendak. En esta clase, conoció a una estudiante de otra universidad que había viajado solo a tomar esa materia y le habló de una escuela de ilustración en el centro de la ciudad, donde terminó graduándose en ilustración.
Aunque Amalia estudió arte, su verdadera pasión es la ilustración, carrera que descubrió en sus años de universidad cuando tomó una clase con el caricaturista italiano Lido Contemori
Amalia Satizábal dedicó todos sus años de estudiante extranjera en Europa a la ilustración. Viajó a Barcelona y en una feria en Bologna de literatura infantil, se antojó de hacer un máster en Comunicación Gráfica e Ilustración creativa en Barcelona, que entre otras cosas dictaba Gusti y Mariana Cabassa y que años anteriores había tomado Paloma Valdivia.
En Barcelona, se enamoró de un italiano y volvió a Italia donde permaneció otros cinco años más y faltando dos años para volver a Colombia, hizo una maestría en Italia, de ilustración en la Accademia di bella arti Macerata en Ars in Fabula, donde se codeó con los ilustradores más importantes de Italia que enseñaban en esa maestría como Mauro Evangelista y con otros ilustradores de la talla de Pia Valentinis, Fabian NegrÍn, Javier Zabala, o Marco Somá.
Estando en Europa, trabajaba como corresponsal para ilustradores colombianos, un espacio creado por Dipacho y Paula Rodríguez para que los ilustradores nacionales pudieran conocerse, compartir ideas y proyectos. Gracias a ellos, Amalia representó a Colombia en la BIB -Bienal de Ilustración de Bratislava, una exposición internacional de ilustraciones de libros para niños y jóvenes, organizada por el Ministerio de Cultura de Eslovaquia, la Comisión Eslovaca de la UNESCO y la Casa Internacional del Arte para Niños.
Paralelamente, Emma y Juan le estaba dando vueltas en su cabeza. Inspirada en la relación que había dejado en Italia. Amalia, se sentó a escribirlo durante todo un verano, con la intención de mandarlo a la Orilla del viento, cosa que para la bienal ya existía un machote o borrador que pudo mostrar. Emma y Juan solo saldría publicado hasta 2015, producto de usu amistad con Enrique Lar al que había conocido en Bologna y quien fue testigo de la vida de inspiró el personaje de Emma en su paso por Italia y quién en Bogotá lo vio terminado y decidió publicarlo.
Amalia ha trabajado en varias colaboraciones como ilustradora en libros como Historia de amor verdadero entre una rana y un cucarrón, Ramón y Julieta y su más reciente colaboración con Triunfo Arciniegas para el libro La serpiente de tierra caliente.
Cuando Amalia ilustra, se conecta con su niña interior y con sus recuerdos de infancia, con lo que le gustaba leer. Piensa en el espacio que se genera entre la imagen y el texto, que es el espacio de la imaginación cuyos lectores siempre completan con lo que llevan dentro. Sus libros suelen tener un final calientico, una especie de abrazo a través del libro que les brinda esa sensación de contención para que los niños se sientan amados. Ese es su regalo para el mundo, una pequeña dosis de afecto que es necesaria para todos.
“Pienso en cosas que me hagan mover la imaginación,que sean sorprendentes. Recuerdo estar mirando un libro por horas cuando era niña y estar perdida en los detalles del libro. Me sabía de memoria los libros que tenía en mi casa. Los ratones, los gatos en las esquinas. Me gustan los libros que tengan cositas y que los niños puedan descubrir”.
Para Amalia es muy importante que el libro sea cercano y que se cuente desde las realidades locales aunque la historia sea universal. Antes de que los niños aprendieran a escribir, deberían leer las imágenes y observar el mundo a través de ellas, desde una aceptación del lenguaje visual y de las representaciones visuales. “Nosotros tenemos tradiciones indígenas en que la imagen es lectura. Las culturas de la costa caribe hablan sobre eso. El objeto es lectura. Tejer es lectura. Los cuentos se cuentan a través de ver las cosas. No hay razón para permanecer en la monarquía de la letra escrita que nos espicha eso. Hay que empezar a leer el mundo desde mucho antes, desde el lenguaje de la representación y lo visual”.
Felicitaciones. Al mundo le hace mucho bien recibir los cálidos abrazos literarios de la ilustración.
Me encantó conocer más y mejor a Amalia a través de esta publicación.
Es un privilegio tenerla como voluntaria en Picnic de Palabras porque su participación siempre nos aporta toda la alegría y positivismo que la caracteriza.
Lindísimo Amalia. ¡Felicitaciones
Igualmente para tu Mami.
Un abrazo
Yolanda De Castro.
Docente del Toscana.
Fuiste mi alumna en tus periodos de vacaciones cuando tu precioso abuelita Omaira te llevaba al colegio