Hoy en día somos menos conscientes de nuestra corporalidad, de sus cambios y de su relación directa con nuestras emociones. Cuando aparece la gestación de una vida en nuestro vientre aparece también la posibilidad de re-conocimiento dado que exploramos cambios en nuestros hábitos, ritmos, sentires, en el tamaño de nuestra pelvis, senos y en la panza misma.
La mujer, como canal de vida, está invitada al auto conocimiento y el primer y el último trimestre de la gestación son los momentos en los que se presentan los principales y más representativos cambios en la emoción. Por eso, desde la anatomía emocional, los senos son montañas sagradas que nos invitan a mirarnos al espejo y trascender dichos cambios asociados al miedo, a la inseguridad, al lado no tan positivo de los apegos y, sobre todo, a lo que significa o pueda resignificar la palabra protección, pues las mamas son un lazo con nuestra manera de amamantar y un vínculo con nuestro bebé.
El arte en las montañas del corazón
Para poner en práctica esta actividad necesitas:
1. Contar con un espacio tranquilo, acogedor y ojalá silencioso, propicio para la reflexión.
2. Ponerte ropa cómoda para que puedas sentarte de manera libre en el suelo.
3. Arcilla y una superficie para moldearla.
4. Lápiz y papel.
Primero cerramos los ojos y realizamos un reconocimiento, a través del tacto, de las formas de nuestras tetas, las visualizamos y evocamos memorias alrededor de ellas. Mientras nos tocamos traemos a la conciencia vivencias que nos permitan posicionar la fluidez como un recurso de vida y reconocer las experiencias de desprotección y abandono como momentos de evolución que pueden escribir una nueva historia.
Luego, continuando con los ojos cerrados, tomamos la arcilla y con nuestras manos y dedos damos forma, tamaño y moldeamos los detalles de nuestra anatomía para representar nuestros senos (puedes moldear los dos o solamente uno). Como nuestra mente logra darle otro sentido y valor a nuestras vivencias, el arte y sus lenguajes son posibilidad para expresar y crear alrededor de nuestra experiencia y conciencia.
Posteriormente, ya con nuestras montañas moldeadas, iniciamos un momento de gratitud en el que les elaboramos una carta a nuestros senos mientras observamos nuestra creación de arcilla, memoria y emoción, permitiendo así que la misma figura cobre voz y se manifieste en la escritura.
Momentos como estos son integradores y nos permiten encontrar escenarios de reconciliación, descubrimiento y libertad para que nuestros senos se conviertan en territorios de alimento, vida, placer, movimiento de nuestras aguas y de interrelación con nuestros hijos, produciendo leche sana y fluida, pues nuestro pecho es el nido de nuestro sentir y nuestros canales lactíferos, las autopistas de circulación psico-corporal y de expresión de nuestra confianza para dar, alimentar, acoger y sonreír ante la mirada del bebé que chupa la teta de su mamá.
Cuando aparece la gestación de una vida en nuestro vientre aparecen también cambios en nuestros hábitos, ritmos y sentires. A través de esta actividad las madres gestantes se pueden reconciliar con su historia y disponer su cuerpo para la lactancia.