La actividad #CuentosDerechos es una invitación de nuestro proyecto para que las familias (y todas las personas que trabajan en entornos educativos y culturales para primera infancia) compartan con los niños y niñas conversaciones sobre sus derechos que se sugieran a través de las expresiones artísticas. Cada derecho, de 12 que entregaremos en total, incluye un cuento que sugerimos contarles mientras ellos dibujan lo que piensan y sienten. A quienes participen según nuestros términos y condiciones les enviaremos un libro de regalo y otros detalles especiales para algunos seleccionados que entreguen experiencias valiosas, testimonios del proceso y nuevas ideas.
Los niños y niñas tienen derecho a ser cuidados, defendidos y protegidos.
Los niños y niñas tienen derecho a ver sus derechos garantizados por el Estado y su familia; a sentirse seguros tanto en lo físico como lo mental; a no recibir injerencias en su vida privada, su familia, domicilio; a mantenerse alejados del tráfico y consumo de estupefacientes así como de toda forma de explotación o tortura, y en caso de haberlas vivido, recibir los tratamientos que permitan su recuperación y reintegración. También a la justicia y los tratos necesarios considerando siempre su condición de menores.
Para participar en #CuentosDerechos les sugerimos contarle este cuento a los niños e invitarlos a dibujar mientras lo escuchan:
Hortensia nació en medio de un jardín lleno de flores, en el que poco a poco empezaba a ganar altura en su camino a ser una planta saludable, inteligente y buena moza. Geranios, pensamientos, margaritas y hasta estiradas rosas rojas, con sus tallos llenos de espinas, convivían armónicamente en la fachada de una casa como cualquier otra. Había flores ancianas, llenas de experiencia y cuentos increíbles que Hortensia escuchaba atentamente, junto con sus amigos los clavellines y la suculenta que nació unos días después que ella. Había madres y padres diligentes, que se pasaban los días enteros transformando la energía solar en nutrientes y las plantas más jóvenes los observaban con admiración mientras aprendían todo lo que podían sobre esa complicada labor de la que empezaban a ser parte. Todas esas plantas convivían con cientos de insectos de muchos tipos, que revoloteaban entre su follaje, husmeaban entre los pétalos de sus flores y, sin saberlo, transportaban las sustancias llenas de vida que hacían posible que nuevas hortensias, rosas, geranios, pensamientos, clavellines, margaritas y suculentas fijaran sus raíces jóvenes en la tierra y extendieran sus tallos y hojas hacia la luz.
Aunque parecía una vida apacible a primera vista, historias de terror nutrían el repertorio de las plantas viejas: cuentos de temibles podas poco justificadas, de un verano interminable en el que no hubo humanos que cuidaran el jardín o de la terrible ocasión en que una fumigación con pesticidas acabó con la peor plaga de caracoles de la que se tiene memoria y, de paso, con toda una generación perdida de plantas prometedoras. Con solo escuchar una de esas historias, Hortensia descubrió lo que significa sentir miedo y sus temores se convirtieron en pesadillas. Muy pronto su mamá se dio cuenta de las ojeras de Hortensia y detuvo su fotosíntesis matutina para conversar con ella. Aunque sentía un poco de vergüenza por su cobardía, Hortensia se atrevió a preguntarle qué pasaría si volvieran los caracoles que destrozan las plantas o una manada de conejos destruyera la verja, o si al niño de la casa vecina lo dejaran jugar con las flores una tarde entera o entrara la hiedra que todo lo cubre o la lluvia cayera sin cesar hasta hundirlo todo. Su madre, enternecida, tranquilizó a Hortensia, le acarició las hojas y le explicó que ella y su padre y todos sus tíos y tías, así como las plantas vecinas estaban ahí para darle sombra, evitar que el viento la destruyera, para cuidarla y ayudarle a crecer. Y también le contó que, aunque en ese jardín todos eran seres vulnerables y habían pasado algunas cosas difíciles, los pasos de las plagas, las inclemencias del clima, los errores de los humanos y hasta el último intento que hizo un extraño roedor para entrar el mes anterior, les habían enseñado a estar organizados para que ella y sus amigos, los más pequeños, curiosos e inquietos tuvieran la oportunidad de crecer y florecer. Si alguno llegara a enfermarse, ahí estaban las plantas medicinales para ayudarlo. Si ella o el clavellín travieso fueran mordidos por la babosa, los más grandes se ofrecerían para alimentar a esos seres horrorosos. Si se aproximara el filo de la podadora, los más grandes estirarían sus tallos y siempre buscarían la mejor forma de protegerlos.
Hortensia se fue quedando dormida, arrullada por la melodía de la voz de su mamá y, cuando estuvo profunda, sus padres hablaron con las plantas viejas. Desde entonces en ese jardín, las historias reales sobre el peligro, que tanto sirven para buscar soluciones a los problemas, se escriben para que las lean las plantas maduras y las niñas y niños como Hortensia, la suculenta y el clavellín escuchan de los viejos historias maravillosas que cuentan cómo los habitantes de ese jardín se convirtieron en la primera nación vegetal organizada, capaz de cuidar a todos sus habitantes, incluidas las plantas y hasta los insectos más pequeños.
¿Se suman para participar? Lean los términos y condiciones de #CuentosDerechos. ¡Nos emociona contar con ustedes! 🙂
Me parece increíble la forma de relatar estos cuentos que ayudan a brindar a nuestros niños una mejor experiencia y con ello entender los derechos que tienen