La actividad #CuentosDerechos es una invitación de nuestro proyecto para que las familias (y todas las personas que trabajan en entornos educativos y culturales para primera infancia) compartan con los niños y niñas conversaciones sobre sus derechos que se sugieran a través de las expresiones artísticas. Cada derecho, de 12 que entregaremos en total, incluye un cuento que sugerimos contarles mientras ellos dibujan lo que piensan y sienten. A quienes participen según nuestros términos y condiciones les enviaremos un libro de regalo y otros detalles especiales para algunos seleccionados que entreguen por escrito experiencias valiosas, testimonios del proceso y nuevas ideas.
Los niños y las niñas tienen derecho a la libertad
Para participar en la actividad y hablar a los niños específicamente sobre este derecho sugerimos leerles el cuento a continuación. Los dibujos y experiencias en texto que recibamos aparecerán publicados en diciembre 2017 en una revista digital (para leer gratis en línea, descargar e imprimir).
Carlota había nacido ciega, sorda y sin pelo, tal como llegan al mundo todos los canguros. Había trepado con sus poderosas manos de recién nacida por el vientre peludo de su mamá, siguiendo el rastro que ella dejó con su saliva, tal como lo habían hecho desde tiempos remotos todos sus parientes. Había entrado como pudo en la bolsa en que encontró la fuente de esa leche tibia que tanto le sirvió para calmar su hambre y sus temores y, desde entonces, había permanecido cómodamente instalada en el marsupio de su madre durante los ocho meses reglamentarios, concentrada en crecer, fortaleciendo sus patas traseras y su columna vertebral, acicalándose los pelos que le fueron creciendo, preparando sus ojos y oídos para enfrentarse al universo que se imaginaba, del que tenía vagas ideas construidas a partir de los sonidos que cada vez percibía con mayor precisión y de las ráfagas de luz que entraban cada vez que su mamá se asomaba para ver cómo estaba.
Afuera, su hermano Rodolfo conversaba con su madre, mientras ella le enseñaba lo fundamental: fundamentos del salto de canguro, cómo emplear la cola para mantener el equilibrio en carrera, qué hierbas mordisquear, cuáles evitar y cómo mantenerse distante de los humanos en la llanura.
Carlota, que era muy inteligente desde chiquita, iba registrando todo lo que su mamá le explicaba a Rodolfo y planeaba sorprenderla cuando estuviera allá afuera, demostrarle que había comprendido un montón de cosas con solo escucharla. Rodolfo estaba casi listo para dejarlas e ir en busca de una novia y entonces llegaría su turno para explorar el mundo, Carlota contaba los días y las horas. Y entonces ocurrió el accidente: Rodolfo se quebró una pata y la cola en el camino de las rocas y su mamá, que era muy buena y gozaba de gran reputación entre las canguras por no haber dejado nunca abandonada a una de sus crías, decidió cuidarlo hasta que se recuperara y por eso la estadía de Carlota en el marsupio tuvo que prolongarse. Su mamá tuvo que repartir su tiempo entre los cuidados de Rodolfo y su estrategia para avanzar en la educación de Carlota. Fue así como la pequeña cangura escuchó lo que su madre quiso contarle. Le habló sobre la ruta corta para atravesar el desierto, la deliciosa hierba verde que se podía encontrar cruzando la llanura, las rocas que escondían arbustos cargados de frutillas al comienzo del verano, le habló de los ríos y pozos en que podrían tomar agua, de otros animales, los de temer y los confiables, de los atardeceres de soles naranja, de las precauciones que debería tener cuando saliera para evitar que pasara algo como lo de Rodolfo… ¡Y Carlota cada vez tenía más ganas de estrenar el mundo! Pero a mamá no le parecía conveniente, temía que no pudiera defender a dos crías de los depredadores, que descuidara la formación de Carlota por estar atendiendo a Rodolfo o que la pequeña se accidentara como su hermano mayor.
De nada sirvieron los ruegos de Carlota, lo máximo que logró fue asomar su cabeza por la abertura de la bolsa en un momento de distracción de su madre. La intensa luz del sol la deslumbró, un fuerte olor a tierra húmeda penetró en su nariz y el canto nítido de un pájaro se instaló en su cabeza. Después de ese incidente, Carlota intentó por todos los medios salir de la bolsa. Su madre llegó a perder la paciencia y a alzarle la voz en un par de ocasiones, ¿no se daba cuenta de que todo esto lo hacía por su bien y por el de su hermano? La pequeña cangura lo sabía, pero algo en su interior la impulsaba hacia afuera y el corazón de su madre supo entenderla cuando un buen día saltó y empezó a caminar mientras repetía en voz alta las instrucciones que su mamá le había dado a Rodolfo para usar la cola y mantener el equilibrio. Conmovida por lo que vio y escuchó, su mamá aceptó que saliera y explorara el mundo bajo su atenta mirada. Contempló con orgullo sus aprendizajes, se sorprendió con su primer salto alto, contuvo un grito cuando Carlota tropezó con una raíz y se golpeó la frente, sonrió satisfecha cuando la vio levantarse para continuar con su camino, se tragó sus palabras cuando pilló a la cría haciendo su camino por una senda más segura para llegar al río y hasta lloró un poco de la emoción cuando le trajo frutillas de los arbustos para Rodolfo, que ya se había recuperado y estaba listo para dejarlas. En ese momento supo que sus hijos, cada uno en su medida, habían conquistado su derecho a ser libres de tomar pequeñas (o grandes) decisiones para sus vidas.
¡A participar!
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