La infancia, allí donde nacen las palabras

Texto: Francisco Leal Quevedo
Tomado de: Cuatrogatos.org

Novela ganadora del Premio de Literatura Infantil El Barco de Vapor 2009.

Francisco Leal Quevedo es el autor de El mordisco de la medianoche, novela ganadora del Premio de Literatura Infantil El Barco de Vapor 2009.

Ante todo, ¿Qué significan las palabras para un niño? “La palabra dicha a otro, es siempre sacra para quien la pronuncia y mágica para quien la escucha” (J. P. Sartre). Sacra porque algo de sagrado tiene para el hombre el hecho de dar nombre a la realidad y mágica porque modifica a distancia el ser del oyente. Nos confieren un misterioso poder sobre las personas y las cosas.

En ese poder radica gran parte de su encanto. El niño lo percibe así, muy pronto. ¿Acaso cuando llama, con sus balbuceos, a una persona por el nombre, ésta no aparece y viene a su encuentro? ¿Y cuando dice el nombre de una cosa, no se la damos de inmediato? Esas palabras mágicas aparentemente surgieron de la nada y pronto se convirtieron en juguetes maravillosos, que además producen gozo, como aquellas que musita su madre, a su oído, mientras lo alimenta. Amará aún más las palabras si las escucha de los labios de las personas que lo aman.

Al principio ellas llegaron lentamente, todo el primer año se tradujo en cinco vocablos, claro está que contundentes y celebrados. A quienes lo acompañamos nos hicieron llorar de alegría. Intentemos recrear por un instante ese gran suceso. «Imagínese un bebé en el punto de aprender a hablar. Toda su vida, hasta ese momento, ha sido inarticulada. Si quiere algo, lo único que pude hacer es gritar, llorar, o decir —Uh, uh, uh. Entonces, de repente, de alguna manera, se le revela el propósito del lenguaje. Y, en seguida, después de lo que debe ser una lucha tremenda, el poder del discurso. Aunque todos hemos experimentado eso, es difícil imaginar ahora la excitación inmensa del poder que debemos haber sentido la primera vez que hemos dicho «mamá» o «galleta» y hemos visto que aparecía lo que deseábamos. Sin duda, es de esa experiencia que viene el poder de las palabras mágicas y de los conjuros en los cuentos de hadas» (Alison Lurie, Don’t Tell the Grown-Ups. Subversive Children’s Literature, 1990). En ese primer momento, el niño ha entrado en comunión con las palabras y con la literatura.

«Ese ser humano en gestación ha ido aprendiendo a leer la vida. Su cuerpo adivina ese otro cuerpo que lo acoge, con su calor, sus emociones, su imparable latido (…) Luego al nacer, aprenderá a leer el rostro de su madre, la tibieza oportuna del seno materno, los brazos de su padre, el amor incondicional de los abuelos. Así aprende a leer el mundo, luego aprenderá a leer las palabras.». Francisco Leal Quevedo.

La totalidad de los primeros años están llenos de esa magia de aprender a nombrar las cosas. Tras esos primeros vocablos poderosos, la maquinita de formar palabras fue adquiriendo velocidad, pronto poseía veinte, trescientas y luego varios miles. Entre el primero y segundo año llega a unas cien palabras. Luego el proceso se hace más rápido llegando a adquirir entre siete y nueve palabras diarias. En algunas épocas llegará a adquirir cerca de una palabra por hora. Recordemos, que dependiendo del nivel intelectual y cultural una persona utiliza apenas entre 3000 y 10000, sólo muy pocos utilizan más.

De forma paralela ha ocurrido otro proceso, ese ser humano en gestación ha ido aprendiendo a leer la vida. Su cuerpo adivina ese otro cuerpo que lo acoge, con su calor, sus emociones, su imparable latido. Pronto, desde la semana veinte, ha comenzado a escuchar lo que ocurre allá afuera, la voz de su madre, el tono más grave de la voz del padre, palabras, a veces gritos o canciones. Luego al nacer, aprenderá a leer el rostro de su madre, la tibieza oportuna del seno materno, los brazos de su padre, el amor incondicional de los abuelos. Así aprende a leer el mundo, luego aprenderá a leer las palabras.

Este camino de descubrimientos ya lo había recorrido nuestra especie. El desarrollo del niño repite las distintas etapas de la evolución humana. Hemos ido de una comunicación pre-verbal, hasta el descubrimiento y creación del lenguaje, pasamos de la familia a la tribu, para llegar luego a la gran tribu que es la humanidad. Hemos ido de la literatura oral, con sus fórmulas encantatorias, sus mitos, sus leyendas, a las rimas, poemas cantados y luego a los detallados relatos para celebrar nuestra existencia con novelas, ensayos y poemas.

El niño pronto descubre que las palabras inventadas no sólo expresan el mundo, sino que además dan dominio sobre él. “Nombrar es apresar”, decía Cortázar. Apresar imaginarios y a la vez nuestros temores y conflictos. Un cuento es apenas un sendero, que cada uno recorre a su manera, pero ese sujeto que lee está cambiando permanentemente, casi de manera iridiscente. El cuento o relato infantil le da un nuevo sentido a la vida del niño cada vez que lo escucha o lo lee. Nos pide que se lo contemos una y otra vez, cada lectura es un nuevo descubrimiento.

Bruno Bettelheim, en Psicoanálisis de los cuentos de hadas, nos muestra que los relatos clásicos nos enseñan cosas importantes, como identificar nuestros conflictos básicos y a esperar contra toda desesperanza.

«No se trata solo de divertirnos. Los buenos cuentos de todas las épocas, sanan. La literatura muestra la vida, pero la literatura también cambia la vida. Todos, aun los más afortunados durante la infancia, hemos tenido heridas. La literatura sana porque permite sacar a flote nuestros conflictos». Francisco Leal Quevedo.

Estas historias muestran de manera simbólica situaciones vitales, utilizando personajes emblemáticos de las pasiones humanas. Conocer un poco la naturaleza humana, propia y ajena, les da recursos a los niños para enfrentar y comprender el mundo. Les dan la esperanza que necesitan pues siempre hay un héroe que puede derrotar a los monstruos, casi siempre mediante la espada de las palabras. Los cuentos de hadas continúan vigentes. Pero no solamente son útiles los autores clásicos. Existen ahora muchos otros escritores contemporáneos llenos de sabiduría de la vida. Todos, por ejemplo, recordamos magníficos relatos como Los hijos del vidriero, de María Gripe, o Pippa Mediaslargas, de Astrid Lindgren, o Estefano, de María Teresa Andruetto, o Mi amigo el pintor, de Lygia Bojunga, por nombrar solo unos cuantos.

 

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