“Los niños necesitan paz y protección en todo momento. Las reglas de la guerra prohíben la captura ilegal de civiles, los ataques a escuelas u hospitales, el uso, el reclutamiento y la detención ilegal de niños y la denegación de asistencia humanitaria. Cuando surgen conflictos estas reglas deben ser respetadas y quienes las incumplen deben rendir cuentas. Ya basta. Hay que poner fin a los ataques contra los niños”, dijo la Directora Ejecutiva de UNICEF, Henrietta H. Fore, en una declaración en Nueva York, el 15 de mayo de 2018.
En Colombia, según la Fundación Plan, la guerra ha dejado 2.300.000 niños y adolescentes víctimas. Para la Unidad de Víctimas la cifra asciende a 2.500.000. Una de las personas que mejor conoce estas realidades y experiencias, en el caso de los niños de 0 a 6 años, es Elsa Castañeda, economista, psicóloga y pedagoga, magíster en investigación social y candidata a magíster en Estética e Historia del arte. Hace más de 27 años trabaja por los niños de primera infancia en contextos de guerra a través de la atención psicosocial y procesos pedagógicos que vinculan el arte, el juego, la literatura, la participación y la diversidad con miras a la construcción de la paz. Elsa ha trabajado con los niños víctimas de las masacres de El Salado, Bojayá, El Aro y ha hecho presencia en territorios como El Tigre, en Orito, Putumayo; en Tierradentro, en Cauca; y Tierralta, en Córdoba. Conversamos con ella:
MaguaRED: ¿Cómo empezó su experiencia en trabajo social y cuándo empieza a trabajar con los niños víctimas del conflicto?
Elsa Castañeda: Lo primero que estudié fue economía en 1973. Toda la parte de la microeconomía me parecía maravillosa, pero cuando empezamos a ver las cuentas nacionales, contaduría, cuentas públicas, la carrera se transformó en una película de terror y ahí me cambié a psicología y pedagogía, en 1975.
Mi trabajo de grado lo hice sobre Estimulación temprana y Nutrición. Ese trabajo lo hice en San Cristóbal y el Codito, en Bogotá, para prevenir la desnutrición. Ahí empezó mi carrera y trabajo con la primera infancia.
Luego trabajé con el Ministerio de Salud en el tema materno infantil, en 1980. Conformamos interinstitucional, coordinado por María Inés Cuadros (psicóloga y magíster en salud pública con énfasis en niñez y juventud). El programa se llamaba Supervivir –supervivencia infantil; esta es una de las primeras experiencias que se hizo en el país para trabajar con la primera infancia. De ese grupo salió la primera escala de desarrollo, que luego se convirtió en la escala abreviada de fácil aplicación, una herramienta para la valoración del desarrollo infantil.
Haciendo investigaciones, en 1987, en el Ministerio de salud, teníamos un convenio con Holanda y trabajé en Chocó, Guaviare y, en general, en los territorios del conflicto armado. Lo que veía eran hechos lamentables, terribles. En los ochentas, en San José del Guaviare y en el sur de Bolívar, inició el avance paramilitar y se empezó a trabajar el tema del reclutamiento en los menores de 18 años. Los niños de primera infancia no eran reclutados, pero, sin duda, eran víctimas de la guerra. Empezamos a preguntarnos, ¿qué pasa con estos niños de primera infancia?, ¿qué pasa con los niños que quedan huérfanos, los que las mamás esconde debajo de la cama?
Empecé a investigar sobre los impactos de la guerra en los niños… Nosotros llegamos después de la masacre de El Salado o de Bojayá, por ejemplo, y los niños no hablaban; después de la guerra los niños quedan silenciados. En todos estos casos se hizo un trabajo psicosocial en el que el arte, por ser el lenguaje de los niños, era vehículo para entender, representar y exteriorizar los dolores que ellos tenían por la guerra.
Luego del trabajo en el Ministerio de Salud y del trabajo con la primera infancia, ¿qué resultados se empezaron a dar?
En 2004 redactamos el primer documento de la política pública nacional de primera Infancia, Colombia por la primera infancia. La política se enmarcó en el Plan Nacional de Desarrollo y se reforzó por los compromisos adquiridos en la Convención Internacional sobre los Derechos de los Niños.
Para lograr lo anterior revisamos los estudios que se hicieron, se revisaron investigaciones… Fue un ejercicio de política pública concertado con muchas organizaciones, poblaciones, academia. Pero, curiosamente, en el 2007, fecha de publicación de este documento, no aparecía la guerra. Llamamos a Beatriz Londoño, quien era la directora del ICBF, y le dijimos que no aparecía nada de la guerra, que no podíamos sacar un documento de política para primera infancia que no hablara del impacto de la guerra en los niños –a esa fecha, entre 1982 y 2007, dato tomado del Centro de memoria, en el país habían ocurrido 2.505 masacres y teníamos 14.600 víctimas de desplazamiento forzado –que luego se convirtieron en 8 millones y medio.
Como país no pudimos hablar de conflicto armado hasta 2011 con la Ley de Víctimas. Antes de eso no existía el conflicto armado; como colombianos y como personas que trabajábamos en política pública y en atención directa a las víctimas no podíamos hablar de conflicto armado… Había una directiva presidencial. Por ejemplo, en 2008 hicimos nuestra primera publicación sobre primera infancia y conflicto armado con la OEI y nos tocó, en ese entonces, cambiarle el título original (Huellas del conflicto armado en la primera infancia) por Huellas del conflicto en la primera infancia.
¿Cómo viven los niños de la primera infancia la guerra?
Es común creer que si escondemos a los niños o les tapamos los oídos o los ojos ellos no se van a dar cuenta de las situaciones de violencia y resulta que sí. Los niños saben exactamente lo que les pasó; quizás no lo puedan verbalizar, el lenguaje no está desarrollado lo suficiente en estas edades para hacer una narración, pero sí lo pueden representar y lo hacen a través del arte y el juego que son sus lenguajes.
Por ejemplo, una niña que se dibuja blanca en medio de la iglesia en la masacre de Bojayá, mientras los otros personajes del dibujo están cubiertos de rojo, es una representación de la violencia: el color blanco representa la vida y el rojo las heridas, todo el cuerpo de la niña es blanco excepto sus manos. Otro ejemplo es el dibujo de un niño huérfano que retrata a su familia y encima le pega pequeños trozos de papel como curas para que sanen las heridas de las minas. En otro dibujo un niño representa, de negro, los actores armados, con cachos y más grandes que los árboles. Otro ejemplo es el de una familia que es retratada sin color porque están muertos o tristes y, por lo mismo, ausentes… Todas estas son las voces y expresiones de los niños. Es la prueba que ellos sí saben qué es la guerra.
Las prácticas artísticas y culturales son unas herramientas que yo utilizo para que los niños narren la guerra y suelten sus miedos y preocupaciones. En mi trabajo en Bojayá, en El Salado y en El tigre, en el Putumayo, nunca hablé de la guerra, mi atención e intervención es apoyado en estos lenguajes artísticos sobre tres ejes: autorretrato, familia y entorno.
El dibujo permite ver cómo los niños nos muestran y expresan sus miedos, pérdidas y sufrimientos. Los dibujos son maravillosos porque es poner afuera todo lo que ellos tienen y, al hacer esto, empiezan a entenderlo y a tramitar sus duelos. Sin embargo estos dibujos no se pueden interpretar, lo importante es lo que los niños cuentan a través de ellos. En Tierradentro, Cauca, los niños representan en sus dibujos las minas y encima de las minas se distinguen los petroglifos que hacen parte de su contexto; estos niños asocian los sitios de muerte, como las tumbas, con las minas.
Con con todos los dibujos de los niños y en un proceso participativo escribimos Tragacuerpos monstruos invisibles, una publicación para prevenir el accidente con minas para niños, y ahora he escogido otros para hacer otras series de dibujos: entierros, vehículos de guerra y actores de la guerra, que hacen parte de mi tesis de grado en estética e historia del arte.
¿Cuáles son los retos y compromisos que tenemos con los niños víctimas del conflicto armado?
En la Secretaría de Educación de Bogotá (donde actualmente trabaja) tenemos 67.000 estudiantes víctimas del conflicto armado: el 9% de los niños que estudian en colegios oficiales de Bogotá son víctimas del conflicto armado. Mi trabajo con estos estudiantes es acompañar sus procesos pedagógicos de construcción de memoria histórica para resignificar el presente. Las víctimas no sanan, ellos aprenden a vivir con eso: los recuerdos, las heridas o las ausencias se quedan en su vida. El trabajo psicosocial es aprender con ellos, a vivir con eso que les pasó y canalizarlo de otra manera.
Por otro lado, los museos son una manera de poner la memoria en lo público. Hay un equipo fuerte en el Centro Nacional de Memoria Histórica que trabaja el tema de infancia y queremos que los dibujos de los niños se expongan en el Museo de la Memoria. Nuestro sueño es que ellos aparezcan al lado de todas las expresiones de las víctimas –porque ellos son víctimas. La ley de víctimas dice, en el título 7, que los niños son reconocidos víctimas como ellos mismos y no como parte de su familia.
Lo que hacen los niños a través del dibujo es contribuir a la reparación simbólica y un compromiso con el nunca jamás –los mismos niños dicen no más guerra; los niños son la generación de la paz… Niños que aman la naturaleza, que son conscientes de lo que les pasó a ellos y a sus compañeros en el país y en tantos años de conflicto armado.
Pareciera que a la sociedad no le importara el tipo de vivencias que van y guardando los niños desde su gestación y durante toda su infancia. Tantos años de conflicto en Colombia han sido silenciosa y sistemáticamente registrados por esa cámara infantil que de manera desafortunada capta en detalle situaciones de la naturaleza de la guerra del mundo en el que vive. Contrario a lo que algunos adultos consideran; en cuanto a que gracias a que el niño era muy pequeño no se daba cuenta de lo que ocurría a la familia; al referirse al impacto que haya tenido la guerra en sus hijos pequeños, éstos van bebiendo del entorno lo constitutivo de su existencia. Y, es así, como al escenario vital de los niños y niñas se van sumando situaciones cada vez más agresivas que van desde la violencia intrafamiliar, la delincuencia común de su vecindario, la confrontación entre grupos armados de diferentes bandos entre ellos y contra el ejercito estatal y viceversa.
Todo ésta presión aplasta la posibilidad del sueño de una infancia feliz que se define como el futuro del país. Si hoy éstos niños se alimentan de entornos agrestes y desconsiderados con el frágil pero contundente momento de su vida,¿porqué esperar un futuro más amable, un mejor vivir?. En algunos casos son éstos niños luego jóvenes, desde el desafecto y la indiferencia aprendida; quienes definen el tipo de sociedad y valores que tendremos. En otras situaciones más amables logran superar el bombardeo perverso de vivencias desafortunadas y junto con sus familias se colocan en escenarios que promueven sus virtudes y capacidades para gerenciar su dignidad y la de su entorno.
Que puedo decir, si el mundo rodea a niños jóvenes y adolecentes, cómo podríamos garantizar, que esto no se repita, cuando en nuestro propio núcleo familiar hay discusión desigualdad y malos tratos. Por eso si no, afianzamos, reforzamos esas baces que permitan un crecimiento sano para los niños, cómo, podremos granatizar su crecimiento sin ninguna secuela, que afecte su futuro desarrollo.