Por: Juan Carlos Millán Guzmán
Fotos: Milton Ramírez – Ministerio de Cultura de Colombia
“El nacimiento de mi segunda hija prácticamente coincidió con la publicación de mi primer libro. Aunque me gustaba dibujar muchísimo también me preocupaba el contenido –de hecho decidí no estudiar artes plásticas por la distancia que suele haber con la ilustración–, así que comencé con la caricatura política, primero en El Tiempo y después pasé a El Espectador”, recuerda Claudia, quien durante aquella época alternaba sus estudios de Derecho con el oficio de caricaturista.
“Como tengo mucha mejor memoria visual que verbal la mayoría de mis apuntes eran dibujos y mi tesis doctoral terminó siendo una Historia Gráfica del Derecho Romano que fue publicada por la Universidad del Externado”, recuerda. Años después, fruto de su experiencia en la Universidad de Berkeley (donde adelantó estudios de animación y tomó un curso en ilustración de libros para niños), vino la publicación del primer libro infantil de su autoría: Tres ciegos y un elefante.
“El proyecto final de ese curso era hacer la maqueta de un libro. Luego, cuando nos trasladamos con toda la familia a Madrid, tuve la oportunidad de ir a la Feria Internacional del Libro de Bolonia y allí conocí a una editora que iniciaba un proyecto editorial en Zaragoza y decidió publicarlo”, destaca la autora, quien partió de una historia de la tradición sufi de acuerdo con la cual tres ciegos se aproximan a un elefante de tal manera que cada uno percibe tres partes distintas del animal –cola, pata y oreja– pero que, debido a su ceguera, terminan describiéndolas como una cuerda, una columna y un tapete, respectivamente, no obstante a que el elefante siempre sea el mismo.
La historia y el tema han sido recurrentes en la obra de Rueda, a quien siempre le han llamado la atención este tipo de paradojas. “Por eso me gusta tanto viajar”, afirma, para luego explicar que los viajes siempre dan una nueva perspectiva de las cosas: “Ahora que está tan vigente hablar del posconflicto creo que entender el punto de vista del otro resulta de capital importancia”, puntualiza, insistiendo en que la realidad no puede ser la misma para todos, puesto que la experiencia particular siempre resulta única para cada individuo.
Jugar, leer, inventar
¿Cómo recuerda su primer encuentro con los libros?
Antes que llegaran los libros tuve un gran encuentro con el juego, porque gracias al juego es que los niños comienzan a construir sus historias. Tengo una hermana dos años mayor y con ella nos la pasábamos jugando e inventando historias todo el día.
Después vinieron los libros. Recuerdo por ejemplo algunos relatos de los Hermanos Grimm, los cuentos de Andersen, y un libro de historias de Oscar Wilde. Además veíamos algunos dibujos animados: La pantera rosa, por ejemplo, porque en esa época el libro álbum no era algo muy conocido. Ya en la adolescencia ella comenzó a estudiar Literatura y en su biblioteca encontraba todo tipo de lecturas.
¿Había algún tipo de libro en particular que llamara su atención?
Me encantaba pasar horas consultando enciclopedias: El mundo de los niños o la Enciclopedia Salvat. Eso era algo muy común porque realmente no recuerdo haber leído en compañía de mis padres.
¿Cómo hacer para que el proceso de mediación del adulto tenga éxito?
En países como Colombia puede ser un proceso complicado porque la crítica especializada es todavía muy limitada, y aunque están instituciones como Fundalectura y gran parte de los libreros independientes saben del tema y conocen lo que tienen –hay también bibliotecarios, mediadores y promotores de lectura muy buenos que aman su trabajo y transmiten esa pasión por la lectura–, todavía resulta difícil que los padres de familia puedan navegar con facilidad entre tanta oferta.
¿Cómo logró esquivar esa trampa?
La escasez que había en mi época fue algo bueno, porque los niños de ahora se enfrentan a una oferta exagerada que muchas veces dificulta que puedan escoger un buen libro. Por eso es tan importante la presencia de un mediador.
¿Qué aspectos destacaría del proceso que llevó a cabo con sus propias hijas?
El juego y la pasión por los libros siempre estaban presentes, además de contar con la posibilidad de ofrecerles la mayor diversidad posible y evitar aquellos libros que pudieran tener un carácter exclusivamente didáctico. Yo procuraba que se vincularan de diversas maneras pero también respetaba las preferencias que cada una de ellas tuviera, aunque se tratara de libros que no necesariamente fueran tan buenos.
¿Qué hacía en ese caso?
Las seducía con otros libros, buscábamos otras alternativas; recuerdo que acostumbrábamos ir a distintas librerías para buscar nuevos libros con otro tipo de ilustraciones. A veces les proponía que observáramos un libro de arte, o les contaba una historia en voz alta sin la necesidad de apoyarme en las imágenes, porque considero que la diversidad de influencias es muy importante.
¿Qué libros leía en compañía de sus hijas?
De los autores norteamericanos que más me gustan está Dr. Seuss, porque tiene mucho humor, es muy respetuoso con el niño y es también muy político e irreverente. Entre los europeos puedo citar a David McKee, Quentin Blake, Roald Dahl, o John Birmingham. Todos ellos –aunque por supuesto hay muchos más– manejan muy bien un tono irónico que me gustaba inculcar en mis hijas.
Leer para dialogar, dialogar para entender
¿Qué tanta trascendencia ha tenido su formación como abogada en su obra?
Hay varios elementos interesantes: la exactitud en el uso de la palabra, por ejemplo, resulta muy importante en Derecho, y ese cuidado que se debe tener a la hora de hacer uso del lenguaje es una herramienta muy útil a la hora de escribir. Además, los abogados son personas que todo el tiempo trabajan con conflictos humanos y toda historia encierra un conflicto.
¿Cuál es la importancia de los libros y la lectura en una etapa de posconflicto como la que se avecina?
La cultura es un elemento absolutamente fundamental en la construcción de la paz porque a través de la cultura –y en mi caso particular, de la literatura infantil– se puede llegar a entender al otro y a esas otras experiencias que por obvias razones tiene de la vida, sin necesidad de considerarlo una persona inferior o un enemigo, que es el caso extremo.
La literatura también es una de las puertas de acceso al lenguaje y el lenguaje nos da la posibilidad de conciliar nuestras diferencias a través de la palabra, prescindiendo de los puños o de las balas. En Colombia hay una escasez de lo que los psicólogos definen como “asertividad”, o la posibilidad de decirle al otro que a pesar de no estar de acuerdo se puede relacionar pacíficamente con la otra persona.
La razón es que la carencia de lecturas ha llevado a una ausencia de retórica que imposibilita decirnos ese tipo de cosas. La literatura nos ofrece la posibilidad de entrar a ese mundo de palabras con las que luego podremos transmitir nuestras emociones y nos permitirá comprender lo que pasó a través de nuestras propias historias. ¡Solo un país que lee es capaz de alcanzar la reconciliación!
¿No basta con el registro que nos entrega a diario la prensa?
La prensa es muy importante, pero como la realidad no es una sola hay que tener en cuenta lo que hace la literatura con esas historias, porque gracias a ellas podemos tener distintas perspectivas y por tanto una visión más humana de lo que ocurre. La paz no es pensar igual que el otro, y solo gracias a la literatura podemos conocernos y explicarnos como individuos.
Escribir, publicar
¿Tiene alguna rutina de trabajo a la hora de escribir e ilustrar sus libros?
Hay una parte muy mecánica porque el hábito y la disciplina resultan fundamentales; pero está también un lado más anárquico en la recolección de ideas. Sin embargo, armar el guión gráfico de la historia puede llegar a ser complejo: requiere concentración y una constancia que ojalá permita sacarlo todo de un solo tirón.
¿Quiénes fueron los primeros lectores de sus obras?
Mi esposo es un gran lector –estudió literatura comparada y tiene una gran pasión por los libros– y fue el primero de mis lectores. La verdad es que aparte de mis hijas y los editores no suelo mostrar mis proyectos a otras personas, debido a un cierto agüero respecto a un sentido de lo sagrado de cada proyecto antes de ser publicado.
No obstante sí tiene la costumbre de evaluar el resultado final con varios lectores
¡Por supuesto! Sospecho de la opinión que me pueda dar una sola persona, o de lo que pueda pensar yo misma sobre mis propios libros. Uno necesita de la opinión del otro y de ahí la importancia de contar con un buen editor –tan difícil de encontrar en estos tiempos–, porque uno siempre requiere de un buen interlocutor que sea capaz de aconsejarlo a uno sin llegar a tener que escribirle el libro.
¿Se arrepiente de alguno de los libros que ha publicado?
La claridad es un elemento muy importante y cuando el libro carece de esa claridad o termina siendo un texto de carácter didáctico el resultado es terrible. Yo guardo muchos proyectos que no han visto la luz por estas razones y de hecho llegué a publicar uno al que definitivamente le hizo falta un mayor trabajo de edición. No voy a decir cuál es, pero equivocándose es que uno aprende.
Soy una lectora muy crítica y siempre da mucho susto abrir un libro después de un tiempo, aunque cada vez me sucede con menor frecuencia porque uno va ganando experiencia.
¿Qué importancia tiene para usted escribir e ilustrar sus libros?
Para el caso del libro álbum resulta muy conveniente, porque la historia se cuenta tanto con el texto como con la imagen, además de aprovechar la circunstancia de contar algunas cosas que no hacen parte del texto y que incluso pueden resultar en una lectura irónica.
Si solo se escribe el texto, de todas maneras hay que entender el tema de la imagen y la narración visual para poder darle indicaciones al ilustrador, aunque lo ideal es que se dominen ambos aspectos.
¿Sigue existiendo esa diferencia de status entre escritor e ilustrador?
Esa es una cuestión de uso del lenguaje y por eso procuro hacer uso de la palabra “autor” para los dos casos, porque la palabra ilustrador tiene la connotación cultural de un oficio supeditado al texto.
¿Le gusta la animación?
Me gusta mucho, pero es tan dispendiosa y costosa que es difícil poder hacer trabajos de este tipo; no es casual el hecho de que una de las principales influencias que tengo sea La pantera rosa.
Ahora cuento con la fortuna de que, por lo menos para el caso de los libros publicados en Estados Unidos, se hacen unos videoclips en el que los personajes del libro son animados y hay dos o tres ejemplos que me encantan.
¿Y el cine?, ¿cómo califica la calidad de la abrumadora cantidad de películas dirigidas al público infantil?
Se me viene una frase de Chesterton a la cabeza: “La literatura es un lujo; la ficción, una necesidad”. Siempre vamos a estar buscando historias, fíjese en todo ese boom de series para televisión que hay ahora: la vida está construida a partir de historias.
Algunas cosas de lo que se está haciendo para televisión y cine me parece maravilloso, pero estar en compañía de un libro y disfrutar ese silencio es otro tipo de experiencia que requiere otro tipo de disposición por parte del lector.
¿Qué tan importante resulta el hecho de que el niño lea en formato impreso?
El contacto directo con el libro impreso resulta fundamental durante los primeros años de formación. Hay un diseñador italiano muy destacado en la década de los 50, Bruno Munari, quien comenzó a sacar una serie de libros pequeños, sin palabras, con toda una serie de experiencias táctiles, visuales y olfativas para que los niños pudieran hacer diferentes lecturas que no solo tuvieran un carácter lineal.
Cuando un niño tiene acceso a este tipo de libros –consideremos además que todos los libros álbum son distintos en su tamaño, texturas y formas– está realizando su primera lectura en diferentes niveles. Eso, sumado al hecho de que la mamá o el papá lean en compañía del niño será determinante para el resto de la vida, porque la posibilidad de llevar la construcción de este hábito a una pantalla digital resultará probablemente estéril.
No es que tenga nada contra la tecnología –de hecho hago uso de ella todos los días y me parece que ofrece recursos fascinantes–, pero estoy convencida de que el proceso de desarrollo cognitivo de un niño se produce gracias al contacto con este tipo de libros y no de una pantalla.
¿Qué papel tiene el Estado en hacer posible ese lujo del que hablaba Chesterton respecto a la literatura?
Es de un inmenso valor el apoyo que el Estado le pueda dar a los mediadores, porque como los niños tienen acceso a cualquier cosa hay que seducirlos con buenas lecturas. Y esa labor solo la pueden hacer aquellas personas que han gozado y también sufrido con los libros y sus historias.
Se debe tener en cuenta, además, que los buenos lectores terminan de construirse en la adolescencia, de tal manera que si durante el bachillerato no cuentan con buenos profesores de literatura que realmente se apasionen por lo que hacen no vamos a llegar a ninguna parte.
¿Qué aspectos rescataría de la experiencia digital para niños más grandes?
La interactividad, aunque desafortunadamente sigue siendo un aspecto que está muy subutilizado en el formato del libro digital. ¿Quién ha sabido sacar provecho de esta situación? Los juegos de pantalla, porque han entendido que las historias pueden cambiar de acuerdo con la selección que hagan los usuarios; por eso también es que varios de los mejores ilustradores se dedican a crear las imágenes para nuevos videojuegos.
El libro, las editoriales y sus mercados
¿Cómo ha sido la aventura de incursionar en un mercado tan complejo como el de Estados Unidos?
Yo agradezco muchísimo la experiencia que pude tener en Berkeley porque conté con el acompañamiento de una maestra muy generosa –ilustradora y autora–, quien además solía invitar a varios editores y autores para que nos hablaran sobre cómo incursionaron en el mercado y cómo lograron vender sus libros en esa gran meca de la industria editorial que es la ciudad de Nueva York.
De hecho los primeros libros que envíe fueron a Nueva York, aunque primero terminé publicando en España porque nos fuimos a vivir allá. Recuerdo que envié muchas propuestas, ¡muchas! Hasta que finalmente resultó un contrato pequeño para hacer un libro de carácter prácticamente escolar.
Envié maquetas, postales y más postales; iba a conferencias, me acercaba a los editores, participaba en exhibiciones. Fue un trabajo de mucha perseverancia que tardó cerca de tres o cuatro años en rendir sus primeros frutos, porque aunque inicialmente me llamaron a ilustrar el texto de otra persona, a partir de ahí pude presentarles un texto mío. ¡Ha sido una labor ardua y de mucha constancia en la que al principio muchos de mis ingresos terminaron aumentando las arcas del servicio postal!
¿Qué valor tienen los reconocimientos que ha recibido a lo largo de su carrera, el más reciente de ellos la nominación al que es considerado el Premio Nobel de la literatura infantil?
Hay dos niveles en el trabajo que uno hace: uno muy íntimo y de carácter emocional vinculado al proceso de crear que para mí es sagrado y debe permanecer aislado de cualquier premio o reconocimiento; para el otro, asociado a la parte profesional y comercial que tiene todo trabajo, los premios son importantes porque permite que los libros que uno escribe y dibuja sean conocidos por más personas.
¿Cuáles son las principales diferencias entre los procesos de edición que se adelantan en Colombia respecto a la industria editorial estadounidense o europea?
Son procesos muy diferentes. En Estados Unidos son muy estrictos con la planeación. Ahora, por ejemplo, estoy trabajando en un libro que será publicado a finales de 2017 y acabo de firmar contrato para otros dos que están proyectados para 2018 y 2019.
Un año antes de que salga a la venta el libro ya debe estar publicado para que ellos puedan realizar un proceso de promoción que es muy riguroso, porque incluye presentaciones en las ferias de Frankfurt y Bolonia –las dos más prestigiosas en el mundo–, así como en las ferias que se celebran en todo el territorio estadounidense.
Ahora mismo, en octubre de este año, sale un libro que publiqué con Chronicle Books, cuyos derechos ya están vendidos para siete idiomas aparte del inglés, además de haber sido enviado a periodistas y reseñistas. Claro, contar con este tipo de planeación les permite sacar tirajes más grandes y desplegar toda esa estrategia de promoción tan impresionante.
Respecto al caso europeo, mi experiencia de publicar en una editorial como Océano –con presencia en México y España– es la de tener una planeación de similares características a la estadounidense aunque con unos plazos más cortos y acuerdos contractuales más flexibles, que gracias a su ubicación geográfica posibilita que se vendan los derechos en una red de países más amplia.
¿Qué haría falta para que la industria editorial colombiana fuera más competitiva?
Creo que los procesos de publicación podrían ser más organizados en términos de cumplir con los cronogramas de trabajo –aunque por supuesto hay excepciones muy destacables–, porque a veces lo ponen a uno a correr y luego se demoran un año en sacar el libro.
Encuentra los siguientes títulos de Claudia Rueda en todas las bibliotecas públicas del país:
Un día de lluvia
Autora: Claudia Rueda
Edades recomendadas: 2 a 4 años
¡Vaya apetito tiene el zorrito!
Autora: Claudia Rueda
Edades recomendadas: 4 a 6 años
Formas
Autora: Claudia Rueda
Edades recomendadas: 2 a 4 años
No
Autora: Claudia Rueda
Edades recomendadas: 2 a 4 años