En la sala de espera de pediatría y neonatos del Hospital San Francisco de Asís de Quibdó se está organizando una cena elegante. Diana Serna, docente de preescolar y promotora de lectura, coloca una mesa en el centro de la sala y la cubre con un mantel a cuadros y encima galletas y bebidas. Alrededor está Stiven, de 7 años; Yuliana, de 1 año; Nicol, de 2 años; y Jesid, de 2 años. Todos acompañados de sus mamás.
“El libro que traemos hoy, se llama Una cena elegante. ¿Quiénes han ido a una cena elegante? ¿Qué sirven?”, Pregunta Diana con entusiasmo
– ¡Lentejas!, grita Stiven.
– Rellena, responde la mamá de Yuliana.
– Se mata una gallina, dice Luisa, mamá de Nicol.
Mientras Diana lee, Jesid va hacia la mesa, toma una galleta y la sostiene en su mano; luego vuelve al regazo de su mamá y escucha atentamente la historia –casi sin parpadear y sin llevar la galleta a su boca. Yuliana ni se inmuta y Nicol parece disfrutar de comerse los dedos de Luisa, su mamá. En medio de la lectura, Miria Viscuña, indígena embera, decide acercarse a Diana y toma una silla para escuchar de cerca la lectura con su hija Joycy, de 1 año.
Son las tres de la tarde y el bochorno del día golpea con fuerza. El pequeño Stiven se encuentra sentado junto a Miria, quien tuvo que recorrer un trecho de cinco horas desde el bajo Baudó para que su hija fuera atendida en el Hospital de Quibdó.
El Hospital San Francisco de Asís, ubicado en la zona norte de la capital chocoana, es el hospital de segundo nivel más importante de la región. Esta institución le brinda atención al 92% de la población, alrededor de 500.076 chocoanos, incluyendo las comunidades indígenas del Medio San Juan y del Alto Baudó, en su mayoría Embera, Wounaan y Tule.
Esta sala de lectura hizo parte de un programa piloto en el 2013 que se llamó Primera Infancia Aquí Estamos y se consolidó gracias la Política Pública de Cero a Siempre con el trabajo del Ministerio de Cultura, Ministerio de Educación, la organización internacional Aldeas Infantiles y la Universidad del Norte. Gracias a este programa Diana se capacitó en el proceso de pedagogía hospitalaria.
“La madriguera de Tejón estaba llena de comida, pero él no estaba contento, ¿por qué no estaría contento Tejón?”, pregunta Diana:
– ¡Porque estaba solo!, grita Stiven.
– ¡Porque tenía hambre!, responde Yuliana.
– ¡Porque no tenía la percha!, dice Luisa.
Diana sostiene el libro de tal forma que las ilustraciones son visibles para todos. Finalizada la lectura las mamás dialogan, se ríen y comen las galletas que Diana les ofrece a ellas y a sus niños. La enfermera jefe aprovecha el momento y se acerca para hablar del cuidado y el buen trato.
Preocupada por cómo acercarse a los niños en el ambiente hospitalario, Diana, hace cinco años, decidió hacer uso de sus conocimientos como docente de preescolar y empezó a cantar para acercarse a los niños. Muerta de la pena, como confiesa, vio que esto no le daba tantos resultados y decidió hacer uso de su colección personal de libros de Keiko Kasza, su autora favorita, y empezó a llevar los cuentos al hospital y a leerlos en voz alta a los niños que se encontraban en las habitaciones. Empezó con diez cuentos que tenía en su casa y que pertenecían a su hija Emma; cuando se cansó de estos libros visitó la biblioteca y tomó en préstamo otros para compartirlos con los niños –hasta que una asesora le recomendó dejar de hacerlo para evitar la propagación de los virus. En ese entonces le informaron a Diana que la Estrategia De Cero a Siempre podía darle una dotación de libros con todos los requerimientos de salubridad. Hasta el momento el Ministerio de Cultura ha dotado 307 salas de lectura como esta y ha brindado la asesoría técnica.
“Yo me imaginaba que iba a ser un bolso con algunos libros, jamás me imaginé que me dieran la colección especializada de Leer es Mi Cuento, ¡completa!, con muebles para armar y todas las instrucciones”, cuenta Diana.
Ante esta sorpresa, un médico, que curiosamente se apellida Librero, le cedió el espacio donde funcionaba la oficina de los especialistas y ésta se convirtió en la sala de lectura del Hospital, que hoy, pese a sus dos metros por cuatro metros, es la sala más colorida, luminosa y cuidada de la institución. Esta sala tiene más de 300 libros al alcance de los niños que quieran visitar y pasar un momento alejados de sus camas.
En el Hospital de Quibdó Diana ha demostrado que una sala de lectura no es rígida y que se adapta de acuerdo al momento. Gracias a su motivación nunca le faltan materiales como celofán, papel crepé y palitos de madera; así como materiales reciclados que ella recoge y limpia cuidadosamente para crear atmósferas que propicien el juego y la lectura:
“Me gusta ambientar todo. A veces hacemos picnic y pongo flores y así acompaño la lectura del cuento infantil Día de Campo de Don Chancho”, dice y sonríe.
En Chocó es tradición salir en familia los fines de semana a los ríos; para que los niños hospitalizados vivan esto, Diana prepara “una salida al río”, un día de campo, o de playa dentro de la sala; incluso se viven las fiestas tradicionales como el San Pachito, y, por supuesto, el día del niño y Halloween.
Aunque la hora de lectura es una actividad pequeña en medio de la hospitalización de los niños, los resultados saltan a la vista: cuando los bebés escuchan el cuento y viven este momento en familia, junto a sus padres y cuidadores, hacen ruidos, recobran las ganas de moverse y, a veces, hasta su llanto.
“El promotor debe creer en lo que hace: comerse el cuento; debe saborearse el cuento, vivirlo. Si no es así, ¿qué cuento va a contar?”, dice Diana y sonríe mientras cierra uno de los libros de la Sala Pachito.