La literatura infantil no es un recetario médico

 

Fotografía de @FotoMilton

A menudo los catálogos editoriales especializados en literatura infantil parecen un recetario médico: para niños con problemas de autoestima, para niñas nerviosas, para demasiado introvertidos, para demasiado extrovertidos. ¿Se imaginan un catálogo para adultos conformado bajo ese esquema? La literatura infantil es algo más que una recopilación de consejos pedagógicos.

Lo que se conoce como literatura y libros infantiles empezó siendo historias orales, canciones, refranes, frases, juegos y cuentos que se contaban en los círculos familiares, comunales y que se mantuvieron a lo largo del tiempo para luego transformarse en libros. Hoy en día los libros para niños han tenido una transformación: están categorizados de forma distinta e incluso se puede hablar de una infantilización de literatura para niños. No es lo mismo lo que leía un niño hace 50 años a lo que lee uno de hoy. Por ejemplo, en 1967 se publicó Los cuentos de mamá oca o Los cuentos de mamá ganso, una recopilación de ocho narraciones que se convirtieron en clásicos de la literatura infantil: Barba azul, La Cenicienta, La Bella durmiente del bosque, Caperucita roja, El gato con botas, Las hadas, Riquete el del copete y Pulgarcito; en la actualidad los estantes de las librerías comerciales están abarrotados de los clásicos de Disney, los libros para colorear de Peppa Pig o los mismos textos clásicos con imágenes que no aportan a la lectura sino que son un espejo del texto.

Pero el tema va mucho más allá: ¿por qué existen catálogos de libros para niños por edades, temáticas, personalidades y problemáticas?

«Lo de los catálogos y sus divisiones es una parte del negocio de los libros para hacerlos valer por su utilidad. En mi opinión siempre hay mucho más en cualquier libro que en la etiqueta que se le pone. Etiquetarlos siempre los reduce. Es una lástima que reduzcamos ese potencial de los niños y su creatividad a fórmulas», dice Vicente Ferrer, editor de Media Vaca, editorial española.

 

En muchos casos el primer acercamiento que tienen los niños con los libros es a través de la escolarización. En las escuelas la mayoría de los maestros se arropan en planes lectores, lecturas para cada edad y temas a tratar; los mismos títulos se leen todos los años, no hay exploración ni se toman riesgos al momento de decidir sobre qué libros recomendarles a los niños. María Francisca Mayobra, directora Editorial de Ediciones Ekaré, afirma que este acercamiento responde, además, a un conflicto que la sociedad tiene con la infancia.

«Le tenemos miedo a la infancia. Es un momento de crecimiento muy vertiginoso, la sociedad deposita en la lectura ese deseo de formar ese ser humano que nos represente. El libro es la vitamina fortificada que luego nos salvará en la adultez. La educación deposita ese deseo, esa formación, y el niño que lee más páginas es el que mejor está alimentado. No importa si en esa carrera por leer hay entendimiento o, de alguna manera, una transformación en el yo, un aprendizaje. Lo que importa es la cantidad».

Vicente Ferrer, por su parte, dice que este tema de la literatura infantil encierra un sinfín de opiniones contradictorias y juicios apresurados. Para unos no deja de ser un subgénero dentro de la literatura, para otros es algo completamente distinto de la literatura: instrumento de socialización, manual de aprendizaje, juguete o, antes que ninguna otra cosa, una tradición que al parecer conviene preservar.

«La distinción la haría entre libros que son juguetes y los libros que son para leer. Hay libros simplemente que son para introducir al mundo del libro, poco texto, y hay otros libros para aprender a leer –lo que es un error. Los libros no son para leer textos solamente, también lo son para leer imágenes. Para que eso pase las imágenes tienen que estar bien hechas y construidas, si no es una lectura confusa que no lleva a ningún sitio», dice Ferrer.

En la página web de la editorial Mediavaca hay un heptálogo que reúne los prejuicios que afectan la comprensión de la infancia y de lo que son los niños. El primero dice que “los libros para niños no son literatura”; el segundo dice que “las cabezas de los niños son más simples”; el tercero, que “los libros son, ante todo, una distracción”; el cuarto, que “cada edad requiere determinados libros”; el quinto, que “los libros ilustrados son para los más pequeños”; el penúltimo, que “los niños prefieren los dibujos “de niños”; y el último, que “las ilustraciones alegran los libros”. Luego, en el mismo heptálogo, Vicente Ferrer concluye:

“Hacer libros es algo tan bueno o tan malo como cualquier otra cosa, pero ¿por qué para niños? Según mi opinión, si tiene algún sentido hacer libros, tiene sentido sobre todo hacerlos para los niños porque el mundo (y a veces nos olvidamos) es de los niños. Los mejores libros deben ser para los niños, las mejores historias, los mejores dibujos, el mejor papel, las primeras estanterías. Nada de repartir las sobras y condenar a los niños al rincón más apartado de las librerías, nada de dedicarles textos poco exigentes y dibujos que no son sino una caricatura triste de lo que hacen los mismos niños. Eso no está bien, no es bonito”.

 

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