Sembremos el wayuunaiki en los tepichi

Por Ana Karolina Mendoza. Periodista. Activista de DD.HH. Profesora universitaria. Es la  directora de WAYUUNAIKI, el periódico de los pueblos indígenas. Coordinadora de proyectos en la Fundación WAYUUNAIKI. Miembro del Comité de DD.HH. de la Guajira. mendozapanakarol@gmail.com

Escuela satelital Warerapo N*3, Uribia. Alta Guajira. Foto cortesía de Ana Karolina Mendoza.

Riohacha, Colombia. La vida de los tepichi en la Baja, Media y Alta Guajira es muy parecida: viven en sus rancherías, corretean por los suelos polvorientos, se encaraman en los palos de mango, asisten a la escuela de la comunidad o caminan kilómetros hasta la más cercana; aprenden a arrear y ordeñar chivos y ovejos, también, a sembrar en huertas, a preparar la chicha y el yajaushi (mazamorra). Su única diferencia es el lenguaje. Aunque todos y todas son cercanos y, en su mayoría, entienden la lengua de su pueblo: el wayuunaiki que, según la ONU, tiene 600 mil hablantes en Colombia, ya está en peligro de extinción. 

El adjetivo “materna” no se refiere a la lengua que primero se aprende, no. Apunta a que es la madre la encargada de transmitirla, me aclaró en una conversación Manuel Román Fernández Ja´yaliyuu, investigador wayuu. “Así como nuestras mujeres son quienes transmiten los e´irüküü (clan o casta) para preservar nuestra cultura; así, también, deben enseñar nuestra lengua”, sentenció el también docente. Porque la oralidad, en la cultura wayuu, es la vía principal para compartir, transmitir, enseñar y preservar su cosmovisión y su ser en la Mma (Madre Tierra). Esta es la postura desde cosmovisión wayuu que, en el deber ser, la mujer es quien da vida, educa, forma; por eso, es una cultura matrilineal; mas no, matriarcal como suele confundirse. Queda la pregunta, entonces, de por qué este trabajo, el de transmitir la lengua y la cultura, se ha vuelto una responsabilidad casi exclusiva de las mujeres, y por qué, en las condiciones generalizadas de exclusión y pobreza, no es para ellas prioridad.

Me preocupa sobremanera cómo están creciendo los niños y las niñas wayuu. Uno de los principales factores que les afecta es el desconocimiento de su cultura y la ignorancia de su lengua materna. En la frontera colombo-venezolana, por ejemplo, que para ellos es, simplemente, la Gran Nación Wayuu se les ve saltar de carro en carro a pleno sol: son las “moscas” de los transportistas en estos “caminos verdes”. Algunos hablan wayuunaiki, mientras que otros lo entienden pero responden castellano. No estudian. Y sus madres están en los hombrillos de la Troncal del Caribe, vendiendo gasolina; en la 80 y en la La Cortica –las trochas principales–, cobrando peaje en los mecates o están en sus rancherías, desierto o sabana dentro, haciendo las labores del hogar. Mi intención no es estigmatizarlas ni mucho menos victimizarlas, porque, al estar en cualquiera de estos tres escenarios, de por sí, ya las mujeres wayuu están siendo minimizadas: su circunstancia es consecuencia de la tergiversación, incluso puertas adentro, de su cultura; también, de la carencia de políticas públicas que realmente beneficien a las mujeres indígenas: sus derechos a la educación y a una vida libre de violencia; y del patriarcado o machismo imperante en la sociedad wayuu y en la alijuna (no wayuu).

Qué impotencia. Por ellos y ellas. Por todos los wayuu. 

Recuerdo la primera vez que recorrí unas diez aulas satélites de las 35 que hay del Centro Etnoeducativo Integral Rural Puay, en Uribia, Alta Guajira, donde no llega la inversión del gobierno, pero los maestros son los líderes, los héroes, en palabras de  Isidro Ibarra, docente y director de la institución. En el aula satélite Warerapo N*3, Ramón González Jusayú es quien enseña wayuunaiki a los niños de una manera muy sencilla: siendo wayuu. Desde que los busca en sus casas, porque también funge como transportista para que los niños y niñas puedan asistir a clases, les habla en su lengua. Y les escribe en la pizarra en su lengua. Y les cuenta las historias de sus ancestros en su lengua. Me conmovió su compromiso con la educación, con su cultura y con los pequeños que son los encargados de perpetuar la guajiridad. 

Esto no se ve en la ciudad. En Riohacha, Media Guajira, por ejemplo, he observado en el colegio Chon Kay que hay alumnos y alumnas que vienen de vientre wayuu y que no hablan wayuunaiki: unos porque, de veras, no saben hablarlo; pero lo entienden; y, otros, porque sienten vergüenza étnica y, aun cuando saben hablarlo, se niegan a hacerlo. Incluso, hasta tuercen los ojos y se enojan, cuando se les invita a hablarlo. En esta institución pública de la capital del departamento La Guajira, sus docentes hacen un gran esfuerzo por preservar la lengua, además del uso y costumbres. Una de las principales promotoras porque se incluya y dicte la cátedra Wayuunaiki es la coordinadora Aidé Garzón, puesto que, al menos, el 40 por ciento de la matrícula es wayuu. 

Con toda esta cerreta de cuentos solo aspiro que todos, wayuu y no wayuu que habitamos La Guajira, madres, padres, docentes, instituciones del Estado, ONG, empresa privada nos unamos para sembrar el wayuunaiki en los más tepichi (niños), así contribuiremos a la permanencia de la cultura wayuu, pero desde ese buen vivir que, también se enseña desde su oralidad.

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