Asumir la crianza entre dos

Maribel Salazar Giraldo. Comunicadora social-periodista, productora general de la Estrategia Digital de Cultura y Primera Infancia del Ministerio de Cultura. Mamá con menos de dos años de experiencia.
"Desde antes de su concepción habíamos decidido que asumiríamos la crianza entre los dos y que debíamos ordenar nuestros tiempos y trabajo para cuidar a la niña nosotros mismos".

«Desde antes de su concepción habíamos decidido que asumiríamos la crianza entre los dos y que debíamos ordenar nuestros tiempos y trabajo para cuidar a la niña nosotros mismos».

El valor del padre en la crianza de los hijos

Mi pequeña de 21 meses me mira sonriente mientras agita sus manos en el agua tibia de la tina, sabe que me está mojando y eso le causa mucha risa. Yo juego a que me pongo brava y ella se ríe aún más, y así una y otra vez. Le digo con dulzura: “Ya tienes los dedos arrugados, es hora de salir del agua”, ella con determinación mueve su cabeza de un lado a otro y dice varias veces “no”, con su vocecita aguda. “Está bien, cinco minuticos más”. Pero llega el momento impostergable, el agua ya se está poniendo fría y la luna anuncia el frío de la noche. Trato de convencerla una vez más pero no es posible, así que suavemente la saco del agua, la envuelvo en su toalla y la acuesto sobre la cama, ella protesta un poco mientras yo rápidamente me llevo el agua para evitar que se vuelva a meter.

En ese momento llega mi compañero, su papá, a dar el beso de buenas noches porque ya es hora de dormir. La seca con mucha suavidad y la envuelve en una cobija para que no le dé frío. Ella lo abraza y le dice amorosamente “papá”. Yo los miro desde el umbral del baño como quien teme interrumpir algo sagrado, la sagrada relación de una niña con su papá.

Cuando Iris nació tuve la fortuna de estar los primeros meses de su vida exclusivamente con ella. Como su papá trabajaba desde casa también nos acompañó todo el tiempo, siguiendo paso a paso los vertiginosos cambios que experimenta un bebé los primeros meses de su vida. Desde antes de su concepción habíamos decidido que asumiríamos la crianza entre los dos y que debíamos ordenar nuestros tiempos y trabajo para cuidar a la niña nosotros mismos, pues no iría a un jardín. Y esto significó que ambos podíamos cambiar pañales, dar la comida, leer un cuento, bailar, jugar, arrullar, manejar pataletas, recibir amores y besos más o menos en la misma proporción. Parece sencillo, pero no lo es tanto, ni para mí ni para él.

"Tardé en comprender que más que controlar, debía confiar. Y esta comprensión llegó porque me empecé a cansar, pues controlar todo puede ser muy agotador".

«Tardé en comprender que más que controlar, debía confiar. Y esta comprensión llegó porque me empecé a cansar, pues controlar todo puede ser muy agotador».

La primera vez que salí a trabajar y dejé a mi bebé con su papá, sentí un nudo en el corazón aunque solo estuviera por fuera unas cuantas horas. También me asaltaron muchas preguntas ¿y si no come? ¿Y si me extraña y se pone triste? ¿Cómo va a dormir la siesta sin la teta? Porque en esa época la teta era la respuesta a todo: “Si tiene hambre pues teta, si tiene sueño venga para acá, le dolió algo, con la tetica se calma…” Pero a mi regreso me recibía su carita feliz mientras su papá me contaba las historias de juegos y ocurrencias en mi ausencia. Al tiempo iniciaba mi interrogatorio: qué comió, a qué horas, hace cuánto le cambiaste el pañal, cuánto tiempo ha dormido, a qué jugaron, por qué le pusiste esa ropa que no le combina… Él me respondía un par de cosas y luego se molestaba —con razón— y me decía: “Yo soy su papá, no tu empleado”.

Tardé en comprender que más que controlar, debía confiar. Y esta comprensión llegó porque me empecé a cansar, pues controlar todo puede ser muy agotador. Me levantaba muy temprano a terminar mi tesis de maestría, dejar la comida lista, la ropa de la niña, las instrucciones precisas, luego salía a trabajar, llegaba a cuidar la niña, arreglar la casa, lavar ropa… y luego me sentía muy molesta conmigo y con él. Un pensamiento empezó a incubarse en mi cabeza: “Yo puedo sola, no necesito de ningún hombre, yo salgo adelante con mi niña”. Y el drama de telenovela mexicana que armé en mi cabeza se nutría de las memorias de las mujeres que me antecedieron, que criaron hasta 10 hijos solas pues su marido sólo se ocupaba de proveer la comida. También de la imagen contemporánea de la mujer superpoderosa que al tiempo que estudia y es exitosa en su trabajo puede ser mamá sin la ayuda de nadie.

Seguramente una puede sola y admiro profundamente a las mujeres que luchan por sus hijos sin tener el apoyo de su pareja. Sin embargo, creo que la crianza de un hijo requiere mucha ayuda, no debería asumirse de manera solitaria pues participan los padres, los abuelos, los tíos, los amigos y la comunidad de apoyo que se teje alrededor del ser que llega y transforma. Y cuando el hombre quiere y puede estar la mujer debe limpiar su mente, su corazón y su actitud para permitirse aprender y darle valor a su rol en la crianza. Porque él también puede ser un cuidador, tiene sus maneras y ritmos particulares. Y muchas veces somos las mismas mujeres las que no dejamos que los hombres vivan su paternidad de manera comprometida y construyan su vínculo con los hijos, nos burlamos, controlamos y criticamos. Cuando lo que deberíamos hacer es darles aliento, apoyarlos y a veces retirarnos un poco.

A esto se le suma la constante presión de la sociedad que le resta valor a la paternidad al decir que madre no hay sino una y que padre puede ser cualquiera. O al afirmar que el hombre que cambia pañales, hace comida o cuida a un bebé pone en cuestión su virilidad. Incluso al anular completamente el rol del padre en la gestación y en la crianza. Por ejemplo, durante el embarazo de la niña hacíamos el esfuerzo por asistir a los controles médicos los dos, pero esto parecía no tener mucho sentido para la doctora que nos atendía, quien solo me preguntaba, regañaba, hablaba y examinaba a mí ¡A él ni siquiera lo miraba! Y en el parto, que lamentablemente no pudo ser en casa, tampoco lo invitaron a participar y solo le presentaron a su hija cuatro horas después de su nacimiento.

"Cuando abrí mi corazón a la confianza también empecé a aprender de la manera como le hablaba y la trataba, pues en mi ausencia él había aprendido a cantarle, a jugar, a prepararle su comida, habían construido un vínculo eterno".

«Cuando abrí mi corazón a la confianza también empecé a aprender de la manera como le hablaba y la trataba, pues en mi ausencia él había aprendido a cantarle, a jugar, a prepararle su comida, habían construido un vínculo eterno».

Cuando abrí mi corazón a la confianza también empecé a aprender de la manera como le hablaba y la trataba, pues en mi ausencia él había aprendido a cantarle, a jugar, a prepararle su comida, habían construido un vínculo eterno. Luego de su primer cumpleaños yo me desesperaba un poco porque no comía algo particular, o porque no quería cambiarse el pañal; él con mucha paciencia trataba de persuadirla, la esperaba, le jugaba y ella a veces cedía y a veces no. Me gustaba mucho ver cómo respetaba sus tiempos, sus ritmos, leía sus actitudes y respondía a ellas amorosamente. También era un alivio cuando ante sucesos inesperados como una caída o la introducción de objeto extraño en la nariz, él reaccionaba con calma y cabeza fría, mientras que a mí me costaba un poco más controlar mis emociones. Sé que este vínculo que ella tiene con su papá es fundamental para su seguridad emocional y para las relaciones que en un futuro establezca con el género masculino.

Para mí también ha sido muy importante. Asumir la crianza entre dos me ha permitido contar con unos valiosos espacios de soledad y continuar mi aprendizaje académico y laboral, sin olvidar que el centro siempre lo ocupa mi niña y que quiero participar en su vida de manera activa y acompañar cada uno de sus cambios.

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1 Comentario

  1. Gracias por compartirnos esta reflexión sentipensada desde la experiencia en tu camino y el de tu familia.

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