Jorge Gutiérrez se enamoró de la danza cuando tenía 16 años, seducido por los desfiles llenos de fiesta, bailes y color del Carnaval de Barranquilla. Su formación en ballet clásico inició en el Ballet Folclórico Profesional de Gloria Peña, compañía con la que viajó a otros países para mostrar el patrimonio folclórico de Colombia. Tiempo después quiso transmitirles estos conocimientos y experiencias a las nuevas generaciones, y conocer sus inquietudes y puntos de vista con respecto a la danza. Así que en 2013 decidió iniciar procesos de formación en danza clásica y artes escénicas con niñas y niños de los municipios de Sabanagrande y Palmar de Varela.
Llevar una disciplina como el ballet a un par de municipios rurales del Caribe Colombiano es una idea escasa, pero es justo eso lo que inspira a este docente: darles a estas niñas la oportunidad de conocer, practicar y apropiar una técnica que, incluso, puede llevarlas a interpretar de mejor manera las danzas tradicionales.
“Atlántico es un departamento que respira danza, es una expresión propia del ser Caribe. Acercar a estas niñas a la danza no es necesario; ya ellas son danza. El tema es cómo mostrarles que hay una oportunidad para hacer de la danza una herramienta útil en el ejercicio de habilidades, posibilidades creativas y adquisición de valores que coadyuven con su formación integral. Yo entendí que la respuesta está en la interacción del arte con lo cotidiano: jugar, cantar, contar un cuento, escuchar sus historias… Hablar o simplemente soñar”, explica Jorge, quien trabaja con niñas y niños a partir de los 5 años.
Para hacer evidente que con este proceso las niñas conocen y desarrollan sus propias habilidades, se incluyen en el plan de trabajo montajes escénicos que se moldean a partir de los ajustes que ellas proponen para sus personajes. Pierina y el lobo de Serguéi Prokófiev, Habanera de Georges Bizet, La muerte del cisne de Camille Saint-Saëns, Onomá de Francisco Zumaqué, Cantos y juegos coreográficos de tambora, y Una mirada al río —mezcla de ballet y narración acerca del cuidado de los cuerpos de agua de la zona—, son las obras que han presentado en Palmar, Sabanagrande y Barranquilla.
“Los niños y niñas que asisten al programa son alegres y bulliciosos. A veces cuesta disciplinarlos pero considero que es por el entusiasmo de estar congregados, de comentarse sus últimas travesuras; ellos no dudan un segundo en hacer saber su opinión y se muestran muy solidarios con sus compañeros, comparten sus juegos y sus meriendas. Algunas quieren ser cantantes, otras bailarinas, a otras les gusta pintar. Orianis, una pequeñita de cinco años, dice que no es bailarina sino una artista”, cuenta Jorge orgulloso de sus estudiantes: “Mi motivación básica es ver esas sonrisas en los niños y mi propósito es que nunca se borren de sus caritas”.
Las niñas—y los niños que se animan a acercarse a esta práctica tradicionalmente vista como femenina— llegan a las clases acompañadas de sus mamás o papás, presencia que resulta fundamental tanto para el aprendizaje de las bailarinas como para que los padres vean las situaciones positivas de este ejercicio y sean testigos de cómo sus hijas crean, se comunican y expresan con fluidez a medida que avanza el proceso.
Dejarles a estas niños y jóvenes una herencia dancística es otra de las preocupaciones de Jorge Gutiérrez quien cuenta que “al compartir sus percepciones de lo que les ofrece el mundo globalizado”, deduce que la identidad cultural corre el riesgo de diluirse.