La actividad #CuentosDerechos es una invitación de nuestro proyecto para que las familias (y todas las personas que trabajan en entornos educativos y culturales para primera infancia) compartan con los niños y niñas conversaciones sobre sus derechos que se sugieran a través de las expresiones artísticas. Cada derecho, de 12 que entregaremos en total, incluye un cuento que sugerimos contarles mientras ellos dibujan lo que piensan y sienten. A quienes participen según nuestros términos y condiciones les enviaremos un libro de regalo y otros detalles especiales para algunos seleccionados que entreguen experiencias valiosas, testimonios del proceso y nuevas ideas.
Los niños y las niñas tienen derecho a la educación
El niño tiene derecho a recibir educación, que sea gratuita y obligatoria, por lo menos en las etapas elementales. Se dará una educación que favorezca su cultura general y le permita, en condiciones de igualdad de oportunidades, desarrollar sus aptitudes y su juicio individual, su sentido de responsabilidad moral y social, y llegar a ser un miembro útil de la sociedad. El interés superior del niño debe ser el principio rector de quienes tienen la responsabilidad de su educación y orientación; dicha responsabilidad incumbe, en primer término a sus padres.
Para hablarles a todos los niños y niñas, de este y otros temas, es recomendable considerar sus lenguajes, sus tiempos e intereses. Por eso les recomendamos hacerlo a través del arte y la literatura. Abajo les dejamos el cuento que sugerimos contarles mientras ellos dibujan, para abordar el derecho al respeto de su cultura.
Ágata jugaba sola en medio de un pastizal que resultaba tan grande como cuatro canchas de fútbol para alguien de su tamaño. Haciendo grandes esfuerzos, empujaba hacia los lados las hojitas de pasto que se atravesaban en su camino y experimentaba con esa sustancia viscosa y prodigiosa que seguía saliendo de su abdomen, la misma con la que sus parientes tejían una y otra vez las telas que habían aprendido a hacer viendo a otras arañas trabajar. Ágata había recibido muchos regaños en su corta vida porque se divertía enredando hilos entre el pasto o las ramas bajas de las plantas y comprobando su flexibilidad con una de sus ocho patas, estirándolos hasta sentir que reventaban o colgándoles piedritas de diferentes tamaños para confirmar cuánto peso soportaban.
Ágata se movía sola por el mundo, como todas las arañas, pero a diferencia de la mayoría de las primas y amigas de su edad, se aburría haciendo la misma tela una y otra vez. Las arañas mayores de ese pastizal, que estaban convencidas de que en el mundo solo existía su forma particular de hacer telarañas, la miraban con recelo y alguna se atrevió a pronosticarle una vida llena de dificultades por ser tan curiosa y no controlar esa absurda necesidad de salirse de lo común. Las arañas de este pastizal habían hecho toda su vida sus telas en forma circular, en posición vertical, con muchos hilos que parten del centro atravesados por otros que se encargan de darles soporte, pero Ágata sospechaba que había otras maneras de crearlas y aunque pasaba buena parte de sus días experimentando, no había logrado crear una que fuera siquiera la mitad de resistente comparada con las de sus tías y abuelas.
Un buen día, cuando fue en busca de uno de sus antiguos experimentos para analizar en qué había fallado, se encontró con una araña diferente de todas las que había visto. Aterrada y furiosa quiso abalanzarse sobre ella para defender su territorio. Pero se contuvo cuando vio que esa otra araña, bastante mayor que ella, estiraba con una de sus patas los hilos de su experimento y lanzaba piedritas hacia su centro. Ágata avanzó, haciendo ruido con sus patas para dejar claro que ahí estaba. La intrusa giró su cabeza y le preguntó si conocía a quien quiera que hubiera creado esta interesante tela. Un poco apenada, Ágata reconoció que gastó un par de días tejiéndola y fue entonces cuando esta araña venida de lejos se entusiasmó, caminó rápidamente hacia Ágata y le hizo un par de preguntas sobre la seda de los arácnidos. Ágata estaba fascinada, hasta entonces nadie le había dicho siquiera cuál era el nombre de esto que a ella le parecía increíble que saliera de su panza y había vivido toda su corta vida convencida de que las arañas de esta pradera eran las únicas que existían. Su nueva amiga le habló durante horas sobre esa gran familia de miles de especies de seres de ocho patas y cuando ella le pidió que le enseñara un poco de lo que sabía, la araña venida de lejos se mostró complacida. A su lado aprendió que las telarañas pueden forrar madrigueras, que se pueden tejer en zig-zag, en espiral o del centro hacia afuera, que pueden tener forma de embudo o de hoja, que se pueden estirar muchísimo antes de romperse y que la seda que producen todos sus parientes es uno de los materiales más resistentes de la tierra. Aprendió de su maestra a usar su propio cuerpo para tomar medidas antes de construir sus telas, a caminar sobre sus creaciones a medida que las iba tejiendo y a combinar hilos pegajosos con otros que no lo son tanto para capturar mejor a sus presas.
Gracias a todo lo que aprendió, Ágata mejoró el diseño tradicional de las telas de sus parientes, las hizo más resistentes, eficientes y poderosas. Cuando las viejas arañas de su pradera comprobaron con sus ocho ojos que los estudios y experimentos de Ágata habían valido la pena, adoptaron sus técnicas y desde entonces todas disfrutan de más tiempo libre y mejor comida en un pastizal en el que todas las arañas pueden estudiar, experimentar y aprender cosas nuevas cuando quieran.
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