#CuentosDerechos 7: Niños y niñas tienen derecho a acceder a la información

Vean abajo el cuento que les sugerimos para hablar con los niños sobre su derecho a expresarse.

La actividad #CuentosDerechos es una invitación de nuestro proyecto para que las familias (y todas las personas que trabajan en entornos educativos y culturales para primera infancia) compartan con los niños y niñas conversaciones sobre sus derechos que se sugieran a través de las expresiones artísticas. Cada derecho, de 12 que entregaremos en total, incluye un cuento que sugerimos contarles mientras ellos dibujan lo que piensan y sienten. A quienes participen según nuestros términos y condiciones les enviaremos un libro de regalo y otros detalles especiales para algunos seleccionados que entreguen experiencias valiosas, testimonios del proceso y nuevas ideas.

Los niños y las niñas tienen derecho a acceder a la información

En especial en los temas que tienen alguna incidencia sobre su vida, los niños y niñas tienen derecho a acceder a la información y a que los medios de comunicación los protejan; a su identidad y a su integridad, como asunto prioritario en su agenda.

Derechos de los niños y las niñas, acceso a la información

A pesar de ser una de las más pequeñas del grupo, Silvia era muy hábil usando herramientas como las ramas delgadas que cortaba para rascarse el interior de las orejas, las piedras con las que aprendió a golpear las nueces para comerse su contenido o las cáscaras alargadas que sabía introducir en los hormigueros para sacarlas llenas del postre favorito de su padre: suculentos bocados de hormigas de esas que tanto le gustan a los chimpancés de su tropa. Por las noches ella y todos los demás subían a los árboles y se acurrucaban muy juntitos para dormir y en las mañanas se levantaba a buscar frutas, hierbas dulces, flores y semillas y a ver cómo se organizaban los adultos para cazar cuando había oportunidad.

Las tardes eran su momento favorito, las horas que los miembros de la manada dedicaban a escarbar en los pelos de los otros para librarlos de pulgas y piojos, a besarse unos a otros y a caminar tomados de la mano de sus simios más queridos. Fue justamente en las tardes cuando empezó a escuchar rumores sobre los humanos, esos primos indeseables e incapaces de adaptarse al mundo a los que evitaban acercarse. Los chimpancés pequeños hablaban sobre la prohibición de acercarse al poblado de los monos lampiños y fantaseaban con la idea de entrar en sus casas y averiguar todo lo que ignoraban sobre sus vidas. Silvia decidió conversar sobre los humanos con su padre un día en que estaba particularmente cansado, después de un enfrentamiento con el clan vecino y su madre tampoco pudo resolver sus dudas cuando Silvia le preguntó por la forma en que estaban organizados y buscaban su comida y, sin pensarlo, le dijo lo mismo que le habían dicho cuando era chica: no hace falta saber gran cosa sobre los humanos para saber que son un peligro.

Silvia habló con otros micos y obtuvo algunos datos adicionales: los humanos eran capaces de arrasar bosques enteros, lanzaban objetos a grandes distancias y cualquier animal que se les acercaba corría el riesgo de convertirse en uno de ellos. Silvia los había visto de lejos un par de veces y no entendía cómo podía ser cierto todo eso, si se parecían tanto a ellos: sonreían y emitían sonidos, las madres humanas alzaban y consentían a sus crías y hasta se daban besos, como lo hacían sus padres al atardecer.

Cansada de no encontrar respuestas y sin pensarlo demasiado, hizo un plan para averiguar por su cuenta. En compañía de otros dos monos de su edad, aprovechó el desorden de una cacería matutina y emprendieron el camino hacia la aldea de los humanos. Al regreso de la cacería las tres madres corrieron angustiadas en busca de sus crías ausentes, siguiendo su olfato. Entre tanto, Silvia y sus amigos habían trepado a un gran árbol a las afueras del poblado humano y observaron las cosas que hacían con grandes palos los hombres que removían la tierra para hacer surcos en los que metían granos de maíz, los juegos de las crías con objetos esféricos que rebotaban en el suelo, los movimientos rítmicos de las manos de las hembras que convertían extrañas fibras en objetos como los que se ponían encima para ocultar la vergüenza que seguro sentían por no tener pelos. Era tan fascinante lo que estaban viendo que se fueron olvidando del peligro y siguieron conversando. Sus voces llamaron la atención de los humanos más pequeños, que se acercaron a la base del árbol y alcanzaron a verlos. Asustados, Silvia y sus amigos subieron a las ramas altas esperando que se cansaran de mirar hacia arriba, pero los niños trataban de treparse al árbol y lanzaban piedritas. Silvia y sus amigos gritaron de pavor y así fue como las hembras de la tropa de chimpancés supieron en dónde estaban.

La madre de Silvia, desesperada, propuso atacar de inmediato, pero sus dos compañeras la detuvieron: era mejor esperar un momento más adecuado, todavía no sabían en donde estaban los humanos más grandes. Sólo estaba a la vista una anciana que tomaba el sol en una mecedora. Una abuela que se despertó con el ruido y se interesó por el agite de los niños. Caminó lentamente hacia el árbol y levantó la cabeza para buscar el motivo de tanto escándalo. Los ojos de Silvia hicieron contacto con los de ese humano de pelos blancos y sintió un escalofrío. La mujer entendió lo que estaba pasando y le sonrió compasivamente. Silvia conocía ese gesto, por eso le correspondió con su sonrisa de simio.En ese momento las mamás chimpances, que miraban de lejos, quedaron tiesas de miedo. Con la paciencia que tienen los de su edad, la anciana explicó a los niños los motivos por los que debían dejar que aquellas criaturas regresaran al bosque, era algo que había aprendido cuando uno de esos monos quedó huérfano por culpa de los aldeanos y una mujer lo adoptó. El pequeño simio creció entre ellos, corría y saltaba con los niños y aprendió cosas asombrosas, sólo le faltaba hablar. Pero en las tardes, se sentaba a mirar hacia el bosque y le salían algunas lágrimas. Por eso intentaron devolverlo al bosque, pero él siempre regresaba y se quedó con ellos. Fue así como supieron que los chimpancés son tremendamente parecidos a los humanos y merecen vivir con sus familiares. Los niños se conmovieron con la historia, miraron hacia arriba, se despidieron de Silvia y de sus amigos y aceptaron alejarse del árbol. La mujer los invitó a sentarse a una buena distancia, para verlos bajar. Los niños aplaudieron cuando lo hicieron y los miraron cuando corrieron hasta que se perdieron el bosque. Desde entonces, la madre de Silvia siempre tiene tiempo, ánimo y disposición para escuchar sus preguntas y, si es necesario, busca a otros miembros del clan para encontrar las respuestas que le ayuden a su hija a comprender el mundo y tomar decisiones correctas. (Y también la escucha cada vez que le recuerda que no todos los humanos son temibles y que no todo es tan cierto en la historia oficial que cuentan los líderes de la tropa).

¡A participar! 🙂

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2 Comentarios

  1. Totalmente de acuerdo, los niños tienen derecho a la educación y a ser protegidos en la red.

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    • Así es, Carlos. Cuéntanos, ¿cómo te fue con la lectura? ¿se la leíste a algún niño? Tenemos curiosidad 🙂

      Responder

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