La actividad #CuentosDerechos es una invitación de nuestro proyecto para que las familias (y todas las personas que trabajan en entornos educativos y culturales para primera infancia) compartan con los niños y niñas conversaciones sobre sus derechos que se sugieran a través de las expresiones artísticas. Cada derecho, de 12 que entregaremos en total, incluye un cuento que sugerimos contarles mientras ellos dibujan lo que piensan y sienten. A quienes participen según nuestros términos y condiciones les enviaremos un libro de regalo y otros detalles especiales para algunos seleccionados que entreguen experiencias valiosas, testimonios del proceso y nuevas ideas.
Los niños y las niñas tienen derecho a que se respete su cultura
La cultura debe ser considerada siempre que se tomen decisiones que afecten al niño o niña; incluida la crianza. Deben ser protegidos contra las prácticas que puedan fomentar la discriminación racial, religiosa o de cualquier otra índole. Deben ser educados en un espíritu de comprensión, tolerancia, amistad entre los pueblos, paz y fraternidad universal, y con plena conciencia de que debe consagrar sus energías al servicio de sus semejantes.
Para hablarles, es recomendable considerar sus lenguajes, sus tiempos e intereses. Por eso les recomendamos hacerlo a través del arte y la literatura. Abajo les dejamos el cuento que sugerimos contarles mientras ellos dibujan, para abordar el derecho al respeto de su cultura.
Leonardo llegó con su mejor sombrero y una bufanda, moviendo sus coloridos tentáculos y tratando de ocultar su acento, el primer día del nuevo año de clases. Recorrió silencioso el camino de entrada y sintió cómo los ojos de todos los demás animales marinos monitoreaban su avance hacia el salón del colegio en que su madre tuvo que inscribirlo porque a su padre, célebre odontólogo, conocido en todo el mundo por haber sanado las dolencias dentales de cachalotes, delfines, ballenas y tiburones, había encontrado el trabajo de sus sueños en la Antártida, al sur del planeta. Un verdadero paraíso al que pocos animales pueden aspirar: con exclusivos condominios de pocos habitantes y hermosas vistas de paisajes submarinos, prácticamente libre de la molesta presencia de humanos y otros depredadores de esos que caminan por la tierra y sumergen objetos y patas en las aguas del océano para pescar incautos animales acuáticos.
Cuando se lo ofrecieron, el papá de Leonardo no dudó en aceptar ese trabajo, aunque su esposa tuvo dudas: toda la vida habían vivido en aguas cálidas, rodeados de crustáceos, peces y corales que, como ellos, estaban acostumbrados a hacer todo juntos (y es bien sabido entre los peces de todo el mundo que los habitantes de la Antártida son fríos como las aguas que los rodean, tiesos e impenetrables, como el hielo, animales solitarios). Lo cierto es que Leonardo estaba sentado en su nuevo salón porque pesaron más la idea de tener un futuro mejor y de ser parte de los privilegiados. El mismo color naranja de su cabeza y sus brazos que lo avergonzaba en la otra escuela porque no era un rojo contundente y encendido, ahora resaltaba entre sus compañeros grises, negros y transparentes y la verdad es que no se podía culpar a nadie por mirarlo tanto. Lo que sí estuvo mal fue la carcajada que estalló en el salón cuando respondió a las preguntas de la maestra: Leonardo arrastraba las eses, como todos los de las aguas en que nació, cantaba un poco al hablar y usaba palabras que nadie en su clase comprendía. La maestra, una ballena yubarta muy estricta, le ordenó a los demás guardar silencio y le pidió a Leonardo que les contara de dónde venía. Muy apenado, él intentó describir los corales, habló de peces de colores que los demás no conocían y de cálidas corrientes que ninguno de ellos alcanzaba a imaginarse. Al terminar la clase, tuvo que responder muchas preguntas en el recreo, realmente había despertado la curiosidad de sus nuevos compañeros y no pudo evitar sentirse incómodo cuando algunos se rieron de sus historias, se burlaron de los peces de aguas calientes y se alejaron haciendo gestos.
La yubarta notó que Leonardo estaba triste al final del día y, como era una ballena sabia que también era muy recorrida, le contó que ella misma había visitado en su juventud esas regiones marinas, allí habían nacido sus cuatro hijos y sabía perfectamente lo difícil que podría resultar para Leonardo convivir con los pulpos, peces y cetáceos de esta parte del mundo. Le explicó que todos nos confundimos cuando vemos por primera vez personas que no conocemos y le pidió un poco de fortaleza y paciencia. En la tarde, la ballena esculcó en sus álbumes de fotos, encontró viejos recortes de periódico y rescató un par de grabaciones que ella, gran aficionada al canto, hizo en las aguas tropicales cuando las visitó por primera vez. Leonardo, por su parte, tosió y se quejó todo lo que pudo para no ir al colegio el segundo día de clases y solo hasta el tercero pudo disfrutar de lo que la yubarta planeó para él y sus compañeros: un experimento para que se pusieran en los zapatos de Leonardo, que sirvió para que todos conocieran colores fulgurantes, escucharan sonidos increíbles y para que los tres peces que se habían burlado de Leonardo le pidieran en el recreo que les diera clases secretas de baile. Un experimento que repitieron porque los niños lo pidieron hasta que muchos cefalópodos y ballenatos de aguas frías aprendieron a hablar, bailar, vestirse, comer y cantar como lo hacen sus primos de aguas calientes. ¡Nunca antes se vieron en la Antártida animales más felices!
¡A participar!
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