Liliana Palacio, una titiritera con mucha pasión

liliana y alejandra

Izquierda: Alejandra Barrada. Derecha: Liliana Palacio

Liliana Palacio nació en Bogotá, pero se radicó en Medellín cuando solo tenía cuatro años de edad. Recuerda que sus programas favoritos cuando era niña, eran Plaza Sésamo y Topo Gigio; ver a Abelardo, Lola, Elmo y Gigio en pantalla, la inspiraron para que, a sus 10 años comenzara a jugar a ser titiritera. Su abuela le tejió once pequeños vestidos para sus primeros títeres, con los que presentaba sus obras en el patio de su casa a los amigos y vecinos del barrio Belén en Medellín. Así comenzó Manicomio de muñecos, una corporación de teatro de títeres que lleva 42 años contando historias con muñecos para un mundo mejor.

Como titiritera, Liliana fue pionera en su ciudad, en ese momento en Medellín, solo existía La Fanfarria, grupo de titiriteros fundado en 1972. De Belén en 1979, se trasladaron al barrio Tricentenario que tenía unas zonas comunales en los primeros pisos de los edificios, y que se convirtieron en sus espacios para seguir mostrando sus obras. El cura de la época le prestaba la iglesia para hacer funciones y sus presentaciones de títeres se convirtieron en una actividad promovida y respaldada por la comunidad de su barrio.
En ese mismo año, conoció a Oscar Zuluaga del teatro de títeres Arlequín, quien entusiasmado por su iniciativa la puso en contacto con la Secretaría de Educación y empezó a presentarse en otros barrios.

Liliana entró a estudiar arquitectura en la Universidad Nacional de Colombia y se graduó en 1989. Desde ese momento hasta 1998 se dedicó a la docencia en el área de Educación Estética sin dejar su oficio de titiritera como directora de la Corporación Teatro de Títeres Manicomio de Muñecos y Directora del Titirifestival.

Su proceso se dio autónomamente, así como todos los primeros grupos de titiriteros en Colombia, que se formaron siendo autodidactas, estudiando e investigando por su cuenta. Para ella, es una lástima que en Colombia no haya escuela de títeres. Su maestra fue ella y los libros. Gracias a los festivales en los que ha participado en países como: España, Honduras, El Salvador, Costa Rica, Panamá, Brasil, Venezuela, Argentina y México, ha tenido la oportunidad de acercarse a nuevas técnicas y formas de expresión.

Liliana se describe a sí misma como una persona terca, empecinada en sacar adelante sus ideas, visionaria, con un gusto por la perfección y por hacer las cosas bien. Sus obras y las de su equipo están cargadas de valores y mensajes positivos. No le gusta montar obras sobre la guerra, ni sobre política porque piensa que estamos saturados de esto y lo que hay que transmitir es amor, ternura y buenos valores, sin que esto signifique que sus historias sean color de rosa; le apuesta a mensajes claros, contundentes, pensados en formar y mejorar el país.

Para ella, los títeres son un medio de comunicación y de diversión, con ellos puede expresarse como artista, decir lo que piensa y lo que siente. En escena las posibilidades son infinitas, encarna múltiples personajes a los que les da vida con su voz y la habilidad de sus manos, mientras ella con su ropa negra es una sola con la sombra tras bambalinas.

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Los títeres son el primer contacto que tienen los niños con todas las artes. Un niño que ve títeres hoy, más adelante le va gustar la música, la pintura, la danza, el teatro. El trabajo de Liliana se convierten en el primer peldaño a subir en el caso de formación de públicos en las demás artes y disciplinas.

La dramaturgia de Manicomio está a cargo de Alejandra Barrada, codirectora y aprendiz de Liliana que lleva 23 años en el equipo contando historias con tres enfoques distintos: cuentos tradicionales, leyendas y la vida cotidiana. “Mucho cuidado con la marimonda”, o “Las aventuras de dos paisas arrieros” son algunas de las obras más representativas. Aunque han pasado varios años el guión, los títeres, la escenografía, la puesta en escena, la dirección, y administración, siguen siendo hechos en casa.

Su trabajo igual que su pasión, como Liliana, está en peligro de extinción. Son muy pocos los profesionales que vienen detrás de ella, apostándole a este arte milenario y a darle vida a estos muñecos que se entregan en el escenario como cualquier actor. Su sueño es que los adultos no relaciones los títeres únicamente con niños y piñatas, y se animen a disfrutar en familia, solos, acompañados, cuando sean jóvenes o tengan cien años, de este trabajo en el que pequeños mundos son recreados a partir de unas manos que se ocultan tras un títere.

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