Por primera vez en los últimos cincuenta años de historia de violencia en nuestro país, estamos próximos a la existencia de una generación de primera infancia que nacerá y se socializará en un país caminando hacia la paz. Si bien han sido años de dolor, pérdidas y sufrimiento para varias generaciones de niños, niñas y sus familias víctimas, la esperanza y el desafío de la reconstrucción de la Nación y la feliz oportunidad de que ellos sean el símbolo de un nuevo comienzo para la construcción de una cultura de la paz, la reconciliación, la no repetición y el ¡nunca jamás! del conflicto armado interno en Colombia, encontró su momento.
El arte y la memoria histórica –construida desde las representaciones simbólicas de los niños y niñas en primera infancia– son herramientas necesarias para comunicar y educar, desde sus voces, a las generaciones presentes y futuras, sobre los oscuros hechos de estos años aciagos de violencia política y con ello la importancia de la paz y la reconciliación. Así mismo, al poner de manifiesto el rol político de los niños en la construcción de la memoria histórica y el lugar del arte en este proceso, se advierte que “el arte puede romper el ciclo de la violencia y el miedo”1, porque al ubicar a las personas en su centro de interés, especialmente a la primera infancia, lo importante no es solo la producción artística en sí misma, sino también lo beneficiosa que puede resultar para ellas y la sociedad.
Entre muchas de las afectaciones de la guerra, se sabe que el silencio, la renuncia a hablar, la dificultad para relatar, contar o expresar los sucesos violentos, no se debe a problemas en el lenguaje, se debe a que los impactos del conflicto armado han generado tanto daño que impiden que se pueda narrar o representar las experiencias vividas o contar el hecho o los hechos victimizantes a los que se ha sido sometido. Uno de los esfuerzos fundamentales de respuesta a esta situación, también con niños en primera infancia, es trabajar en torno a la discursividad y en general a todas las prácticas de significación y representación que se nutren de las formas propias que ellos utilizan para expresarse (dibujo, escultura, performance, animación de objetos, y en general todas las expresiones artísticas) que permitan la comprensión del sufrimiento causado por el conflicto armado. Para elaborar el hecho o el suceso victimizante, los procesos de representación, apropiación y significación no son otra cosa que la memoria, la cual no se refiere exclusivamente a la memoria narrativa o verbal, sino también a la memoria del cuerpo que incorpora gestos, movimientos, tics, acontecimientos, porque en la primera infancia se aprehende el mundo a través de la experiencia y con el cuerpo.
El juego y las artes como lenguajes propios de la infancia son medios espontáneos de expresión, representación y comunicación de su mundo. Incluso los bebés, que aún no se manifiestan con la palabra, narran sus experiencias a través del cuerpo, el juego, los garabatos, el dibujo y todo lo que les proporcionan las artes. Para la primera infancia también aplica la idea según la cual, las memorias sociales son procesos que activan recursos emocionales, cognitivos y físicos, susceptibles de ser narradas desde sus propios lenguajes.2 El arte, por su carácter sensible y sustento en la experiencia, se constituye en una de las formas de crear mundos, de reinventarlos y forjar sentido; y como experiencia sensible y empática con el medio donde se vive, moviliza los detalles perceptivos y promueve la relación sensorial consigo, con los otros y con los elementos del entorno.
La reparación psicosocial de los niños pequeños, realizada en el territorio de lo lúdico y lo artístico, es un proceso que va reorganizando la percepción de entornos, contextos y hechos victimizantes, permitiendo adquirir una mirada más allá de sí mismo y una mejor comprensión y relación con la realidad cercana, posibilitando desde lo singular y lo colectivo explorar, expresar, comprender, comunicar y sanar los impactos de la guerra.
En términos del desarrollo infantil, estos procesos ocurren en el espacio transicional entendido “como lugar donde el niño crea sus primeros vínculos con el mundo, en cuanto permite transitar entre lo subjetivo y lo objetivo (…) zona intermedia de experiencia, que se conserva a lo largo de la vida en las intensas experiencias que corresponden a las artes, la religión, la vida imaginativa y la labor científica creadora”.3 La generación de espacios transicionales adquiere importancia, en la medida en que a través del arte y el juego, se propician momentos de representación simbólica que facilitan a los pequeños tramitar sus miedos, dolores, pérdidas y sufrimientos. Por ejemplo, cuando significan y representan los grupos armados en conflicto: como nidos de culebras o pájaros negros gigantes que con sus garras rasguñan, matan los animales y las personas, las desaparecen, desplazan y se quedan con sus tierras.4
Fotografías: Performance de niños de primera infancia de Tierralta (Cordoba) donde reconstruyen su territorio sembrado de minas antipersona (2015)
Esta manera de comprender la función del arte y las representaciones simbólicas, pueden significar nuevas formas sobre la construcción de la memoria histórica de la primera infancia y con ella, la paz y la reconciliación con y para las generaciones de colombianos del siglo XXI.
Referencias:
1 Carey, John (2007). ¿Para qué sirve el arte? Barcelona, España: Debate, Randon Hause Mondadori, S.A, p. 167.
2 Ortega, Francisco (2011). “El trauma social como campo de estudios”. En: Ortega, F. (ed). Trauma, cultura e historia. Reflexiones interdisciplinarias para el nuevo milenio. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. Centro de Estudios Sociales –CES–, p. 41.
3 Winnicott, Donald (1971/1982). Objetos transicionales y fenómenos. En: Realidad y juego. Barcelona, España: Gedisa Editores, p. 13.
Soy docente de sociales, en un colegio rural del Putumayo. Quisiera saber más acerca de estas prácticas. Gracias
Diana, acá puedes consultar más contenido MaguaRED sobre tu región: https://maguared.gov.co/?s=putumayo