De nosotros, los adultos que podemos brindar cuidados y protección a los niños, dependen sus posibilidades de disfrutar la infancia. De nuestra disposición para comprender el momento vital que atraviesan en cada etapa de su desarrollo y nuestra capacidad para actuar en consecuencia, permitiéndoles expresarse y descubrir el mundo, cada uno a su manera, con sus particularidades, con sus pequeñas victorias e inconvenientes cotidianos.
El compromiso con esta causa opera en todos los niveles: comienza en casa, con la construcción de entornos seguros que les permitan experimentar dentro de límites claramente establecidos de acuerdo con su edad y sus capacidades. Una tarea de gran responsabilidad y de carácter permanente, de la que padres, abuelos, hermanos y todos cuantos acompañan el crecimiento de un niño deberían ser plenamente conscientes.
Y continúa en otras esferas: entornos educativos diseñados para potenciar las habilidades y talentos de cada niño, espacios lúdicos y de entretenimiento responsables, concebidos poniendo al niño en el centro y evitando alimentar las tendencias que convierten los productos y experiencias creados para los niños en excusas para deshacernos de los más pequeños y no interrumpir la vida acelerada de los adultos.
Los Estados también son responsables y por eso la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Convención sobre los Derechos de los niños en noviembre de 1989 y el Congreso colombiano la ratificó con la ley número 12 de 1991. Este tratado internacional de 54 artículos esenciales obliga a los Estados Partes a garantizar a todos los niños y niñas una serie de medidas especiales de protección y asistencia, acceso a la salud y la educación, a contar con ambientes adecuados para crecer con amor y comprensión y a saber cómo pueden alcanzar sus derechos.
Desde entonces muchas cosas han cambiado en el mundo pero, según el informe sobre la niñez en el mundo 2017 de la ONG Save The Children, entre 2005 y 2015 al menos 700 millones de niños en el mundo se han convertido en adultos a edades tempranas por causas diversas: enfermedades, embarazo precoz, conflictos, violencia y mala nutrición entre muchas otras.
Aún estamos lejos de cumplir las metas establecidas por los líderes mundiales en 2015, cuando se fijaron en la ONU los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que en su conjunto buscan un futuro en el que toda la infancia disfrute de su derecho a la niñez, sin importar el nivel de ingresos, el género, la etnia o el espacio geográfico en que estén ubicados los niños.
Gracias a la Convención y la lenta apropiación de los conceptos que le dan fundamento, los niños han pasado a ser entendidos como sujetos con derechos, como integrantes de grupos sociales, como personas que pueden transformar la realidad y que, en sus relaciones con los demás, son libres, creativos y fundamentales para las culturas y sociedades a las que pertenecen.
No discriminación, interés superior del niño, derecho a la vida, la supervivencia y el desarrollo y derecho a la participación son los cuatro pilares de la Convención sobre los Derechos de los niños y todos sus desarrollos posteriores. La claridad sobre estos cuatro principios deriva en el respeto por los derechos culturales de quienes comienzan su vida en el planeta y deberían ser los puntos de referencia que orienten el trabajo y el accionar de todos los que trabajan con niños o comparten su tiempo con al menos uno de ellos.
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