“Nosotros somos creaciones. Por tanto estamos destinados
a continuar la creatividad siendo creativos. […]
Negarse a ser creativo implica obstinación
y se opone a nuestra genuina naturaleza”.
(Julia, Cameron. 2002)
La creatividad y lo humano
Todos somos seres creativos; serlo está en la esencia de lo que nos hace humanos. La creatividad reside en nuestra naturaleza; por medio de ella se expresa aquello que emana del profundo manantial de nuestro espíritu. Es fuente de crecimiento y desarrollo de la capacidad transformadora que busca ir más allá de lo existente, de lo predeterminado y controlado, de lo estático. La creatividad, más que la invención de algo inexistente, reside en la posibilidad de expresarse desde la unicidad del ser de manera espontánea, acerca de lo que se percibe, se siente y se piensa.
Para el niño y la niña la creatividad se expresa tempranamente en la vida de manera natural, cuando por ejemplo escucha sus propios sonidos y la voz de quien lo arrulla, los distingue y descubre que puede re-modular los suyos o también cuando orienta sus movimientos y sus gestos manifestando lo que le dicta su sentir. Aunque la imitación está presente en estos actos, es la singularidad de su expresividad la que le permite reconocerse a sí mismo como diferente del otro, conformando la noción de su unicidad y creando una huella propia.
La creatividad se entrelaza con las experiencias cotidianas que movilizan emociones en el niño y la niña y que les incitan a explorar, descubrir y entender el entorno. En el encuentro de interrelaciones e interacciones con otros ellos se descifran a sí mismos y a su mundo en un complejo proceso dialéctico que activa su desarrollo por medio de transformaciones cualitativas de la psique. Allí se les plantean dificultades y desafíos, interrogantes y comprensiones, intranquilidades y sosiegos, curiosidades y hallazgos o malestares y placeres.
La educación, en especial la educación institucionalizada, ha tenido mucho que ver con coartar la expresividad y la creatividad natural. Afirmaciones que se vuelven condenatorias como: usted no sirve para el canto, la música…; fíjese cómo lo hago yo y repita lo mismo o ande, no sea tímido, han dejado profundas huellas de freno a ese impulso expresivo-creativo que se manifiesta desde la infancia. Desde aquella mirada del niño y la niña como seres incapaces o involucionados muchas de las prácticas educativas han pretendido conducir y encajar la creatividad en las concepciones estéticas de cada sociedad, corriente o momento histórico, con la pretensión de buscar la homogeneización de las expresividades. Así, las personas que persisten en ser creativas deben franquear la presión de la aprobación social y sortear las dificultades de incursionar en lo desconocido y aventurarse a perturbar aquella presumida seguridad, que tanto inmoviliza. Son seres que, como dice la Mafalda de Kino, no han dejado que se les pavimente la espontaneidad.
Se ha hecho creer que la creatividad es asunto de artistas o que el arte es improductivo. Se dividen las personas en los productivos y eficientes, los que saben, los que han sido dotados con talento o lo han forjado de manera profesional, y aquellos ilusos, rústicos, ignorantes y menos capaces que deben seguir a los primeros. Entonces se promueve la instrucción y la conducción pasiva-adaptativa, la sumisión ante la imitación, la conformidad con que unos sean ejecutores de lo que otros idean y deciden.
Es importante señalar también que la historia da cuenta del sin fin de maneras en que la creatividad por sí sola no garantiza una relación constructiva con otros y con el entorno, es por ello que no puede separarse de una ética de lo humano. Esa carencia de ética con un ejercicio maligno del poder ha estado presente demasiado tiempo en nuestras sala cunas, jardines infantiles, aulas, familias y en la sociedad en general. Ser personas creativas está presente en todas las esferas de la vida, está en cada acontecimiento en que nos permitamos y permitamos a otros ser coautores creativos y éticos de la existencia.
La expresión artística temprana
El concepto de arte infantil ha tenido una larga historia de formulaciones y debates teóricos. Se han planteado cuestionamientos acerca de si lo que hacen la niña y el niño está enfocado en un propósito final o en el proceso y si tiene una intención estética. Se ha debatido si el arte no debe ser utilizado como medio educativo, profanando su esencia o si al contrario la expresión artística permite que emerja el artista que habita en todos los seres humanos por medio de un proceso de búsqueda y descubrimiento. Se cuestiona si existe alguna jerarquía entre las disciplinas del arte o si todas tienen igual importancia en la educación artística.
En la experiencia de educación en la primera infancia del Centro de Expresión Artística Mafalda (fundado en Bogotá en 1975) optamos por la postura de la expresión artística entendida como los modos en que los niños y las niñas expresan y crean a partir de la vida cotidiana, del asombro y la aventura al explorar el mundo a su alrededor, dando vida a su imaginación y la fantasía en el juego, por medio de herramientas como el sonido, la luz, el movimiento, el gesto, la representación, entre otros elementos gramaticales del lenguaje. La experiencia nos permite sustentar que en la primera infancia se puede lograr un desarrollo integral y abordar los múltiples campos disciplinares como ciencias, matemáticas, lectura, escritura, historia, por medio del juego y los lenguajes de expresión artística.
Ser coherentes con esta postura nos ha demandado una permanente reflexión y debate en torno a aspectos estructurantes del proyecto pedagógico tales como el currículo, el método y la praxis –la diferencia entre dejar hacer y planificar–, dando lugar a las intencionalidades pedagógicas, al seguimiento y al desarrollo infantil abordado desde la expresión artística; nos ha llevado también a elaborar consideraciones acerca de si se trata de construir escenarios para el performance o ambientes creativos, y pensar en las posibles ambivalencias que se pueden presentar cuando el culto a la estética en la educación inicial lleva a las niñas y los niños a ser parte de la instalación del maestro-artista o si es que ellos mismos pueden construir sus instalaciones.
Los nuevos vientos para la primera infancia en el mundo y en nuestro país traen un llamado a liberar el ser creativo y la expresividad de los niños y las niñas. Le hemos abierto la puerta a experiencias alternativas que desde la primera mitad del siglo pasado se originaron en Europa y que hoy orientan las tendencias contemporáneas de la relación entre arte e infancia (consulta aquí algunas). Algunas de ellas conformadas como modelos y otras como propuestas inspiradoras dan cuenta de búsquedas que son, sin lugar a dudas, fascinantes y que más que procedimientos pedagógicos se han reconocido como fruto de filosofías humanistas, perspectivas culturales y políticas de la educación.
En este maravilloso momento para nuestros niños y niñas, y como educadores de la primera infancia, quiero invocar a la impertinencia que antecede a la creatividad. Partiendo de la premisa de la creatividad y la expresión artística como esenciales en las pedagogías que cobran vida en el proyecto de atención integral a la primera infancia me permito compartirles unas preguntas para la reflexión que constantemente nos debemos:
¿Contamos con posturas para desarrollar un diálogo generador con esas experiencias a las que nos abrimos, en las que nos nutramos, aprendamos y construyamos nuestras metodologías desde nuestros contextos culturales y las infancias que los habitan? ¿Queremos replicar experiencias pedagógicas, algunas que incluso como la de Reggio Emilia tienen la inmensa fortaleza de no pensarse como modelo? ¿Nuestra historia incide de alguna manera en la construcción de una propuesta educativa? ¿Podemos ser creadores de experiencias con una impronta propia? ¿Compartimos todos sus preceptos o tenemos la capacidad de mirarlas de manera libre pensante y creativa?
Estos son apenas algunos de los desafíos presentes en las prácticas pedagógicas creativas y éticas con que nos hemos comprometido.
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