En 1992 Maritza Díaz, antropóloga especialista en estudios indígenas y primera infancia, participó en uno de los primeros acercamientos a la atención integral a la familia indígena, liderado por el Instituto Colombiano de Bienestar familiar (ICBF). Ella, junto al Instituto, hizo un estudio de la socialización endógena con los Cubeo o, como ellos se reconocen, los Pãmiwa, que traduce “gente” que habla la lengua pãmié. El estudio pretendía observar y analizar cómo los niños Pãmiwa vivían en un proceso de socialización al interior de la comunidad y cómo éstos, a través de ese proceso, interiorizaban su cultura. El estudio buscaba conocer cómo se sostenía la cultura de los pãmiwa desde la infancia: como se reproducía, se mantenía, se transformaba y qué sucedía en esta etapa de la vida.
La pregunta por el aprendizaje
A cuatro horas de Mitú, a lo largo del río Cuduyarí, afluente del río Vaupés, se encuentra la comunidad Piramirí, donde Maritza inició su trabajo investigativo con los Pãmiwa.
Allí, durante el trabajo de campo, observó cómo un niño se subía a un árbol y empezaba a coger ramas muy delgadas y ella, preocupada, sintió que el niño estaba en peligro, hasta que un adulto e integrante de la comunidad se acercó al niño y le preguntó que si un mico se cogía de ramas más angostas que su brazo. El niño respondió que no, entonces el adulto le preguntó, entonces, cuál rama escogería, y el niño, mirando su brazo y luego mirando las ramas, escogió una más ancha que su brazo.
La escena le dio a entender a Maritza que los indígenas no hacían lo que ella pensaba era lo correcto o lo que se debía hacer; o sea, decirle «¡Cuidado!» o «¡Quédate quieto!», e incluso subirse al árbol y bajarlo. La situación la llevó a reflexionar en cómo se educaban los niños:
“A partir de ese acontecimiento fui observando y corroborando que en la pregunta –¿Cómo se educan los niños?– mediaba algo fundamental en el aprendizaje de ellos”.
A los niños Pãmiwa, como explica Maritza, se les permitía vivir las consecuencias de sus actos. Mejor dicho, cada vez que los niños se equivocaban, los adultos les hacían preguntas no inquisidoras sobre lo que hicieron, sobre sus decisiones, sino que, a partir de esto, les ayudan a resolver y pensar en sus acciones: les enseñaban. Por ejemplo, si el niño de la historia anterior no hubiera agarrado la rama más ancha seguramente se hubiera caído, pero el adulto hubiera evitado que se lastimara gravemente, sin impedir que se raspara un poco. Luego, juntos, se preguntarían qué pasó, qué decisión fue la incorrecta.
“Entre los Tikuna, sobre todo en las comunidades de Arara y el Progreso, pasaba lo mismo. La pregunta era un elemento esencial en la construcción del conocimiento y ésta estaba marcada por un momento en el que el niño, cuando afirmaba o demostraba haber entendido este saber, se hacía responsable del conocimiento”, dice Martiza.
Por ejemplo: una mamá Tikuna enrolla fibra para hacer una mochila sobre el muslo de su pierna; por la fricción su pierna está muy caliente, tanto así que tiene una especie de costra encima del muslo para resistir la temperatura. Mientras enrrolla la fibra una niña muy pequeña se acerca y empieza a tocar su pierna y se quema. La mamá le pregunta qué pasó y juntas responden y aprenden sobre lo que se debe y no debe hacer para no lastimarse.
En las actividades de los niños, por lo menos entre los indígenas Pãmiwa y Tikuna, el adulto “asiste” la exploración natural de los niños y lo hace a través de la pregunta y el consejo, un consejo que es muy particular y está conectado con el saber ancestral: el consejo que es el aprendizaje que viene desde los ancestros. Los consejos están asociados a las historias sobre los orígenes de la gente Cubeo o Tikuna, y hacen énfasis en las narraciones sobre el origen, donde se dieron aprendizajes de ese mismo orden.
La exploración asistida, como más adelante llamaría Maritza a este proceso de conocimiento, fue integrada en el Centro de Expresión Artística Mafalda, un centro fundado por Maritza en 1975, donde los docentes son sujetos culturales dinamizadores de los procesos de los niños y los asisten, creando una relación dialógica. La exploración asistida es vista, así, como el acompañamiento más consciente que puede tener un niño, y la asistencia se convierte en la disposición para estar con el otro para lo que necesita para su propio desarrollo –y no solo estar ahí.
“Lo que pude extraer de los Cubeo y Tikuna, cerca al río Vaupés, lo conecté con teorías pedagógicas: como lo que plantea Paulo Freire de cómo la pregunta es el motor de conocimiento y cómo hace parte de un sistema de relaciones y de una concepción de infancia”, concluye Maritza.