Por Lina Salas Ramírez.
En el pasado se concebían los espacios de integración de la niñez como un conjunto de experiencias (físicas, por lo general) que se daban en la calle. Juegos como carreras de sacos, trompo, canicas, Jimmy, Yermis, El escondido, Pimbol, Timbol, saltar la cuerda, o esa cancha improvisada de fútbol que se armaba con piedritas eran posibles porque el espacio público era de los niños en gran medida. Si bien había que apartarse un momentito cuando un carro se dejaba ver en la esquina, los conductores de esos autos, los niños y los papás en casa o en las terrazas sabían que había que hacerlo todo con calma pues existía el acuerdo tácito de que la calle era también para jugar.
No obstante, con el paso de los años esto ha cambiado; tal vez por el aumento del número de automóviles en las ciudades, por la ampliación de las pequeñas calles para convertirlas en autopistas, por sensaciones más fuertes de inseguridad, por la inmersión de la tecnología en la vida cotidiana, por cambios en las dinámicas de crianza o por una combinación de todas las anteriores. Ahora los niños permanecen cada vez menos en la calle; ellos han perdido la hegemonía en un espacio que era de todos pero que, por amplio y libre, se les daba en especial para correr, saltar y compartir con otros niños. Su apropiación de estos espacios comunes queda relegada a pocos y especiales momentos en el año, uno de ellos es Halloween.
La pedagoga Alexandra Mancera explica que el contacto de los niños con el espacio público propicia su participación activa y con ella se manifiesta el desarrollo social a través de progresivos niveles de autonomía, decisión, responsabilidad, opinión y criterio. Los niños se encuentran en el espacio que les pertenece a todos para desarrollar procesos de identidad, socialización y construcción de ciudadanía que les posibilitan tener efecto en los entornos familiar, institucional y comunitario a nivel social y político.
Eso es lo que sucede cada noche de disfraces. Aún en un horario considerado “para adultos” los espacios de integración se vuelcan a favor de los niños. Las calles se decoran, los vecinos se preparan y todo está dispuesto para recibirlos. El discurso social es una bienvenida a los niños, a sus formas de expresión, a su participación y al compartir de la comunidad; es un escenario único, festivo y pasajero que evidencia que adultos y niños ocupan y comparten libremente el espacio público.
América Latina es la región más urbanizada del planeta. Según la Organización de Estados Unidos (ONU) cerca el 80% de su población habita en las ciudades; por eso razón en todo el continente se han propuesto alternativas para afrontar los desafíos que impone esta urbanización acelerada. Es vital tener en cuenta a los niños de cero a seis años en este proceso, ya que son parte de la sociedad:
“Las ciudades se construyen colectivamente a lo largo de procesos sociohistóricos complejos; se expresan en una pluralidad de semblantes (morfológicos, políticos, económicos, culturales e identitarios) y, en ellas los distintos grupos poblacionales configuran y vivencian experiencias que dan sentido a la denominada vida urbana. Lejos de ser tejidos homogéneos o equilibrados están formados por igualdades y desigualdades, antagonismos y protagonismos, encuentros y desencuentros. (…) La alusión a lo local, entonces, involucra un conjunto de interacciones y de ‘ciudades dentro de la ciudad’”, escribió la antropóloga argentina Cristina Bloj en la publicación Ciudades e Infancia.
En MaguaRED y Maguaré creemos que Halloween o Noche de los niños es una fecha para aprovechar al máximo porque crea posibilidades para legitimar las voces, saberes y lenguajes de los niños y niñas, haciéndolos sentir valiosos.
¡A salir, a divertirse, a tomarse la calle en familia y con los niños!