Hace 20 años cuatro mujeres desplazadas por la violencia empezaron a fabricar muñecas de tela en un campamento para desplazados en Quibdó; una voluntaria alemana les enseñó cómo hacerlas: cómo tejer, cómo unir las partes, qué materiales usar. Después de muchos años de trabajo estas mujeres, unidas y bajo el nombre de Choiba, encontraron en la elaboración de muñecas la oportunidad de compartir entre ellas, de desahogarse y de transmitir su cultura a todos los niños.

Todas las semanas en una casa de Quibdó se reúnen siete mujeres y un hombre para tejer las muñecas negras en punto en cruz, forma popular de bordado en la que se usan puntadas que quedan en forma de equis. Las muñecas de Choiba tienen camisetas y zapatos tejidos en croché, ojos saltones, boca roja, faldas coloridas, collares, aretes, chaquiras o pañoletas en el pelo.

El pelo de las muñecas es en oveja virgen y son cosidas a mano; su pelo es tan moldeable que puede decorarse, mimarse y peinarse con chaquiras, pañoletas de colores, moñas y cauchitos. Las muñecas son de tela, tipo franela, material que no se consigue fácilmente en Quibdó –como cuenta Edelmira: una señora les hace el favor de conseguir el material en Bogotá y de enviárselos; por eso, cuando hay poco material elaboran mínimo dos muñecas al mes, pero cuando tienen los insumos, llegan a hacer 50.

Las muñecas son muy populares entre las niñas y, afirma Edelmira, las escogen porque se parecen a ellas: con su pelo “quieto”, como ella misma se refiere, su color negro y sus pintas muy propias de la región: faldas de flores, con puntos o formas geométricas de colores. Los muñecos, por su parte, usan guayabera y pantalón de colores y su pelo también puede ser peinado o rapado.

«Como somos de acá del Chocó y acá todos somos negros hacemos estas muñecas para distinguirlas de las muñecas de afuera, de las muñecas de pasta… Para recordar nuestras raíces. Por ejemplo, cuando yo tenía 3 o 4 años mi mamá me cosió una muy parecida de trapo y con eso era que yo jugaba, confiesa Edelmira.

El mayor comprador y distribuidor de muñecos de Choiba es James Rodríguez –el vendedor, no el futbolista–, quien tiene un punto de artesanías en el aeropuerto de Quibdó: Artes del Pacífico. Allí, gracias a las mujeres creadoras de Choiba, demuestra que, como dice Mary Grueso, en La muñeca negra, lo negro es sinónimo, también, de belleza:

“Pero mamá… Yo quiero una muñeca, que sea de mi color, que tenga los ojos de chocolate y la piel como un carbón”.

Como concluye Betty Osorio en su texto La narrativa de Mary Grueso Romero: poéticas y políticas de la identidad étnica del Pacífico colombiano, “las estéticas y éticas de lo negro son producidas localmente y por ello logran su objetivo: dan sentido a nivel personal y demuestran la agencia de conocimientos y recursos propios, son expresiones de procesos del Litoral Pacífico que invierten la noción de sus habitantes como incapaces de tomar las riendas de su propio destino. Al enfrentar fuerzas globalizadas, los conocimientos y las éticas y estéticas locales son tomadas en cuenta como conocimientos indispensables para mantener saludables tanto los territorios culturales como ecológicos”.

La muñecas de Choiba son la representación de ese trabajo local, pero, además, la representación de una cultura, sus tradiciones, su estética y, claro, de la transmisión de esa información –esos recursos– hacia los niños a través del juego.