El diamante del cuidado

 

La palabra cuidado viene del verbo latín cogitāre, que significa pensar o reflexionar –por ejemplo, una de las frases más famosas de la historia tiene ese verbo: “Cogito ergo sum” (pienso luego existo), dijo Descartes. En ese sentido el verbo cuidar está atado a la idea de pensar en el otro o en los otros: en la naturaleza, en los adultos, en algunos objetos valiosos, en mi vida, en la vida de los niños. Así, pues, los cuidadores y cuidadoras piensan en los otros y, en el caso que nos concierne, piensan en los niños –los cuidan.

El cuidado de los niños no es algo que haya sido siempre un imperativo en la humanidad –por lo menos como lo concebimos hoy en día. Las teorías europeas del siglo XIX sobre eugenesia e higiene abrieron campo para pensar en la infancia como un punto de partida para el progreso de la sociedad: entre más niños saludables más desarrollo. Se empezó a hablar de alimentación, de educación, de salud y de ambientes pertinentes para la infancia. De repente la familia se convirtió en el núcleo central y sobre ella recayó la normativización del cuidado en general y el mantenimiento de la salud, la vida y el bienestar de los hijos en particular. Gracias a lo anterior disminuyeron las tasas de mortalidad infantil, se alargó la esperanza de vida a niveles nunca antes vistos y mejoró la vida de la mayoría de personas.

Las protagonistas de ese cambio, en Colombia y en el mundo, en general, fueron las mujeres; ellas se encargaron del cuidado de la familia. Los científicos, políticos, intelectuales y religiosos impulsaron la «educación para la maternidad», que fue uno de los puntos de partida para crear las virtudes simbólicas de la mujer y su rol en la sociedad y en las configuraciones familiares: la lactancia, el servicio doméstico, el cuidado, la ternura, el amor, etcétera, etcétera.

El cuidado fue asumido en mayor medida por las mujeres: madres, enfermeras, parteras, madres comunitarias, abuelas, tías, amigas, hermanas, maestras, nodrizas, hijas. Según la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo, realizada por el DANE en 2013, cerca del 90% de las mujeres en Colombia hace actividades de trabajo no comprendido en el sistema de cuentas nacionales, o sea, servicio doméstico y servicios de cuidado para la comunidad y el hogar, sin remuneración. El porcentaje de hombres que hacen estas labores es de un 63% y el tiempo que se dedican a éstas por día, promedio, es 3 horas y 10 minutos, mientras las mujeres dedican 7 horas y 23 minutos, más del doble –promedio.

A pesar de que el cuidado es un derecho –como lo escribimos antes–, y a pesar de que esa labor es primordial para el bienestar de la sociedad en general –más allá de las familias–, esta labor es invisible o, por lo menos, no es visible y valorada como debería serlo.

«Cuidar a una persona no significa exactamente realizar un conjunto de actividades, supone también –y especialmente– un estado mental. Significa responsabilidad y disponibilidad continua, tiempo de estar ‘atenta a’, ‘disponible o vigilante a’; más que una acción concreta, representa un tiempo potencial de realizar alguna tarea», escribieron Cristina Carrascos, Cristina Borderías y Teresa Torns Martín, en el libro El trabajo de cuidados: historia, teoría y políticas.

En MaguaRED creemos que un punto de partida para visibilizar el trabajo de las mujeres cuidadoras de niños es contar sus experiencias a través de la labor periodística. Pero no solo eso, estamos convencidos de que el cuidado debe ser co-responsable –o sea, asumido por todos, incluyendo a los hombres– y que éste debe ser parte de un compromiso integral que une a la familia, a la comunidad y a la institución pública y privada. Así lo dice el artículo 44 de la Constitución Política de Colombia:

«Son derechos fundamentales de los niños: la vida, la integralidad física, la salud y la seguridad social, la alimentación equilibrada, su nombre y nacionalidad, tener familia y no ser separados de ella, el cuidado y amor, la educación y la cultura, la recreación y la libre expresión de su opinión (…) La familia, la sociedad y el Estado tienen la obligación de asistir y proteger al niño para garantizar su desarrollo armónico integral y el ejercicio pleno de sus derechos».

Algunos teóricos llaman a esa co-responsabilidad –tan urgente, tan necesaria– como el «Diamante del Cuidado». Nosotros, por nuestra parte, creemos que el cuidado es el diamante: la piedra preciosa de la humanidad. Es nuestro deber agradecerles a las mujeres que lo hacen posible.

 

Fotografía: Aditya Romansa.

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