Hace poco me encontré una caja mediana en el salón donde se deposita todo lo que es reciclable. Decidí llevarla a casa pues había visto en internet una idea para pintarla por dentro, pegarle algunos objetos y convertirla en un elemento de juego para mi hijo. La dejé en un rincón de la cocina pero él no tardó mucho en descubrirla, le amarró una cuerda y decidió que era su caballo. Jugó con ella durante largo rato y yo me divertí mucho observándolo. Aunque todos los días soy testigo de que niños y niñas son una fuente inagotable de creatividad, no dejo de asombrarme.
Y es precisamente allí, en el juego libre y espontáneo, donde despliegan todo su ser, sus emociones, sus experiencias cotidianas, sus percepciones del mundo. Por eso es tan potente y necesario en la primera infancia.
Cuando decidí trabajar sólo medio tiempo para estar con mi hijo en las tardes, llegué a pensar en cómo organizar la rutina para hacer cosas muy divertidas cada día, y aunque en realidad sí pasamos muy rico juntos, él, a sus tres años, me enseñó que el juego libre es una de las experiencias que más disfruta y que emerge sin mayor esfuerzo.
El juego es por excelencia la manera como niños y niñas aprenden y se relacionan con el mundo. El juego no estructurado y no controlado por una persona adulta es aún más significativo. Jugando aprenden a tomar decisiones, a relacionarse, a solucionar problemas, a asumir riesgos y también a superar límites y miedos.
Saltar el muro donde un niño se ha subido no es sólo una aventura, es pasar por el cuerpo la experiencia del límite y la experiencia de su superación. Saltar o no saltar conlleva el aprendizaje del cuidado propio. Entonces hay que permitirles el riesgo y soltar su mano poco a poco.
Llegar al parque y ver en el arenero a otros que no conocen, acercarse con euforia o tímidamente y preguntar “¿puedo jugar?” son experiencias necesarias y trascendentales. En el preescolar el grupo está conformado y orientado siempre por alguien, pero en el parque, en la calle, ellos y ellas requieren aprender a relacionarse y lo hacen jugando, decidiendo con quién sí o con quién no, construyendo normas, enojándose y reconciliándose.
Como lo plantea el psicopedagogo italiano Francesco Tonnuci, posibilitarles escenarios de juego donde podamos “acompañar de lejos” es necesario para el aprendizaje de la autonomía que se va adquiriendo poco a poco. En este mismo sentido lo que posibilita el juego libre es que el niño no sea simplemente un espectador o alguien que sigue unas instrucciones sobre algo, sino que se convierte en protagonista, quien dirige la escena, la diseña y la vive intensamente, aún con los riesgos que conlleva.
Para mí la experiencia de ser madre se traduce en un aprendizaje profundo, porque mi deseo de educar en libertad también se confronta con los miedos cotidianos, unos muy relacionados con el contexto en todo el sentido de la palabra y otros más simples como desear que no se caiga y se raspe cuando conduce su triciclo a toda velocidad. Entonces busco en mi pasado y me veo corriendo, subida en un árbol, con cicatrices en las rodillas y feliz. Así que ahora es su turno.
¿Cómo promover el juego libre?
En otro momento quizás no sería necesario hacernos esa pregunta, pero hoy en día los hábitos familiares y el entorno favorecen o no la vivencia plena del juego.
Particularmente en las ciudades niños y niñas pasan mucho tiempo entre paredes. Se dice incluso que a nivel mundial esta es la generación que menos tiempo pasa al aire libre y esto significa una gran pérdida para la humanidad, en tanto el contacto con la naturaleza trae consigo una experiencia vital profunda, máxime si estamos hablando de esos primeros años de vida en donde los sentidos se constituyen en la mediación principal para conocer el mundo.
Por eso es importante, en la medida de las posibilidades, llevarles al parque, recorrer las calles, propiciarles encuentros con la naturaleza. Que jueguen allí donde la vida habla. Que bellas palabras escribe Catherine L’Ecuyer en su libro Educar en el asombro:
“Necesitan más que nunca asombrarse pacientemente mirando cómo se arrastra un caracol, observando cómo una flor crece, cómo una gota de lluvia resbala por el cuerpo de un ciempiés peludo, viendo aparecer un brote, regando las plantas, recogiendo las setas con agradecimiento y dando de comer a los pájaros. Los niños deben aprender a levantar la vista hacia el cielo de vez en cuando, como lo hacíamos nosotros cuando nos tumbábamos en la hierba que nos picaba y nos hacía cosquillas detrás de las piernas y de las orejas y nos imaginábamos que las nubes tenían forma de dinosaurios y de conejos”.
En casa el juego libre también se da de manera espontánea, es absolutamente maravilloso ver cómo resignifican cada objeto y le dan vida según su imaginación. Para favorecer el juego libre hay tres elementos importantes:
- Es necesario permitirles el aburrimiento: son los niños y niñas quienes deben hacer el esfuerzo mental por crear sus maneras de divertirse. El aburrimiento antecede los procesos de creación y de encuentro con las ideas. Es aprender a hacer algo por iniciativa propia sin que seamos las personas adultas las que lo resolvamos siempre. En familia realizamos experimentos, artesanías y diferentes propuestas, pero la mayor parte del tiempo mi hijo debe decidir a qué jugar.
- Es importante hacer uso muy equilibrado de las pantallas y las tecnologías: establecer unas rutinas en las que éstas se combinen con otras actividades que impliquen movimiento e interacción con otros. En este sentido también es fundamental hacer un filtro sobre lo que ve la primera infancia. Para fortuna nuestra, existe hoy gran variedad de contenidos pensados y producidos desde enfoques pedagógicos respetuosos y muy divertidos.
- Se requiere de personas adultas cómplices, que le den al juego el estatus que tiene: en esa medida los niños y niñas puedan tener más tiempo para eso, para jugar, sin ningún propósito diferente al de disfrutar su cotidianidad haciendo lo que más les gusta.
En estos tiempos desenfrenados y caóticos no podemos arrastrar a la infancia por la misma vía. Al contrario, el mundo adulto y su reloj tatuado en la piel, tiene el reto de recuperar las esencias de la vida, el juego es una de ellas.
Me gusta mucho la orientación del articulo, el juego libre amplia la capacidad vital de las niñas y niños, potencia sus acciones creativas, y les permite enfrentarse con situaciones cotidianas reales, sobre todo en la relación con otros, otras y el mundo.
gracias
¡Así es, Maribel! Es maravilloso no solo propiciar los encuentros de los niños con la creación, el arte y la cultura, sino permitirles estos descubrimientos autónomos en el libre desarrollo de su ser. Nos encantó esta colaboración de Catalina 🙂 Si tienes alguna idea que quisieras compartir con nosotros no dudes escribirnos a maguaRED@gmail.com. ¡Un saludo!
Hola. Felicito a Catalina por compartir estas reflexiones que emergen desde su experiencia de maternidad vinculada a su ser de educadora.
El juego libre como escenario potenciador de experiencias y prácticas educativas es una invitación para acompañar a los niños y niñas de manera más tranquila y libre, y quizá mas enriquecedora y autónoma para su crecimiento.
¡Así es, María Alejandra! Muchas gracias por tus comentarios y aportes 🙂 Recuerda que siempre que tengas ideas para compartir esta comunidad está dispuesta para todo lo que beneficie a los niños. Un saludo.
La verdad es que no puedo estar más de acuerdo con la palabras de esta entrada. Los adultos vamos tan (tele)dirigidos que pensamos que los pequeños (maestros) también necesitan eso.¡Enhorabuena por la entrada!
¡Gracias por comentar, Aran! 🙂 Un saludo y aquí nos seguimos viendo.
Tras leer el articulo, comparto con la autora la importancia del juego libre, permite fortalecer otras áreas de la vida de las niñas y los niños que no se potencian en otros espacios: la solución de problemas, la creatividad, la autonomía, el disfrute de la solitud. Jugar es una dimensión de la vida, surge de manera espontanea, y por lo tanto me parece muy rico lo que se plantea de dejarles hacer, inventar y proponer, no todo esta programado en la vida.
Gracias por la reflexión.