Internet es un universo con muchas caras: caras amables que potencian la creatividad, la imaginación y la curiosidad; caras seguras que ayudan a construir criterios; caras tranquilas que tienen consejos, información y tips que hacen la vida «más fácil»; caras malvadas que se aprovechan de los descuidos del otro; caras tristes que esconden sus frustraciones en horas y horas de correspondencia digital; caras mezquinas que hacen daño. El Internet es un universo del que también hacen parte los niños y, por ende, ellos son actores activos de esa interacción –inevitablemente. La anterior idea, precisamente, es el punto de partido del Informe Mundial de la Infancia, de UNICEF, de 2017.
«Internet refleja y amplifica lo mejor y lo peor de la naturaleza humana», escribe Anthony Lake, director ejecutivo de UNICEF.
En ese sentido, el documento examina las oportunidades que abre Internet en la infancia, también examina cómo los afecta y cómo abre divisiones económicas, culturales, sociales y políticas entre unos y otros: en sus futuros, en sus perspectivas de vida, en las oportunidades de sus entornos sociales. Para lograr lo anterior, el Informe Mundial de la Infancia se vale de datos existentes y nuevos que analizan la vida de los niños en el mundo digital: analizan pruebas, debaten problemas, exploran algunas de las controversias y proponen recomendaciones, principios y acciones para minimizar los riesgos y para aprovechar las oportunidades que la herramienta ofrece.
El informe se divide en cinco capítulos. El primero desarrolla las potencialidades de Internet: la educación, el cambio social, la visibilidad, la acción humanitaria. El segundo examina la otra cara: la brecha digital –por ejemplo, 3 de cada 5 jóvenes africanos están «desconectados», mientras que en Europa tan sólo 1 de cada 25 niños está «desconectado». El tercer y cuarto capítulo analiza los peligros digitales a los que están inmersos los niños: el ciberacoso, el abuso y la explotación sexual, la falta de privacidad, y la otra cara: la dependencia digital y las consecuencias cognitivas. Finalmente, el capítulo cinco propone seis puntos de acción prioritaria para guiar la formulación de políticas y acciones prácticas en la esfera digital. Precisamente este último punto es uno de los aportes más valiosos del documento: es prescindible que los niños sean parte activa de la construcción de potencialidades en Internet: no basta con la participación y apoyo de los gobiernos, las organizaciones internacionales, la sociedad civil, las comunidades, el sector privado y las familias.
El mensaje es claro: aprovechar lo bueno y limitar el daño.