Minca, en la Sierra Nevada de Santa Marta, es considerada la capital ecológica de Colombia, declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Allí queda el hogar de Janni Benavides, Andrés Álvarez y Julia Álvarez Benavides, más conocidos como Jacana Jacana, una familia sonora: ellos convirtieron la música en una herramienta pedagógica con un fuerte énfasis en la conciencia ambiental. Allí, en medio de un frondoso paisaje vegetal con árboles que llegan a medir 40 metros, se destacan los sonidos de más 350 especies de aves –como el pájaro silbador, las guacamayas, los tucanes–, de miles de insectos y monos aulladores que ofrecen un concierto de cantos que acompañan el sonido constante del agua proveniente del río Minca.
El día a día de Jacana empieza más o menos a las 6:30 de la mañana, cuando Julia va a la escuela. Ella sigue un proceso de educación en casa junto con otras cinco familias; en total son siete niños. Dependiendo del día Julia va a la casa de algunas de esas familias o los niños llegan a la casa Jacana, donde la música juega un papel esencial: allí, junto a Janni y Andrés, los niños despiertan cierta sensibilidad y reflexión crítica en torno a los ecosistemas y especies que los rodean; también aprenden de matemáticas con las canciones de las tablas de multiplicar que Janni y Andrés compusieron para ese propósito. Cuando Julia está en otras casas estudiando, Janni y Andrés, componen nueva música, Janni se dedica a la ilustración, su segunda pasión, o visitan las comunidades indígenas cercanas a la sierra: los pueblos Kággaba (Kogui), Ika (Arhuaco), Wiwa (Arzarios) y Kankuamo, en un intercambio cultural y musical.
Antes de llegar a Minca la música ya había hecho su parte uniendo a Janni y Andrés, quienes se conocieron tocando en conciertos. Los dos tenían los mismos intereses por el folclore y la enseñanza de la música, y decidieron crear la fundación Mágica Música, con la que generaron una metodología propia de enseñanza para niños y jóvenes. Allí crearon ensambles musicales, talleres, conciertos y grabaciones que incluían el reconocimiento y los acompañamientos de maestros y grupos tan importantes como el músico Sixto Silgado Paito, la chirimía del Río Napi y Bomba Estéreo.
Después de unos años de relación decidieron que querían tener un bebé. Janni recuerda su embarazo con mucha alegría; en ese entonces tocaba en un grupo de bullerengue que se llama La Rueda y los invitaban seguido a tocar en festivales. Janni fue al Festival Nacional del Bullerengue, de Puerto Escondido, Córdoba, con siete meses de embarazo.
Janni también recuerda que tocaba el llamador con todas sus fuerzas, con la barriga detrás del tambor: ¡pum! ¡pum! ¡pum! y en el vientre llegaban las vibraciones del instrumento. Un día una señora se le acercó y le dijo: “Ese bebé le va a quedar sordo”.
Cuando Julia estaba en la barriga la música era un asunto de día y noche. Janni y Andrés solían escuchar la música que les gusta: folclore colombiano, reggae, rock, músicas del mundo, así como cantos tibetanos, música africana y música de celebración o álbumes de grabación de cantos que se alejan del concepto comercial de la música y se centran más en lo ancestral.
En pleno embarazo un amigo les sugirió que le cantaran una canción al bebé para que cuando naciera se calmara al escucharla. Janni le cantaba La pluma:
“Todo lo verde se seca
volá la pluma volá
todo lo nacido muere
volá la pluma volá”.
Cada vez que Julia lloraba, Janni le cantaba La Pluma y ella se tranquilizaba.
Cuando Julia nació la casa Jacana era un sitio para realizar sesiones de improvisación entre músicos profesionales y no profesionales: no había separación: «En el momento en que Julia estaba durmiendo les decía que no podían hacer mucha cacofonía y sonaba muy bonito», dice Andrés.
A los 5 años Julia quiso empezar a cantar y a participar de los talleres que daban su papás a otros niños. Se animó a cantar sola y en medio de los ensayos coreba una o dos canciones. Con Mágica, Janni y Andrés grabaron un disco y participaron en el Festival Petronio Álvarez e incluso tuvieron una gira por España, a la que fueron con Julia.
Cuando Janni y Andrés conocieron a Juanita Aldana, bióloga de la Universidad de los Andes, juntos fundaron oficialmente Jacana Jacana. En ese inicio desarrollaron unos programas de radio para niños, del Ministerio de Cultura, con los amigos de Puerto Colombia; y empezaron a visitar los mangles, el bosque seco, el bosque húmedo, a conocer el gallito de agua o Jacana Jacana; todo en compañía de Julia. Grabaron muchos sonidos de la naturaleza con la ayuda de la Universidad del Norte, de Barranquilla. Fueron siete meses yendo, viniendo, explorando, escuchando y grabando.
“Fue muy inspirador escuchar sonidos a los que uno no está acostumbrado. Es música pura”, dice Andrés emocionado:
“Tus raíces van profundo
llegan lejos, tienen rumbo
se conectan con el mundo.
En tu tronco las chicharras
cantan fuerte para el agua
mientras que la lluvia pasa
Caracolí, voy hacia ti”,
dice la canción de Jacana Jacana, Caracolí.
Viviendo en La Sierra Julia empezó a reconocer a los pájaros por sus sonidos: ella sabe cómo canta la guacamaya, el Martín pescador, el tucán y las chicharras: «La naturaleza se comunica con el sonido. Julia reconoce el sonido de muchos más pájaros que nosotros; sabe cuando el río está crecido o cómo cantan las chicharras, confiesa Janni, orgullosa.
Julia es muy propositiva dentro de Jacana. Escoge las canciones que quiere cantar, advierte cuando hay canciones parecidas a otras y cada vez más se desenvuelve mejor en escena.
En los talleres Janni y Andrés quieren que los niños tengan un contacto personal con la música. Trabajan desde el “hacer música” y no desde lo académico; ellos pretenden que los niños interactúen con lo que tienen: sus voces, sus pies, sus manos o los instrumentos más cercanos. “En esa interacción se puede hablar de conceptos teóricos: el compás, la figura rítmica, pero antes de esto, la música debe ser algo intuitivo. Eso es primero que lo otro, que la explicación y los códigos”, agrega Andrés.
La música ha sido una constante en la vida de familia Jacana Jacana, pero sobre todo de Julia, quien la ha percibido desde que estaba en la barriga de su mamá. Hoy tienen el privilegio de estar en contacto con la naturaleza y, como dice Andrés, con la música en su estado más puro.
“Para mí la música es un lenguaje, es un espíritu; ambienta el aire, le da color a las cosas; es alegría, tristeza, amor… Todo depende siempre de la música, de lo que den tus sentimientos”, confiesa Julia:
“Mis sonidos favoritos son el piano, los pájaros, las chicharras, el río, la música. Me gusta el sonido del agua corriendo, de las olas del mar, de mi mamá cantando, de mi papá tocando el piano. Y las risas de la gente cuando cualquier persona cuenta un chiste o mi amiga Maya cuenta un chiste”.
Què hermoso todo. Como miembro de la IETD Kogi de Mulkwakungui sugiero que estos talleres sean itinerantes en verdad que puedan trasladarse a estas escuelas en donde los niños recibieron los Textos ya publicados y se les puso a cantarlos. Los esperamos con los brazos abiertos pues cuando se pisa suelo ancestral hay que regresar ya pensando en una Coral de la Sierra en el territorio ancestral.
Que bonito trabajo pata este momento histórico del planeta y de la humanidad. Abrazos los queremos mucho Jorge y yo!!!!
QUE MARAVILLOSO CONTAR CON LA ALEGRIA Y LA MAGIA DE OTROS , ES ASI COMO DESCUBRIMOS MUNDOS Y LUGARES FANTASTICOS QUE NOS AYUDAN A VIVIR Y CREAR MEJOR.