Malaquita y la música como un juego

 

En el barrio Santa Ana Occidental, en Bogotá, está una de las sedes de Malaquita, un espacio de educación inicial que convierte la experiencia musical en una vivencia de todos los días. Allí se realizan –los sábados– talleres de música, palabra y movimiento para bebés y sus acompañantes. Allí los niños interactúan con los instrumentos mientras melodías, ritmos y armonías, a partir del juego con las sonoridades, van creando un espacio en el que las familias fortalecen los vínculos afectivos. Aquí todos los sentidos se entregan al sonido.

A medida que los niños entran al salón de música se dan cuenta que a lo largo de todo el piso hay instrumentos regados: guitarras, claves, palos de escoba, vasos, piedras, semillas, guacharacas y muchos más. Los niños los pueden tocar, hacer sonar y producir sonidos.

Todo lo que hay alrededor de un niño suena. Y si lo volvemos parte de la actividad musical se vuelve un juguete sonoro enriquecedor dice Carmenza Botero, pedagoga musical

 

Daniel, el más grande del grupo, entra y mira alrededor. Lo mismo hace Julieta, con sus cachetes rosados; Emiliano, que está muy emocionado toca cada instrumento que encuentra a su paso; y Juanita, que tan solo tiene 8 meses, mira todo y abre sus pequeños ojos –atónita– por la estimulación que recibe al ver tantos niños, sonidos y movimiento. Ellos están  acompañados de sus papás y cuidadores. En un círculo todos se sientan en el  suelo; algunos prefieren las piernas de sus papás y otros, por el contrario, toman la batuta de la actividad y ayudan a Carmenza Botero, quien dirige el taller.

Es importante poner los objetos al alcance de los niños y ser muy observadores y agradecidos; ellos descubren en esas sonoridades cosas que están buscando a nivel sensorial. A veces se enamoran del sonido de las tapitas o de verlas caer. Cuando están armando torres con fichas o legos, a veces el sonido de la torre al desplomarse es lo que más les diviertedice Carmenza Botero.

 

De repente cada uno (padres, abuelas, mamás, amigos, y por supuesto los niños) reciben un sonajero y Carmenza, acompañada de la guitarra que toca Luis Miguel, pregunta:

– ¿Qué hay? ¿Cómo está? ¿Cómo le ha ido? ¿Cómo le va?, y lo repite de nuevo. Luego mira a Carolina, mamá de Emiliano:

– ¿Cómo está Emiliano?

– Está muy mal.

– ¿Qué le ha pasado? Preguntan todos, mientras extienden los brazos y hacen cara de preocupación.

– Comió mango.

– ¿De qué se queja?

– De una muela, canta Carolina.

Y todos en coro responden:

– Tome masato con hierba mora y al momentico se le mejora… ¿Qué hay? ¿Cómo está? ¿Cómo le ha ido? ¿Cómo le va?, empieza a preguntar Carmenza, de nuevo, pero esta vez a la mamá de Daniel. Así, en este juego de armonía, sonidos y voces todos se presentan.

«Todo lo que el niño utilice para hacer sonar es pertinente. Yo recomiendo siempre cosas que suenan pasito, obviamente a los niños les gusta a veces más el estruendo, pero también experimentar con cosas que suenan pasito (tapitas, piedritas, hojas secas, agua), objetos que les permitan escuchar su propia voz y al hacerlo la voz empieza a hacer parte de esa sonoridad», comenta Carmenza.

 

Luego de la presentación –canción– Carmenza toma un instrumento de viento y, como el flautista de Hamelín, hipnotiza a todos. Gracias al pitido agudo los niños y sus acompañantes se ponen de pie; primero acuclillados, luego extienden las rodillas y por último extienden la cabeza. Todos empiezan a recorrer el lugar, pasando por encima de los instrumentos que de nuevo están en el suelo esparcidos por todo el salón. Reconocen el espacio al unísono del ritmo de los pasos; Carmenza canta mientras todos recorren el lugar y entre frase y frase, como en una novena, los niños cogen el primer instrumento que encuentran y lo tocan: suenan los palos de agua, tambores y panderetas.

Después de unos minutos todos vuelven al círculo y Daniel y Sofía, colaboradores de Carmenza, presentan cada instrumento: primero el palo de agua… “Si yo fuera un palo de agua, así sonaría yo” y entra el palo de agua que es más bien una cascada con todo su cauce. Luego presentan al tambor… “Si yo fuera un tambor, así sonaría yo” y todos toman sus tambores y con baquetas, algunos sin baquetas, otros con las manos, otros con los dedos, dedos de ellos o de sus padres, suena el trote de una manada: ¡todos los tambores en conjunto!… Así, uno por uno. Luego Daniel y Sofía hacen un sonido y los niños gritan y adivinan qué instrumento es. Por ejemplo, el kokiriko, que parece un armadillo y suena cuando las placas de madera se tocan; también las claves y, por último, el tambor. Cada niño toca los instrumentos y se sorprende con sus sonidos.

 

Los adultos deberían fijarse más en la curiosidad infantil, valorarla, decir ‘¡Wow! Mi hijo, sobrino, primo, amigo está sorprendido por este sonido. Lo mejor que podemos hacer los adultos es asombrarnos, valorar e incluso decirles que lo valoramos. A veces pensamos que los niños no están haciendo nada cuando tiran algo o cuando revuelven los objetos, pensamos más en términos  visuales (lo que están viendo) o en el tacto (lo que están tocando), pero no pensamos que están descubriendo el sonido de las cosas al caerdice Carmenza.

Después de descubrir y jugar con los instrumentos cada familia tiene uno en sus manos. Carmenza los invita a escuchar y acompañar la lectura de Vamos a cazar un oso, de Michael Rosen. Ella les explica que es un libro que se puede cantar y lo lee o, mejor dicho, lo interpreta como una canción:

– Vamos a cazar un oso, un oso grande y peligroso… ¿Quién le teme al oso?

– ¡Nadie!, responden los niños.

– Aquí no hay ningún miedoso, responde Carmenza.

– ¡Un campo!

– Un campo de largos pastos verdes, cantan los niños.

– ¡Manos arriba!, dice enérgica Carmenza.

– Por encima no podemos pasar… Por debajo no podemos pasar.

– ¡Ni modo! lo tendremos que atravesar.

– Suish, suash, suish, suash, canta Carmenza y todos los niños toman el kokiriko y lo frotan con sus manos simulando el sonido del pasto y las pisadas sobre él.

– ¡Un río!

– Un río profundo y frío.

– ¡Manos arriba!, repite Carmenza

– Por encima no podemos pasar… Por debajo no podemos pasar.

– ¡Ni modo! lo tendremos que atravesar.

– Glo, glo, glorogló, y todos toman los palos de agua y se escucha el río con los instrumentos.

– ¡Una tormenta!

– ¡Una tormenta de viento y nieve!, y todos agitan unas radiografías con todas las fuerzas.

 

Cuando empieza la tormenta, cuando Carmenza la anuncia, Emilio grita “¡Agua!” y Abril, quien está muy cómoda en las piernas de su padre, Edwin, espera atenta el momento de la lluvia para tocar el palo de agua.

Al final, y casi como comenzaron, vuelven a dar vueltas por el salón y a unir su experiencia sonora, esta vez combinando el movimiento, la palabra y la música.

Como afirma Carmenza Botero,“la música es un juego con los sonidos, es un juego con la voz, el cuerpo, es un juego también con todo lo que suena que pueda volverse un juguete sonoro: palos de escoba, piedras, vasos. Los niños encuentran en los juguetes una cantidad increíble de sonoridades que podemos involucrar al cantar, al querer sonar o crear un ambiente sonoro”.

 

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