Oscar Brenifier es un filósofo argelino que enfoca sus trabajos en la enseñanza de la filosofía para los niños y sus familias. Y aunque no se considera un autor de libros infantiles, le gusta hablarle a los más pequeños porque, mientras los adultos están preocupados por sus responsabilidades y deberes, son los niños quienes pueden pensar sobre la vida, los sentimientos o la muerte de una forma reflexiva y crítica.
Afirma que él no escogió la filosofía, sino que fue ésta quien lo buscó. Siendo un joven lector Sócrates llegó a sus manos y después de leerlo quiso ser como él –idea que jamás abandonó. Ahora Oscar se dedica a liberar la filosofía, prisionera de la academia, y a devolverla a las calles como en la Grecia antigua, tal y como lo hacía su mentor, quien iba por la polis generando preguntas en todos los transeúntes sobre lo bello, el bien y la verdad. La filosofía no es una cosa de académicos ni siquiera de gente letrada, para él la filosofía está en todo.
Su filosofía llegó a la escuela cuando su primera hija estaba en primaria y le propuso a la directora realizar unos talleres de filosofía con los niños en torno a la palabra.
Para explicar mejor lo que es filosofía, Brenifier suele ampararse continuamente en el arte y en su analogía. Así como un pintor no sabe con exactitud desde cuando se convierte en artista, el filósofo tampoco lo decide. Así como el artista se estimula por los museos, pero también de la música, el cine, el teatro o mirando el atardecer, el filósofo también lo hace: una pregunta, un diálogo o debate acercan a todos a una experiencia filosófica.
“Pensar reflexivamente no es muy popular, Hablamos de pensar como si fuera algo que se aprende, se desarrolla, que tiene exigencias. Un ejemplo concreto, se le dice a los niños que tienen que ir a la escuela y muchos niños tienen una relación conflictiva con la escuela: ni en la escuela ni en la casas les preguntan: ¿Qué piensas de la escuela?, ¿Cómo te sientes con respecto a ella?”.
Su experiencia como padre lo ayudó a entender la importancia de acercar la filosofía a los niños. Recuerda que su segundo hijo, cuando tenía 10 años, no le gustaba ir al colegio y en lugar de decirle que tenía que dejar de llorar e asistir –punto–, él tomó el camino de la reflexión, de tranquilizarlo y entender lo que le pasaba. A eso invita a los padres y maestros en sus textos: a establecer un diálogo con los niños.
Sus libros, en realidad, son preguntas y por lo general tienen más de tres respuestas o ninguna –la respuesta, la “verdadera”, la tiene cada lector. La pregunta es fundamental en su trabajo porque representa la capacidad de asombrarse.
“Hay una idea de Aristóteles que dice que el pensar se inicia con el asombro; cuando estamos en la rutina y el hábito no hay preguntas. El filósofo, como el pintor, te invita a asombrarte de todo”.
La pregunta nunca está sola, siempre la acompaña una respuesta, y lo que Oscar Brenifier identifica es que estamos acostumbrados, en una simple conversación, a responder con un bueno, más o menos, o depende; y estas respuestas desde su punto de vista son maneras de evadir el pensamiento.
Aunque es autor, Oscar está en contra de la sacralización de los libros y de la idea de que estos siempre tienen la verdad. Para él, un libro en sí mismo es un objeto muerto que no tiene significado. Lo importante es trabajar la relación con el libro.
“Los padres que le leen a sus hijos un cuento, antes de pasar a otro cuento, que es una visión consumista, deberían preguntarles a los niños: ¿Te gustó? ¿Qué piensas? ¿Prefieres esta historia? ¿Piensas que el final está bien, debería terminar de otra manera? Si no lo hacen el libro es algo ficticio, algo muerto”.