“Siente… el niño está en la puerta, vivirá para abrazarte…siente estás en buenas manos y eres parte de la tierra”:
Rosa Zaragoza – Canción Sabemos parir
Pronto serán 26 lunas desde que conocí a Benjamín por fuera de mi vientre. Y mi corazón se estremece al escuchar “Sabemos parir” esa canción que nos acompañó aquel viernes 21 de junio, solsticio de verano, día en que sentí su piel por primera vez.
Benjamín llegó a nuestra vida y comenzaba a crecer dentro de mí cuando Amelia, mi primera hija, tenía 11 meses de edad. A medida que mi embarazo avanzaba mis temores crecían, en cada control prenatal me alarmaban por complicaciones en el desarrollo del embarazo y el parto, un dolor punzante me acompañaba y se acrecentaba cada día.
En ese transcurrir recibí la visita de una amiga de espíritu y de la vida, acompañada de Alexandra Novack. Llegaron a mi casa, yo tenía entonces 6 meses de gestación, hablaron conmigo sobre el parto ancestral. La idea me parecía hermosa, era la posibilidad de vivir el nacimiento de mi hijo como siempre lo soñé: acompañada, con luces tenues, un ambiente cálido, música…pero sentía que era eso: una idea muy bonita incluso romántica pero imposible en mi caso.
A principios de junio sentí que el momento de parir a mi hijo se acercaba. Era el momento de parirlo a él, el clímax del miedo. Pero la vida me fue enviando señales, mostrando caminos, llegó la lectura del libro “Pariremos con placer”, artículos, videos sobre parto humanizado, partos de indígenas y mujeres en todo el mundo pariendo en casa, con sus compañeros allí. Me di cuenta de mi poder como mujer y ese bloque de miedo se desdibujó en unos segundos, fue entonces cuando contacté a Alexa y le dije “quiero tener un parto en casa”.
Nos encontramos con Alexa en compañía de María Elena, Olguita, Marisol y Aleja. Desde el primer instante sentí tanta belleza y ternura en cada una de ellas que nunca dudé de la decisión que habíamos tomado. Surgieron muchas opiniones, de una u otra manera las pocas personas a las que les comenté me decían que era muy peligroso, que si había una complicación, que una infección, que las vacunas, que si yo me desangraba, que si me desgarraba… Entendía la preocupación de ellos, pero estaba tranquila y me sentía radiante con esta decisión, el monstruo que se alimentaba del miedo no se había debilitado: se había ido.
Los días que siguieron huelen a tabaco, a brevo, a ruda, manzanilla, huelen a aceite de coco impregnadas en manos calientes llenas de energía, de esa que desborda el alma. Estas mujeres guiadas por Alexa con cada acción que emprendían iban tejiendo un capullo, un nido que me protegía a mí y a mi familia. Cada sonrisa, cada abrazo se quedó en mí como semilla de poder y es mi deber germinarlo. Lo primero que Alexa nos dijo fue: “Gracias por confiar en ustedes mismos”.
Asistí al último control prenatal, en medio del rutinario tacto vaginal el doctor me dijo que el cuello estaba ya blandito y que había comenzado a dilatar, se preocupó al ver la última ecografía y me dijo: “Váyase ya para la clínica, para que le hagan una cesárea, no es posible que tenga ese bebé tan grande por parto vaginal”. Guardé silencio a pesar de que tenía ya suficientes argumentos en contra de la cesárea innecesaria que se practica en Colombia en niveles alarmantes. Pienso en cómo nos hemos enajenado de nuestra naturaleza como mujeres capaces de parir, priorizando el miedo al dolor, evitando a toda costa sentir y ser conscientes de nuestra humanidad, en un gesto displicente hacia la naturaleza. Yo pensaba: “Si Benjamín es grande es porque soy fuerte y mi cuerpo está preparado para parirlo”, pero es una quijotesca misión deshacer ese mensaje que se transmite desde milenios de años atrás, que desconoce el inmenso poder de la mujer.
Alexa y las mujeres medían mi dilatación por medio del nivel del calor, ubicando sus manos en mi cabeza. Ellas nos sorprendieron una noche con un “Baby Shower espiritual” para Benjamín y en medio de semillas, cuarzos, piedras, hilos, velas, tabaco y chicha, cada uno de nosotros puso los mejores pensamientos para él y tejimos el collar que me acompañó durante el parto.
El miércoles 19 de junio en la noche tuve una descarga de líquido. Las contracciones eran cada vez más fuertes y seguidas, yo respiraba y caminaba, mientras tanto Dary ayudaba a las mujeres a conseguir plantas, gallina criolla y demás. Amelia nos acompañaba. Acondicionamos el cuarto donde llegaría Benjamín, había una mesita con agua y velas. Teníamos también un balón de pilates que me ayudaba a controlar el dolor y a abrir los huesos de la pelvis, una hamaca y una colchoneta.
Cayó la noche del jueves, Alexa me revisaba, María y Olguita monitoreaban mi ritmo cardiaco y presión sanguínea, con el doppler hacían seguimiento del ritmo cardíaco del bebé, me prepararon baños calientes y masajes para aliviar el dolor. Marisol danzaba y tocaba la armónica, Aleja me servía agüitas de agua con miel. Y yo le daba gracias a la vida porque me había permitido cambiar los barrotes metálicos y fríos de la camilla por la calidez de estas mujeres. Pasé toda la noche de aquí para allá, viviendo cada segundo, cada contracción, caminando, respirando, moviéndome bajo la ducha. Me puse una piyama rosada, me solté el cabello y me puse el collar, me maquillé un poco, quería que Benjamín me viera linda.
Llegó la luz del viernes 21 de junio, solsticio de verano, ya estaba dilatada y Alexa me dijo “tiene que esperar el pujo”. A partir de ese momento Dary y yo estuvimos más unidos que nunca, como nos dijo Alexa: “Ellos están ahí al momento de crear los hijos, así mismo el parto es un momento de intimidad, de ustedes como pareja, nosotros simplemente los acompañamos, el trabajo lo hacen ustedes”. Entonces empezamos a caminar juntos, a abrazarnos, a mirarnos a los ojos, yo cantaba y él también cantaba conmigo y recuerdo su mirada cuando el umbral del dolor crecía y crecía y yo comenzaba a desesperarme.
Empecé a sentir que entraba en un trance, un estado alterado de conciencia, un viaje hacia el centro de mi cuerpo y mi espíritu. El dolor empezó a retarme, yo me enfrentaba a él y pensaba “No te tengo miedo, aquí estoy”. Estaba viviendo el poder de la vida desde mi corporeidad de mujer, nunca fui más poderosa.
Entonces llegó el pujo y yo en cuclillas, apoyándome en la hamaca me balanceaba y decía “Alexa, pujo, tengo pujo” pero ella me dijo “agúantese lo que más pueda para que no se vaya a desgarrar” y esa sensación de pujo llegó en tres contracciones, hasta que finalmente dije “no puedo, no puedo aguantar” y ahí me dice Alexa, “entonces puje mija, feliz parto” y pujé y llegaba la canción “siente que el momento llega, siente tus huesos son fuertes, siente estamos ayudando, lo divino está contigo…” y llegó la explosión: era la vida explotando en mi vientre, abriéndose paso, era mi hijo ahí, era el bigbang dentro de mí, entonces tocamos su cabeza caliente y húmeda con el cuerpo aún dentro de mí. Miré a Dary, le temblaban los labios y le corrían lágrimas en el rostro. Llegó otra contracción, volví a pujar con toda mi fuerza y listo, Benjamín había nacido a las 8:10 de la noche.
La luz era muy tenue y con una linterna lo miramos, venía posterior, mirando hacia la tierra y con tres circulares en su cuerpo, lo ví así pero no sentí miedo, Alexa lentamente le quitó el cordón del cuello, brazo y piernas y después de que dejó de palpitar, Dary cortó el cordón.
Lo pusimos en mi pecho, él miraba hacia todos lados, tranquilo, sin llorar. Pesó 4,000 gramos, midió 54 centímetros, estaba perfecto, rosadito, calientico. Y todos los que estábamos allí nos consagramos como familia.
Horas más tarde sentí algo parecido al pujo nuevamente, me puse en cunclillas y parí la placenta. Dary y Alexa prepararon la placenta en la múcura con ceniza y 20 días después la sembramos en Santa Elena junto con todos los fluidos del parto.
A la vida por este privilegio, siempre daré las gracias. A mis hijos porque me han permitido conocer cuánto amor, valor y poder hay en mi ser, a Dary por su compañía y amor, a mi mamá por su fuerza que vive dentro de mí, a mi hermana por su risa y complicidad, a mi papá por su nobleza.
A Alexa, mujer sabia poderosa que me ha cobijado con su inmensidad, a Marisol, María Elena, Olguita y Aleja, por todo lo que aprendimos juntas, hacen parte de mi familia.
Cordial saludo, que gusto conocer estas historias, me gustaría alcanzar la valentía de la madre, la unión de la familia y la compañía de las mujeres sabias en el gran reto de dar a luz. Siento la necesidad de saber mas de ustedes… ¡Gracias!
Esa es mi hermana y mi hermoso sobrino!!! los amo infinitamente
¡Qué hermoso tener a la familia conectada con nosotros! Gracias por escribirnos, Ana María. Nos hizo muy felices poder replicar en nuestra comunidad la experiencia de Lina 🙂 Cuantas más manos se sumen a esta misión de llevar la cultura y el arte a los niños y sus familias, más podremos hacer. Un saludo especial.