El hogar de una madre comunitaria

Carmen Cheverra Valoyes lleva toda su vida cuidando niños, pero desde 2011, oficialmente, se convirtió en madre comunitaria y empezó a recibir un sueldo. De lunes a viernes está a cargo de trece niños de su barrio y de barrios aledaños que tienen entre dos a cuatro años. La seño Carmen, como la conoce la comunidad, tiene un temple que ha alimentado con la experiencia y su presencia: su físico imponente guarda una dulzura y una timidez que exalta con su sonrisa.

Su casa, el hogar infantil comunitario, tiene la fachada más colorida de la cuadra. José, Yerany, Tonny, Dilan, Evanjelith, Yeimar, Aura, Brisol, Yumalay, Jhanni, Eva y Lorena esperan adentro; ellos, desde las 8 de la mañana hasta las 4 de la tarde, a veces hasta más tarde, están a su cargo.

“Ellas son ‘las mello’, son igualitas y la mamá no ayuda porque las viste igual, Yeimar es muy tímida y Eva nunca se despega de su hermana”, dice Carmen mientras los recibe en la puerta de su hogar.

Los niños se acomodan en unas pequeñas y coloridas sillas de plástico y esperan su desayuno: huevo revuelto, banano y unas masitas cocidas con queso, típicas de la región y de la gastronomía chocoana: un poco de sal, a veces azúcar para cambiar el sabor, dos huevos, queso y mantequilla –Carmen cocina todas las mañanas el desayuno de sus pequeños y el almuerzo de sus hijos. La mayoría de niños se conocen, son vecinos, hermanos o primos. Hay un tío y un sobrino que se llevan unos meses de diferencia. En medio de los platos juegan y hablan y comen sus manotadas de masita.

En Colombia hay 69.000 madres comunitarias y, en una menor proporción, padres comunitarios. En conjunto atienden en todo el país cerca de 1.077.000 niños, según cifras del ICBF.

«La familia, la familia,

ellos son, ellos son.

La mamaá, el papaá, el hermano grande, el hermano chico y el bebé” – Cuando llegan a este punto varios niños acunan sus brazos:

“Algunos ni hablan bien, pero cantan”.

Son las 10 de la mañana y los pequeños están en un círculo, ríen, cantan, mueven sus brazos y aplauden; Carmen está en el centro llevando la batuta. Al final todos sueltan carcajadas y piden en coro repetir la canción.

Con perrenque –con fuerza– y mucha decisión Carmen ha levantado su casa y cuidado a sus hijos, así como a los hijos de muchos de sus vecinos. Oriunda de “La Bombita”, allí en el barrio 7 de agosto, siempre ha tenido vocación por el cuidado: primero como mamá de Carlos Fabián que hoy tiene 15 años, luego Johnatan que tiene 11 años , Víctor que tiene 8 años y por último su pequeña e inquieta Sofía, que tiene 5 años.

En 2011 Carmen apoyaba un hogar infantil y le propusieron participar en una convocatoria para un puesto como madre comunitaria; aplicó y la eligieron para trabajar en uno de los cerca de 24 hogares que, como el suyo, atienden a niños en situación de vulnerabilidad.

Desde que Carmen recuerda las madres comunitarias siempre han existido:

Mi vecina lleva toda la vida como madre comunitaria, pero no se ha podido jubilar. Al principio estas mujeres empezaron a darle la colada a los niños, pero en ese entonces esto no se veía como un trabajo y no era pago. Sin embargo la comunidad les ayudaba a levantar la casa, la embaldosaba, pintaba… Cosas asíCuenta Carmen

Luego dice que los primeros niños que cuidó y que hoy están entre sus diez años o son adolescentes, pasan por su casa y la saludan “¡Adiós Seño!” y ella se siente orgullosa.

A medio día, los niños empiezan a cerrar sus ojos y a sentir sus cabezas pesadas. Carmen los acomoda, de tres en tres, en unas colchonetas que tiene extendidas en el piso. El único que no se ve somnoliento es Jóse, quien espera a que todos se acomoden para ir hacia la caja de juguetes. Allí saca el casco de bombero, se lo pone y en silencio juega para no despertar a sus amigos.

“Él durmió hasta tarde. La mamá lo trajo pasadas las ocho”, dice Carmen mientras va a la cocina a lavar los platos:

“Me gusta lo que hago. Entre más niños tengo más me gusta… Aunque ahora dicen que no hay que tener más de la cuenta. Las personas me buscan mucho para que les cuide a los niños; a veces vienen algunos vecinos y me ayudan a alimentarlos”.

Carmen aprovecha que los niños duermen para acompañarme al bus. Le pide a su hijo mayor Carlos Fabián que los cuide hasta que regrese.

Mientras camina por las calles destapadas del barrio 7 de agosto una vecina la saluda:

“¿Qué más seño?”, le pregunta mientras acomoda una mesa de plástico a la salida de un local.

“¡En la lucha!”, responde Carmen con una sonrisa en la boca, en su mano derecha, agarrada, está Ana Sofia, la más pequeña de sus hijos.

Me da un abrazo cálido y me recuerda que en su hogar todos son bienvenidos.

 

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