Luciana, Martín, Adelaida, Rebeca y Agustina tienen entre 3 y 5 años, y se levantan todos los días a la hora que quieran; mejor dicho, no tienen que “madrugar para ir al jardín” y, más bien, pueden disfrutar de su sueño, jugar un rato en casa, desayunar y, si lo quieren, ir a un espacio llamado Barco de papel donde pueden aprender a través del juego y “el trabajo”, todo a partir de la pedagogía Montessori.
Barco de papel es un proyecto de educación alternativa en un ámbito no escolar con aproximación Montessori, una pedagogía que está próxima a cumplir 100 años de fundada y que tiene como fin brindarle un espacio a los niños donde sientan interés por explorar, elegir y concentrarse en tareas que exigen períodos prolongados de atención interrumpidos. Allí, cerca de ocho familias dejan el cuidado de sus hijos a María Constanza Flórez, pedagoga infantil, madre y guía Montessori, quien conectada con su maternidad decidió abrir las puertas de su casa para que sus hijos y los niños pudieran crecer de forma autónoma. Ella, como todos los guías Montessori –y no maestros–, se encarga de observar la conducta y el crecimiento de cada niño de forma minuciosa.
El método Montessori fue fundado a finales del siglo XIX por la española María Montessori, quien hablaba de los períodos sensibles o ventanas al desarrollo de los niños. Para la pedagogía los niños deben dirigir sus actividades a experiencias cotidianas como embolar los zapatos, barrer, recoger la basura y ayudar en las tareas del hogar; lo anterior tiene como objetivo desarrollar en los niños habilidades cognitivas básicas, que ellos reconozcan los errores o dificultades por sí mismos, y que se hagan responsables de su propio aprendizaje: los niños aprenden autónomamente.
La exploración y el juego desde esta pedagogía son considerados como “trabajo” porque las actividades que promueven en los niños son muy cercanas a las que harán en su vida adulta. Los niños trabajan individualmente, en grupo o con un amigo, y cada uno trabaja a través de su ciclo individual de actividades y aprende a comprender de acuerdo a sus propias necesidades y capacidades únicas.
Para esta pedagogía no hacer nada también está bien; estar aburrido es parte de la naturaleza y estimula el hecho de buscar algo que hacer:
“No es como en muchas instituciones que primero colorean y no se salen de la línea, luego llenan las letras con granos y luego se acercan a los números, cortando actividad tras actividad para que los niños estén siempre ocupados en una cosa u otra”, afirma María Constanza.
La pedagogía está basado en tres elementos claves: un maestro preparado, un medio preparado y materiales específicos que atienden a los periodos sensibles del niño y a la mente absorbente con la que ellos se introducen a la cultura. Con estos puntos de partida los niños aprenden oficios caseros, barren, lustran zapatos, recogen la basura, cuidan de sus plantas, mascotas, cortan, pelan… Todo con una finalidad: que aprendan a no pasar hambre, a no hacer desorden, a ayudar en la casa y, entre otras cosas, a compartir en familia:
En Montessori es importante el tema de la paciencia, la perseverancia y la dificultad. Una tarea como pelar un huevo puede resultar todo un reto para los niños de 3 a 5 años, pero dárselos pelado, según la pedagogía, es negarle a los niños la posibilidad de que encuentren dificultades:
“Al no encontrar un obstáculo no hay conflicto, no hay nada que hacer y no se desarrolla ninguna habilidad; pero si los niños pelan el huevo y, por ejemplo, se les queda en las uñas o se les cae entenderán que la próxima vez hay que esforzarse y mejorar en eso que se falló”, dice María Constanza.
Aunque Barco de papel es una aproximación a la pedagogía Montessori hay elementos con los que María Constanza negocia, como con los temas de la imaginación y la fantasía. Desde el punto de vista más ortodoxo de la pedagogía todo en la educación inicial debe ser muy real, o sea, que los niños no tengan espacio para el juego simbólico, por eso Montessori hace énfasis en que los niños deben interactuar con materiales orgánicos como la madera, el metal o el vidrio.
Pese a que los libros que leen desde esta pedagogía están más ligados a las temáticas reales de la casa, por ejemplo, la vida en familia, animales, el cuerpo, situaciones reales que los niños pueden vivir y ver –experimentar–, María Constanza decidió que la fantasía era necesaria también. Cuando Luciana, Martín, Adelaida, Rebeca y Agustina llegan a Barco de papel ellos pueden transformar los objetos en telescopios, maletas mágicas, barcos o casas.
Otro de los principios de la pedagogía es que los niños deben tener contacto “orgánico” con su entorno, de modo que encuentren, exploren e interactúen con «materiales en su forma pura»: vasos de vidrio, mesas de madera, zapatos de charol, canastos tejidos. Todo debe estar expuesto para que sean los niños quienes decidan cuándo acercarse a los objetos, por eso no hay puertas o llaves y todo se pueda agarrar. También hay elementos considerados “peligrosos” o delicados: agujas, tijeras, floreros de vidrio, cerámica, bandejas, cosas que se rompen para que ellos comprendan sus características y los cuiden.
“Muchos niños crecen entre plástico: los floreros, sillas, mesas, vasos –todo– son de ese material. Cuando ellos tienen relación con la tela, con una cartera que fue tejida por alguien, tienen una relación distinta con la materia”, reflexiona María Constanza.
Barco de papel tiene un espacio parecido a una cocina; allí hay zanahorias, bananos y arvejas para que los niños las pelen y se las coman, así los niños sienten las texturas, refuerzan habilidades motoras finas, afianzan la coordinación ojo-mano y hacen un trabajo que tiene un sentido: ¡preparar el almuerzo!
Desde la pedagogía hay un gran esfuerzo por invitar a tocar, a que el niño sienta pesos, formas, estructuras y sensaciones distintas; materiales que brinden experiencias más enriquecedoras.
Construyendo un Barco de papel
Barco de papel empezó cuando María Constanza vivía en Francia en 2014 y esperaba un bebé. A unas cuadras de su casa había una escuela con énfasis Montessori y quiso visitarla. Como ella cuenta le sorprendió ver que cada niño estaba ocupado haciendo alguna actividad: unos tejían, otros pintaban y otros leían sin que alguien los dirigiera. Lo que vio en ese momento hizo clic con su pasado y la remitió a las historias de su abuela, quien fue una de las primeras niñas de Colombia criadas con el método Montessori; en ese entonces preescolar no era llamado como tal sino que era reconocido con el nombre Montessori. La abuela de María Constanza, quien hoy se acerca a los noventa años, estudiaba en el Instituto Pedagógico Nacional, un instituto que preparaba a las niñas (el colegio era femenino) como institutoras Montessori, título de la época:
Ver cómo funcionaba esta pedagogía de cerca, ochenta años después de escuchar las historias de su abuela, le pareció revelador a María Constanza, así que empezó a formarse como guía Montessori.
“El hecho de que mi abuela me dijera que a los cuatro o cinco años los maestros le cantaban y hacían cosas diferentes a las que vivían los niños en ese momento me puso a pensar y quise seguir prolongando esa formación”, cuenta María Constanza mientras mira a los niños de Barco de papel que preparan plastilina a su lado.
“Hay padres que tienen muy estructurado el tema del tiempo, que por sus horarios de trabajo tienen que cumplir con ciertas tareas en horarios muy estrictos; también hay padres que esperan que los niños se levanten, desayunen, jueguen a unas horas limitas y establecidas. Este espacio le da la posibilidad a los niños de que compartan el tiempo que quieran y según su criterio”, dice María Constanza.
Tanto en este taller infantil como en las escuelas Montessori el niño es el único que puede dirigir su aprendizaje. María Montessori planteó que los niños pasan por fases de interés y curiosidad: los denominados “periodos sensibles”. Desde el momento del nacimiento hasta los seis años los niños tienen la capacidad de aprender y asimilar el mundo que le rodea sin esfuerzo consciente; durante este tiempo los niños son particularmente receptivos a ciertos estímulos externos. Un guía Montessori reconoce y se aprovecha de estas etapas a través de la introducción de los materiales y las actividades que están especialmente diseñadas para estimularlos. Así, pues, ellos viven la vida de cerca: entre sus manos y sus sentimientos.