Foto de Gabriel Rossi. Getty Images.
Por Luis Fernando Velasco, publicista y papá de Lorenzo (3 años) y de Amalia (5 años).
Alguien me dijo con algo de razón, que el álbum es cosa de niños, que se le perdona sólo a los adultos subnormales y a los peruanos adultos por su sequía de mundiales, pero no al resto del mundo. Y es que un grupo de barbudos tatuados y oficinistas en corbata intercambiando monitas a la salida de un supermercado es un cuadro bastante ridículo. ¿O no? La escena de unos viejos diciendo: ya, ya, ya, esta no; tres normales hacen un escudo; Messi vale más que medio equipo de Japón, así jueguen todos como Shinji Kagawase; es una escena que se ve mejor en un recreo que en el corredor de una oficina.
Pero cuando tienes niños la cosa cambia. Ahí tienes los números para enseñarles matemáticas, por lo menos a contar hasta seiscientos y pico. Los nombres de los países, sus banderas y sus escudos futboleros están para enseñarles un poco de idiomas y toneladas de geografía, y si haces énfasis en Rusia, Croacia y Serbia puedes armar la Guerra Fría y la historia del siglo XX. Las monitas repetidas te permiten hablar de genética y clonación, pero si oyes con atención a tu hijo de tres años decir “Esta no es igual a esa, papá, porque esta todavía tiene el pegante y la otra no” tendrás una ocasión formidable para hablar de filosofía. Si quieres más humanidades, ahí tienes las caras de todos los jugadores para enseñarles lo poco que tiene que ver el color de la piel y la forma de los ojos con la calidad del juego, que el racismo no es más que ignorancia y que la idea de belleza es relativa. También puedes hacerte un lío explicándole a tu hija porque no hay mujeres en el álbum.
Y si no tienes hijos, pero el fútbol te ha enseñado tantas cosas como a mí, no te sientas mal de hacer el álbum, siempre es bueno volver a los libros de texto.
