El despertar de los niños de la luna: una experiencia Quillasinga

 

Texto y fotos de Juan Sebastián Salazar Piedrahita – Coordinador de MaguaRED.

 

El Taita Óscar, médico tradicional Quillasinga, junto a su papá, Abraham, decidió levantar a sus hijos en medio de la madrugada para que vieran el eclipse lunar. Y hacía tanto frío y sueño que los niños abrazaban sus cuerpos para calentarse y bostezaban para recordar que todavía extrañaban la cama. Luego de unos minutos todos entraron en calor y empezaron a señalar el cielo, viendo con la boca abierta cómo los dos cuerpos celestes se fundían lentamente: «Sientan vibrar a la tierra», les decía Óscar a sus hijos mientras miraban arriba. Y ya no hacía tanto frío y todo estaba en silencio. De repente, cuando el sol tapó completamente a la luna, la voz del abuelo Abraham interrumpió la observación y les ordenó a los niños que echaran agua a la tierra para que la luna no se secara: «Gracias al agua la luna se despega del sol… El agua es como aceite que la resbala», decía el abuelo y los niños corrieron para echarle agua a la tierra fértil: «Recuerden, nosotros somos indígenas Quillasinga, hijos de la luna; nosotros somos cultivadores«, decía el abuelo a sus nietos mientras la luna se resbalaba y la tierra se hacía fértil con el agua.

 

Taita Óscar. Médico tradicional Quillasinga.

 

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Los indígenas Quillasinga viven en el centro y nororiente de la Cordillera de los Andes, en el municipio de El Encano, en el departamento de Nariño. El territorio es frío, las montañas se alzan entre las casas y los caminos son angostos y cubiertos de tierra; la bruma es densa, las nubes tocan el suelo, y la tierra está llena de líneas de cultivo: se siembra jíquima (o yacón o manzana de tierra), papa, oca (o ñame), maíz, yuca, camote y, entre otras, varias plantas medicinales.

Aunque en el territorio viven indígenas, campesinos y colonos (personas que vienen de las grandes ciudades), la gran mayoría de indígenas son campesinos y varios campesinos tienen raíces indígenas. A diferencia de muchas comunidades indígenas del país los Quillasinga no viven en comunidades aparte, aislados de otros grupos culturales, sino que, al contrario, viven en «vecindarios» constituidos por familias indígenas, campesinas y de colonos. En un mapa no se podría identificar un asentamiento especial indígena Quillasinga; ellos están a lo largo y ancho del territorio, al igual que los campesinos y colonos.

 

 

«Sin embargo nosotros no somos de este lado sino de este lado», dice el Taita Óscar mientras mueve sus brazos: en este lado están los campesinos y colonos, y en el otro lado están los Quillasinga. «Nosotros compartimos apellidos y raíces… Nosotros somos originarios de La Cocha… Nosotros somos de la luna y la laguna; seguimos el legado de los mayores y tenemos nuestras ceremonias y le cantamos a la tierra y le hacemos ofrendas. Nosotros creemos en los seres mágicos y nuestros cultivos tienen luna, tienen energía viva», explica Óscar: «Esto ha sido un coge-coge… Hace unos veinte años no se podía hablar de estas cosas porque eran mal vistas. Aquí todos nos criábamos iguales… Como campesinos, digamos».

Se dice que el 28 de febrero de 2001 inició el despertar del pueblo Quillasinga, un periodo en el que, gracias a procesos políticos, estudios antropológicos e históricos, y a la cohesión de la comunidad, se empezó a pensar y a «rescatar» los valores indígenas que se habían perdido, según ellos, por la colonización española, por el Estado y sus políticas homogeneizadoras, por la violencia y por los nuevos colonos que fueron llegando al territorio. Poco a poco se ha vuelto a hablar de la cosmovisión Quillasinga y poco a poco se ha constituido una identidad indígena entre familias que antes no se consideraban indígenas. En ese proceso ­–en ese «despertar»– los niños –los guaguas– fueron una piedra angular.

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Los niños van y vienen con sus botas pantaneras altas o con tenis, vistiendo chaquetas gruesas y ruanas tejidas en lana; tienen la capota en las cabezas o un gorro de lana, y todos, casi todos, tienen las mejillas rojas por el frío. ¡Y es que hace mucho frío! El viento sopla helado y el ambiente parece petrificado. El agua de la Laguna de La Cocha se ve quieta y la isla de La Corota en medio ni se inmuta, parece el caparazón al aire de una tortuga que duerme profunda, quietísima.

 

 

Desde 2001 el Cabildo Indígena Refugio del Sol, de los Quillasinga, entre abuelos, sabedores, médicos tradicionales y taitas, emprendieron acciones para que los adultos compartieran e integraran a los niños en la transmisión de la cosmovisión del pueblo. Para que les explicaron que Quillasinga significa «Nariz de luna», y que ellos habían adquirido ese nombre porque antes, hace mucho-mucho tiempo, sus ancestros usaban aros en el lóbulo de la nariz. Para que les mostraran los lugares sagrados y les explicaran sus significados –los petroglifos de Casapamba y San José, el cerro de El Tábano, la cascada Killinsiyacu, y la isla de La Corota. Para que las abuelas les contaran cómo se creó la laguna de La Cocha después de que una princesa Quillasinga huyó del territorio con su enamorado; también para que les narraran, alrededor del fuego de la tulpa, las historias del duende del río, de la sirena que está en La Cocha, del queche (un demonio) que orina los pañales de los bebés y sobre el diablo que deambula en bote por la laguna. Poco a poco los niños empezaron a hablar de la medicina tradicional, de las plantas medicinales, de la siembra, del cuidado de los animales y la naturaleza, en general: que hay que cantarle a la tierra y a la luna, que los cultivos deben tener luna y sol, que las piedras no son simples piedras sino energías vivas, que hay que ir a la montaña y entregarle ofrendas de agradecimiento. Los adultos, poco a poco, integraron a los niños a las ceremonias sagradas de toma de yahé y a los círculos de la palabra, donde los taitas, abuelos y mayores hablaban de las tradiciones del pueblo. Les dijeron a los niños que el origen de todo estaba en la espiral –en el churo cósmico– y que en éste, en sus líneas en círculo, está el principio y el fin… También les dijeron que la música tradicional armoniza el cuerpo y que el cuerpo armoniza el territorio:

«Les decimos que la música es el sonar de la Mama Cocha, que el bombo es el corazón de la tierra, que las maracas son el viento y el alma, y que la quena es la fuerza de los árboles», dice Helmer Hidalgo, director de Guaguasquillas (Niños de la luna), proyecto musical que reúne a niños de El Encano (indígenas o campesinos) alrededor de las tradiciones culturales del pueblo.

 

Algunos integrantes de Guaguasquillas y Helmer Hidalgo.

 

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«Yo le canto al agua, a la luna y a las estrellas», cantan los niños de Guaguasquillas en coro: «Viviremos en el amor, enseñanza del mayor; compartiendo el saber en la chagra, el tejido de la mujer… Somos gente de luna, gente de siembra, gente de amor… ¡Quillasinga soy!».

Los niños están reunidos en el Cabildo Indígena y ensayan las canciones para la presentación a los mayores, en el círculo de la palabra. Ellos, los Guaguasquilla, cantan al son de la zampoña, el bombo, la percusión, la guitarra y la quena. Sus ritmos son andinos: sanjuanito, bambuco y son sureño; sus letras hablan de los sitios sagrados, de la luna, y el sol, de la palabra de los mayores, y del ser Quillasinga.

«Aquí han pasado cosas bien bonitas. Los guaguas hablan de sus tradiciones, de su cultura… Por ejemplo, un día uno de ellos, que llevaba mucho tiempo con los Guaguasquilla, se me acercó y me pregunto: ‘Profe, ¿yo cómo hago para reconocerme indígena?’”, cuenta Helmer, orgulloso: “Aquí estamos recuperando lo nuestro”.

 

Allison y su hermana Gabi.

 

Al lado de Helmer está Gabi, Allison, Camilo y Miguel; cada uno con tiene un instrumento musical. Frente a ellos, en el escenario del salón del Resguardo, hay tres medios soles y tres medias lunas unidas, en el centro hay un Jesús crucificado, y abajo hay decenas de palos de mando, de la guardia indígena, colgando en fila. En el centro del salón, en el piso, hay tres espirales –tres churos cósmicos– y arriba de ellos, en el techo, está el sol.

– Y tú, ¿eres indígena Quillasinga?

– Más o menos, responde Allison, de seis años, tímida:

– Todavía estoy aprendiendo, sonríe. Luego agarra el palo de la percusión y sigue el ritmo del 1-2, 1-2-3, 1-2, 1-2-3… “Los mayores subieron sobre lo alto para recibir el legado… Es tiempo de despertar; pueblo Quillasinga, ¡despierta!”, continúa la canción.

 

 

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