Cuidado y crianza de las infancias afro en Colombia

Por: Laura Castrillón, piscóloga de la Universidad Javeriana. 

I

Sol* tiene seis años. Desde que tiene memoria, su mamá, Leidy, la despierta en la madrugada y la ayuda alistarse para dejarla en la casa de su vecina Fabiola, que la llevaba antes al jardín y ahora al colegio. Leidy no puede llevarla porque sale de la casa a las cinco de la mañana para poder llegar a su trabajo a las siete. Al salir del colegio, la vecina recoge a Sol y la lleva a su casa, hasta las nueve de la noche que regresa su mamá. Los sábados Leidy tampoco está porque también trabaja, pero su hermana recibe a Sol en su casa para que no esté sola.

 

Sol nació en Bogotá y le encanta oír las historias de su mamá sobre el lugar de donde es toda la familia: Bagadó, Chocó. Su mamá le dice que no sabe cuando puedan ir a visitar a la abuelita porque a veces es peligroso. Por eso la mamá de Leidy la sacó del pueblo cuando ella tenía trece años. Leidy llegó a una casa de familia, y a cambio del trabajo doméstico esa familia le dio comida y estudio. Sol se imagina en Bagadó, yendo a pescar —como lo hacía su mamá cuando era niña— y se imagina a su abuela haciéndole trenzas y peinados todo el día. Leidy siempre le dice a su hija que, aunque la vida en Bagadó era más sencilla, es mejor crecer en Bogotá de una vez para salir adelante y tener una vida mejor, para que a ella no le toque pasar tantas dificultades como a la mamá. La verdad, madrugar tanto para ir al colegio y despedirse de su mamá todas las mañanas tan temprano y no volverla a ver hasta muy tarde en la noche, no es lo que más le gusta a Sol. Si pudiera escoger, escogería los peinados con su abuela y su mamá, el clima cálido e ir a nadar en el río todos los días después de ir a estudiar.

 

Una noche, antes de dormir, Sol le preguntó a su mamá si había una manera de tener la piel “menos oscura” porque en el colegio la molestaban diciéndole que se bañara mejor para parecerse más al resto de sus compañeros y compañeras. También le dijo a Leidy, sintiéndose muy triste, que era mejor que ya no le pusiera tantos accesorios de colores llamativos para sus peinados porque en el colegio le dijeron que eso no estaba permitido y que los colores eran demasiado escandalosos. Ese comentario lo hizo un profesor delante de todo el curso, provocando que el resto de la clase se riera de ella. En el colegio le dicen a Sol que si no atiende el pedido de su profesor van a tener que llamar a su mamá, pero ella les dice que su mamá trabaja muy lejos y no puede ir al colegio. “¡Claro, con esa mamá, con razón la hija, si nadie le pone cuidado!” Menciona el rector, en frente de Sol, quien se siente molesta pues ella sabe que su mamá trabaja todos los días, justamente, para poder cuidar de ella lo mejor que puede.

 

Al saber esto, la mamá de Sol se siente frustrada, pues no entiende por qué su hija tiene que pasar por estas situaciones si se supone que el colegio es un ambiente seguro. Leidy trabaja todos los días en una casa de familia como empleada doméstica. Doce horas está en la casa de sus empleadores limpiando, cocinando y cuidado a un niño y una niña de la edad de su hija por un salario mínimo. Todo el día piensa en Sol, quien la espera al otro lado de la ciudad, no importa la hora, para darle las buenas noches.

 

Espacio de trabajo con niñas y niños en la «Escuela de formación en liderazgo para trabajadoras domésticas, CAMINA». Bogotá, Colombia.

 

II

De acuerdo con el documento de política pública Se nos va el cuidado, se nos va la vida, son las mujeres desplazadas de lugares rurales y periféricos quienes se ven obligadas a dedicarse a trabajos de cuidado cuando migran a las grandes ciudades. Estas mujeres son afro, negras, palenqueras, raizales, indígenas, campesinas. Muchas de ellas migran de manera forzosa siendo niñas aún, a casas de familia, a trabajar en el servicio doméstico y en el cuidado de otras personas.

 

El reto urgente para Colombia es destruir la cadena de desigualdad y explotación que atraviesa a las infancias afrodescendientes. La reproducción de la esclavitud permanece, por ejemplo, cuando la sociedad considera que una niña que proviene de una región empobrecida en lugar de poder disfrutar de los derechos que le corresponden, puede “ganarse lo básico a cambio de hacer el oficio”. Y así, los hijos e hijas de estas mujeres se ven obligados, por la cadena de violencia estructural, a crecer sin los cuidados de sus cuidadoras, pues ellas se ven obligadas a cuidar de otros en lugares ajenos y lejanos, por pagos que nunca podrán compararse con el tiempo que no dedicaron a sus propios hijos a raíz de la poca garantía de sus derechos por parte del estado y de sus empleadores.

 

Adicionalmente, el juicio sobre la falta de cuidado de la infancia recae sobre las mujeres madres solteras y cuidadoras. Sabemos, gracias a investigaciones previas, que el 20% del Producto Interno Bruto en Colombia lo generan las mujeres que cuidan, muchas de ellas, mujeres como Leidy, con hijas como Sol. Mujeres afro que migran a las ciudades siendo niñas, y que al ser madres intentan romper el círculo de exclusión y violencia en el que, con base en su raza, se ven atrapados sus hijos e hijas. De igual forma, este círculo de exclusión y violencia se reproduce permanentemente a causa de políticas de estado y discursos institucionales que no tienen en cuenta las experiencias de mujeres, niños y niñas afro.

 

Lo cierto es que, necesitamos como país, crear diálogos alrededor de la importancia y urgencia de dignificar los cuidados desde un enfoque interseccional, para poder crear mejores escenarios en los que los niños y niñas afro puedan crecer sin estar en desventaja en relación con los demás. Sin que les sigamos vulnerando, como sociedad, sus derechos fundamentales. Que crezcan con la garantía de estar con sus cuidadoras y cuidadores, de poder hacer parte de un sistema educativo incluyente y diverso; que puedan habitar ambientes urbanos y rurales sin ser objeto de racismo, clasismo y todo tipo de violencias. Y necesitamos, también de forma imperativa, suplir la deuda de tiempo y de derechos garantizados para las mujeres, sus madres, las cuidadoras: tiempo para hacer parte de sus vidas.

 

Cajas para los diplomas de las participantes de la «Escuela de formación en liderazgo para trabajadoras domésticas, CAMINA». Bogotá, Colombia. Fueron hechas por los niños y las niñas para sus mamás.

 

*Sol y su mamá son personajes que recogen la historia de miles de mujeres y sus hijas e hijos. Todas y todos afro, raizales, palenqueros, que en Colombia, a raíz de la violencia estructural y el conflicto armado, deben migrar desde sus lugares de origen a ciudades grandes, enfrentando el racismo y otras formas de violencia.

 

Fuentes:

 

UNICEF (en la web). Situación de la Infancia. Conozca el contexto, las tendencias y los factores que explican la situación de las niñas, niños y adolescentes en Colombia.  Recuperado de https://www.unicef.org/colombia/situacion-de-la-infancia

Esguerra Muelle, C., Sepúlveda Sanabria, I., & Fleischer, F. (2018). Se nos va el cuidado, se nos va la vida: Migración, destierro, desplazamiento y cuidado en Colombia (No. 3). Bogotá. Recuperado de https://cider.uniandes.edu.co/Documents/Publicaciones/Senosvaelcuidado_senosvalavida.pdf

SEMANA. (2018). Labor de las amas de casa equivale al 20% del PIB. Recuperado de https://www.semana.com/contenidos-editoriales/mujeres-imparables/articulo/labor-de-las-amas-de-casa-equivale-al-20-del-pib/591834

 

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