Espacios adecuados en la primera infancia: una forma de vivir un trocito del mundo

 

Cuando Julio Cortázar respondió a la pregunta «¿Qué es un puente?», él escribió, en el Libro de Manuel, que «un puente es un hombre cruzando un puente»; o sea, que lo que le da sentido y significado al puente (a la estructura fría, metálica, inerte) no es el puente en sí mismo, sino la acción (la experiencia) que el ser humano vive gracias a éste –cuando lo cruza, lo camina, lo ve, lo admira, lo imagina.

Lo anterior resulta revelador si lo aplicamos o lo pensamos en espacios o ambientes para la primera infancia; por ejemplo, un parque. Así, pues, no pensamos en lugares que tienen sentido por sí mismo –»es que los parques les gustan a los niños»–, sino que, más allá, pensamos en lugares que son significativos porque en ellos los niños construyen experiencias: pueden imaginar, crear, relacionarse o, entre muchas otras posibilidades, jugar.

 

Foto cortesía de Jorge Raedo.

 

Un parque es un niño jugando en un parque, parafraseando a Julio Cortázar.

Ahora, así como un puente necesita de ciertos elementos estructurales para «poder ser cruzado» –pensar en los materiales, en la altura, en el terreno donde se construirá, en el número de hombres que lo van a cruzar, etcétera–, los espacios o ambientes en la primera infancia deben concebirse, también, a través de elementos que estimulan las experiencias significativas en los niños: el mobiliario, la luz, los colores, la naturaleza, los elementos que hacen parte del ambiente, las texturas, los tamaños, las formas, la ventilación, la ubicación, el acceso…

Por ejemplo, los entornos educativos como jardines infantiles se convierten en espacios significativos cuando los niños tienen la posibilidad de utilizar distintos elementos como juguetes, instrumentos musicales, herramientas y colores, y moverlos de un lado a otro –vivirlos– a través del juego con sus compañeros y su maestra o maestro. Por ejemplo, los entornos lúdicos, como los parques infantiles, ofrecen más posibilidades de descubrir el mundo y compararlo y sentirlo cuando las texturas del lugar cambian y no solo se siente el plástico de los columpios –duros–, sino también la arena que sirve para hacer castillos o animales –suave–, el pasto para revolcarse –que pica–, el agua –que moja y hace gritar a los niños cuando se les lanza un poquito– y la tierra –claro, que raspa y causa algo de dolor cuando un niño se cae. Por ejemplo, los entornos públicos donde las madres gestantes pueden amamantar a sus hijos de forma cómoda, higiénica y segura, con neveras que les permiten almacenar la leche materna que les sobra, o muebles donde pueden interactuar con los niños: mimándolos, jugando con ellos, consintiéndolos.

 

Foto de @FOTOMILTON

 

Sin embargo, no basta con pensar en espacios para los niños; también es primordial construir espacios con los niños incluyendo sus puntos de vista en el diseño de los lugares –de sus casas, jardines, parques, museos, bibliotecas, baños públicos– y garantizando sus intereses (la disposición y la distribución de los recursos), necesidades (la edad, el acceso a ciertos elementos que tengan en cuenta la estatura, además de las posibilidades de movimiento) y sus formas de expresión a través de múltiples lenguajes.

“Ahora es el momento de producir esta simbiosis entre arquitectura, pedagogías y las otras disciplinas (diseño, medicina y ciencias de la tecnología) para buscar espacios mejores, más adecuados, no espacios ideales: espacios capaces de contener el propio cambio porque no existe un espacio, una pedagogía, un niño, un hombre ideal, sino un niño, un hombre en relación la historia, el tiempo, la cultura que le es propia”, escribió Carla Rinaldi, pedagoga de Reggio Emilia.

Así y solo así los niños pueden apropiarse, también, de la ciudad y ser sujetos activos de la construcción de sus entornos –de sus espacios públicos: las aceras, cuadras y calles construidas para los adultos promedio, sin tener en cuenta sus necesidades. Así y solo así los niños son sujetos de derechos –¡escuchándolos!– y aplicando el artículo 3 de la Convención sobre los Derechos de los Niños, sobre el interés superior del niño:

“Cuando las autoridades o las personas adultas adopten decisiones que tengan que ver con los niños se atenderá el interés superior del niño”.

De esta manera los niños podrán, finalmente, como dijo Francesco Tonucci, recortar un trocito del mundo y manipularlo.

 

 

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